El día del Big Bang llovía a cántaros
Ilusionarse con el Espanyol es un viaje apasionante por una realidad alternativa, contracultural, periquita y periférica
Trump es América, Catalunya es el Barça y la Guardia Civil, Benemérita. Así son las cosas, inmutables. Lo tiene dicho Parménides, las cosas son como son, tienen una esencia per sé, nos gusten o no nos gusten. Y si la realidad no está a su gusto, vaya a ver a Heráclito, que le contará aquello de que uno no se puede bañar dos veces en el mismo río. ¿Y quién quiere bañarse dos veces en el mismo río, con el frío que hace? Realidades inmutables y realidades transitorias, Parménides y Heráclito, Platón y Confucio, Juan Carlos I y Bárbara Rey.
Pero vayamos a las esencias, coño. España es Una, Grande y Libre. Esa es una idea que llevamos inscrita en el tuétano todos los españoles nacidos durante el franquismo. Crecimos en una epistemología fundada en los cojones del caballo de Espartero, que siempre estaban ahí, bien puestos, en su sitio. Y a la que tuvimos uso de razón, si es que tal cosa es posible, supimos de inmediato, gracias al gran Vázquez Montalbán, que el Barça era el ejército desarmado de Catalunya. A veces parecía que los periquitos éramos unos quintacolumnistas traidores de las esencias patrias. Nuestra patria es la infancia (Rilke) y ya la perdimos, dicho sea sin nostalgia de psicoanalista.
Los niños culers de buena familia escupían sobre el escudo blanquiazul que ingenuamente nos colocamos en la solapa del chubasquero, y así fue cómo descubrimos la lucha de clases, los paraguas y que algunos iban a querer humillarnos por no ser de los suyos. Estábamos en minoría y éramos raros. Nos había tocado la opción perdedora. Ajá. La asumimos como uno asume su nombre y sus apellidos, su familia y su historia. En la infancia uno no elige perder, los niños no son idiotas, a diferencia de muchos adultos. Así que para nosotros es tan natural ser periquitos que ni siquiera nos sentimos orgullosos. Eso es lo que somos, tan natural como la respiración de nuestros pulmones, la sensibilidad de nuestra piel, el latido de nuestro corazón, la sonrisa visceral de nuestro hígado.
If you feel F.C. Barcelona, you feel Catalunya, eso dijo la Agencia Catalana de Turismo de la Generalitat. Sí, señoras y señores, Catalunya es el Barça como los hombres son de Marte y las mujeres de Venus, la Tierra es redonda, el hombre viene del mono, el mono del reptil, el reptil del pez, el pez de la ameba, la ameba de una bacteria y la bacteria del Big Bang. Así son las cosas.
Está escrito en el determinismo genético, en el materialismo histórico, en el marxismo-leninismo, en las vísceras de las aves, en la Biblia, en el Corán, en las estrellas. Lo dijo Newton, el Universo funciona como un reloj y ya estamos llegando tarde. Lo dijo Descartes, me pone un kilo de materia y, aparte, unas migajas de espíritu. El único que empezó a dudar fue Einstein. Coño con el precio y la velocidad de la luz.
Más allá del Big Bang es todo misterio, como esos japoneses con bufandas blanquiazules sentados en Cornellà-El Prat una fría y desangelada tarde de sábado, como esos niños y niñas inocentes que se ilusionan con la camiseta del Espanyol, inconscientes de que están a punto de iniciar un viaje apasionante por una realidad muchas veces invisible, siempre alternativa, contracultural, periquita y periférica. Hay otros mundos pero están en éste (Paul Éluard, a riesgo de parecer pedantes), lección que se aprende antes en las gradas semivacías de Cornellà-El Prat que en los pupitres de las escuelas.
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