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Mucho grito y poco fútbol entre Granada y Osasuna

El empate no sirve a ninguno en un partido dominado por el alboroto general

Sergi Samper, tendido en el suelo.
Sergi Samper, tendido en el suelo.Pepe Torres (EFE)

Tan crítico es el estado del Granada y el Osasuna que el partido parecía una operación a corazón abierto. Un caos, si se prefiere, un alboroto constante en la grada y en el césped. Público, árbitro y jugadores metidos en un atasco haciendo sonar el claxon, gritando. Pocas veces se ven tantas circunstancias en las que seis, siete, ocho futbolistas disputan el balón que rebota asustado en aquel jaleo de piernas. ¡Anda jaleo, jaleo!, faltó cantar en el Nuevo Estadio de los Cármenes donde reinaba el frío más que el fútbol.

Y todo para nada, todo para que todo siga igual, los dos ahí abajo, con un punto más en el casillero y una esperanza menos. Un gol para cada uno y el mismo cuchill0 clavado en el mismo costado. Falta una vuelta entera y un partido pero a Granada y Osasuna se les acaba el aliento. 10 y 9 puntos, respectivamente, con 18 jornadas disputadas le nublan la vista a cualquiera. Osasuna lo tuvo mejor que su rival. Primero porque tenía más claro lo que quería hacer: contragolpear con la velocidad de Berenguer y Clerc y entorpecer al Granada con la acumulación de faltitas que le permitieran no defender nunca en inferioridad. Y lo consiguió en tres cuartas partes del partido. Segundo porque se adelantó muy pronto en el marcador con un gol de Oriol Riera, típico de un delantero voraz. Luego hizo otro, bellísimo, de cabeza, anulado por un fuera de juego milimétrico. Tercero, porque el gol desquició al Granada, incapaz de llegar al área con peligro, obsesionado con jugar solo por la izquierda, la banda de los franceses, Boga y Tabanou, uno rápido, otro veloz, pero ambos erráticos.

Pero a Osasuna le pudo el alboroto de Granada. Foulquier, un lateral, fue el impulsor del cambio. Dio un paso adelante, dos, cinco, siete y enredó a Osasuna en una defensa casi numantina. El ímpetu dio su fruto, aunque el Granada necesitase tres disparos en la misma jugada para batir a Mario. Ponce remató al poste, Bueno contra el cuerpo del portero y, por fin, Kravets mandó el balón a la red, también en posición dudosa. Dos remates de Berenguer, el mas bullicioso Osasuna habían metido el miedo en el cuerpo del conjunto andaluz. Pero si el granada se había encomendado a la Virgen de los Desamparados, Uche le apagó la vela de un soplido, más concretamente, de un manotazo y patada a Sergio León con el balón en otra parte. La épica alcanzaba la máxima temperatura. Y volvió el jaleo, y un jugadón de Pereira, y un disparo del osasunista Rivière, entre aquel alboroto de sensaciones más que de ocasiones, de batalla en campo abierto más que de estrategias o jugadas. Y ya en el descuento se fue a la ducha Ponce por un codazo a Oier. Y pitos. Y silbidos. Quedaba una vuelta entera, pero parecía que no quedaba nada. Y pudo ganar cualquiera. Quizás, por eso, no ganò nadie y nadie se fue contento.

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