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DAMAS Y CABELEIRAS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Presidente universal

La obra de gobierno de Bartomeu podría considerarse una demostración de madridismo

Rafa Cabeleira
FC Barcelona's president Josep Maria Bartomeu attends a news conference at Camp Nou stadium in Barcelona, Spain December 20, 2016. REUTERS/Albert Gea
FC Barcelona's president Josep Maria Bartomeu attends a news conference at Camp Nou stadium in Barcelona, Spain December 20, 2016. REUTERS/Albert GeaALBERT GEA (REUTERS)

De entre todas las poses que acostumbra a adoptar Josep María Bartomeu en público, que no son pocas, mi favorita es la de Dama de la Justicia, esa actitud magnánima y desinteresada frente a cualquier pleito que a menudo me hace dudar sobre la verdadera naturaleza del máximo dirigente blaugrana. Puede parecer un papel sencillo de interpretar, al menos a priori, pero se trata de una actuación compleja y exigente, llena de matices, en la línea de aquellos grandes actores y actrices del cine mudo pero con la diferencia, desgraciada, de que a veces habla.

Teníamos los mismos abogados, que nos lo expliquen, ha declarado Bartomeu esta misma semana, como si la decisión del TAS de atender al recurso presentado por el Real Madrid hubiese dejado a nuestra particular y masculina versión de la diosa Dice un tanto trastornada, lo que no parece buen negocio para una deidad que, ya de por sí, es ciega. La chanza ha provocado un profundo estupor entre una parte muy minoritaria de la parroquia blaugrana, apenas cuatro notas discordantes entre una masa perfectamente afinada y aletargada que parece dar por buena cualquier explicación que incluya una mano negra, una pata de conejo blanco y dos gotas de la sombra embotellada de Florentino Pérez. Entre la afición madridista, sin embargo, la unanimidad ha sido total y las autoridades sanitarias empiezan a temer por la vida de varios centenares de miles, incapaces todavía de frenar la hemorragia de carcajadas provocadas por las palabras del presidente definitivo, el presidente universal.

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Es la suya una hostilidad de baja intensidad que provoca cierta ternura en el máximo rival, algo parecido a los intentos de Willy el Coyote por cazar al Correcaminos, un querer y no poder constante que siempre termina con la dinamita adosada al culo propio y con el dichoso pajarraco zumbando y sacando la lengua, noble y bélico avestruz. Su grado de aceptación entre las huestes de Concha Espina es tal que no somos pocos los que tememos que termine secuestrado, como Di Stéfano, y coronado como Presidente Honorífico del Real Madrid mientras un coro de hijos de Zidane, todos libres de sanción, le cantan aquello de historia que tú hiciste, historia por hacer. A fin de cuentas, son muy pocos los que pueden presumir de haber contribuido de manera tan generosa a la felicidad del madridismo y no se me ocurre otro contendiente que pueda, siquiera, acercarse a la importancia y cuantía de sus méritos.

Decía Santiago Bernabéu que él quería y admiraba a Catalunya, a pesar de los catalanes, incapaz siquiera de imaginar la grata sorpresa que el futuro reservaba a los herederos de tan cuestionable ideología. Y es que si los desmanes de Mourinho fueron calificados en su día como muestra innegable de madridismo, la gestión de Bartomeu al frente del Barça no merece menor consideración. De hecho, y sin querer pecar de orgulloso ni meterme en casa ajena, sospecho que su obra de gobierno podría considerarse la mayor demostración de madridismo que se recuerda desde aquella noche, ya lejana, en que Ramón Mendoza se dejó llevar por la euforia y terminó dando saltos al grito de polaco el que no bote”, rodeado de ultras y en un aeropuerto… Maldita casualidad.

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