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Prohibido sentir los colores

El despido de un juvenil por animar al máximo rival, ejemplo de cómo los clubes aplican a la base sanciones pensadas para las figuras

Marc Rovira
Rubén, con los colores de la Canonja.
Rubén, con los colores de la Canonja. JOSEP LLUÍS SELLART

Cuando tenía 19 años y militaba en el Inter a las órdenes de Mourinho, Balotelli armó un lío al ser cazado por una cámara de televisión mientras se enfundaba una camiseta del Milan, eterno rival de los neroazzurri. Mourinho lo apartó del equipo de manera fulminante, pese a que las inclinaciones futbolísticas de SuperMario no habían sido nunca ningún secreto. Menos aun si cabe, desde el día que el jugador respondió a una bronca de vestuario del entrenador portugués entonando a pleno pulmón el himno del Milan. La temporada pasada, el descubrimiento de unos comentarios que había escrito en Twitter alabando al Real Madrid le costaron a Sergi Guardiola la rescisión inmediata del contrato que acababa de firmar con el filial del Barça. A principios de esta campaña, el Lleida Esportiu le dio la baja a Eric Zarate por haber publicado insultos racistas y ofensas contra Cataluña.

Entre directivos y aficionados hay unanimidad respecto a que el compromiso de los jugadores con los colores que defienden debe abarcar más allá de lo que puedan sudar la camiseta. No resulta extraño que lo que un día Cruyff bautizó como el entorno se atreva a acusar de indolente a un deportista que no cante el himno o de desapegados a los que no besen el escudo. Los estándares que rigen el fútbol profesional se filtran hacia al aficionado. Rubén Sánchez tiene 17 años y era futbolista de los juveniles del Reus hasta que el club lo expulsó por acudir a presenciar un derbi contra el Nàstic de Tarragonaluciendo la camiseta del archirrival reusense.

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Fue durante la 15ª jornada de la Liga 123 cuando, por vez primera en la historia, Nàstic y Reus se enfrentaban en partido de la división de plata. Ganó el Reus, ante su público. En la grada, unos 200 aficionados se dejaron la voz animando al Nàstic. Entre esos estaba Rubén. El chico alega que es forofo grana desde pequeño y que nunca ocultó sus gustos. Ese día tenía partido con el juvenil del Reus pero antes de concentrarse con sus compañeros fue a ver el derbi. Acudió con su novia y con unos amigos después de pagarse la entrada de su bolsillo.

Por la tarde, tras jugar apenas unos minutos con los juveniles reusenses, recibió la noticia de que quedaba apartado del equipo por deslealtad al club. “Mi hijo se equivocó pero las formas del Reus no son la correctas”. Genís Sánchez, padre del jugador, lamenta que la entidad demostrara semejante contundencia con un miembro del fútbol base. “No olvidemos que estamos hablando de un chaval de 17 años”, dice.

Ginés asume que su hijo metió la pata. “Yo ya se lo advertí pero a ver quién es capaz de hacer razonar a un adolescente”, sostiene. Su malestar con el Reus no responde tanto al castigo como al método usado para comunicarle al jugador su expulsión: “Lo pillaron cuando estaba solo a la salida del vestuario y se lo soltaron. Si para ficharlo me llamaron a mí y nos reunieron en las oficinas, para darle la baja podrían haber hecho lo mismo”, opina. El club, tras la intervención del máximo accionista Joan Oliver, abrió de nuevo las puertas al jugador y asumió que el despido fue precipitado. “Demasiado tarde”, sentencia el padre de Rubén. El chaval ya está jugando con la Canonja.

Noemí Rubio militaba en el Espanyol cuando una foto colgada en Facebook donde se la veía animando al Barça en la final de Copa de 2009 desencadenó la tormenta. “Aquello fue muy bestia”, recuerda con pocas ganas. Noemí, hincha del Barça desde pequeña pero que “salía a muerte” a defender la camiseta perica en cada partido, “como antes hice con la del Sabadell”, recibió amenazas de grupos radicales. Vivió días de angustia que prefiere no rememorar. Tras una reunión con el club, se decidió que no jugara más con el Espanyol. Al poco la fichó el Barça y, casualidad, el primer partido que disputó de blaugrana fue en feudo perico. No se recuerda semejante dispositivo de seguridad para un encuentro de la liga femenina.

Nuria Villagra es vicedecana en la Universidad Complutense y especialista en gestión de marca y procesos de comunicación. Responde con prudencia alegando que sería menester investigar el fondo de cada supuesto pero no disimula su sorpresa por el hecho que deportistas amateurs puedan recibir un trato que parece reservado a profesionales de élite. “Seguro que las altas personalidades del deporte sí deben tener contratos donde queda fijado qué pueden y qué no pueden hacer”. Villagra razona que “parte de sus salarios responde a su proyección pública” y, en este sentido, las conductas que lleven a cabo pueden acarrear un perjuicio para la imagen de una entidad. La vicedecana indica que el deporte de alto nivel reproduce los patrones que se dan en el ámbito empresarial y en las grandes corporaciones. “En una empresa todos los trabajadores son fundamentales pero si un alto cargo con mucha visibilidad tiene un comportamiento contrario a los ideales de la empresa, es distinto a que eso mismo lo haga un trabajador de base en el anonimato”.

“La reputación de una compañía tiene tanta importancia como el producto que venda”, cuenta. En este contexto, en los actos públicos los discursos neutros y homogéneos de los cargos directivos abundan tanto como las corbatas de idéntico color corporativo. La imagen es clave para la marca. “De los líderes se espera que tengan un comportamiento determinado, pero solo de los líderes”, esgrime.

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