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DAMAS Y CABELEIRAS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cien goles, cien

Messi es un demente, un caníbal, un depredador, un marciano… Cuesta tanto definirle con certeza que yo empiezo a creer que Leo es, en realidad, populismo.

Rafa Cabeleira
Messi recibe la felicitación de Luis Suárez tras marcar el segundo gol al Celtic.
Messi recibe la felicitación de Luis Suárez tras marcar el segundo gol al Celtic. Lee Smith (REUTERS)

Con 18 años y el dorsal 30 a la espalda marcó Leo Messi su primer gol en competiciones internacionales con la camiseta del Barça. Lo cierto es que no recuerdo gran cosa de aquel partido, apenas que el rival vestía de blanco y que el argentino lo celebró andando, como si fuese el único consciente de que la fiesta no había hecho más que comenzar y mejor tomarse la primera copa sin prisas, con mucho hielo, el correspondiente posavasos y pajita. Ayer, en Glasgow, celebró el número cien de manera similar, sin romperse la camisa ni acelerar el paso, reposado, una clara advertencia de que todavía queda mucha juerga por delante.

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Cien goles, cien, que han dejado por el camino a todo tipo de rivales: guapos y feos, altos y bajos, lentos y rápidos, moros y cristianos. Su justicia no conoce la piedad, única razón por la que, sospechamos, se trata de un ser humano y no de un dios, una especie de John Rambo pequerrecho que ejecuta de igual modo al aguerrido defensa de colmillos afilados que al angelical portero de los brackets y el traje de primera comunión. Un demente, un caníbal, un depredador, un marciano… Cuesta tanto definir a Messi con certeza que yo empiezo a creer que Leo es, en realidad, populismo.

Si alguien me pusiese en el brete de elegir cuál ha sido el mejor de sus goles en la escena internacional no sabría qué decir, debe ser algo parecido a escoger entre varios hijos. Hace unos días, en pleno apogeo etílico de una fiesta de la cerveza, un conocido se me acercó con ganas de desahogarse y entre trago y trago me hizo una reveladora confesión: “Ahí tienes a mis hijos”, dijo. “El mayor es un delincuente y el pequeño es parvo perdido pero son mis hijos, no puedo decir que quiero a uno más que al otro aunque lo piense”. Lo mismo me sucede a mí con los goles de Leo: imposible decantarme por los más bellos, los más sucios o, simplemente, los más húmedos… Aunque lo piense.

Todos lo recordamos recorriendo en zigzag el Bernabéu para terminar obligando a Casillas a mostrar una de sus mejores cualidades: echar la culpa a los compañeros. En Roma voló para conectar un cabezazo al palo contrario que Van der Sar no pudo más que acompañar de la mano, como un padre que lleva a su hija al altar, y luego lo vimos correr con una bota en la mano como si estuviese telefoneando a su abuela, pendiente de él en el más allá. En Wembley , más prosaico, enchufó un zambombazo desde la frontal del área y como si todavía necesitase patear más cosas, la emprendió a golpes con la publicidad estática mientras Dani Alves lo abrazaba y se garantizaba un puesto en la foto. A Estudiantes de La Plata, quizás por aquello de los orígenes, lo apuñaló con el corazón. En definitiva: cien goles y la certeza de que lo mejor está todavía por llegar. ¿Qué prisa hay?

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