Carlsen aprieta siete horas, pero no rompe el muro
El campeón provocó y explotó las imprecisiones del aspirante, pero éste se zafó al borde del abismo
Magnus Carlsen sacó agua de las piedras, y a punto estuvo de ahogar con ella a Serguéi Kariakin, desequilibrado ante la pericia del campeón. Pero éste no fue preciso en el momento justo, y el aspirante recuperó entonces su frialdad y virtuosismo técnico para firmar el tercer empate, tras casi siete horas de lucha. El ruso conducirá las piezas blancas este martes en la cuarta de las doce partidas previstas.
Judit Polgar, la única mujer en la historia que ha estado entre los diez mejores del mundo, dio en el clavo antes de la media hora de combate: “Esto es noticia. Por una vez, parece que Magnus ha cazado a su rival en la apertura”, señaló la húngara, retirada de la competición en 2014, dedicada ahora al ajedrez educativo, y comentarista de la organización en este Mundial.
En efecto, Carlsen jugó muy rápido al principio y, con sutilezas incomprensibles para el aficionado medio, logró que Kariakin invirtiese mucho tiempo en decisiones de apariencia sencilla. En realidad, la ventaja blanca era objetivamente pequeña, pero el ruso estaba incómodo. Aún así, sorteó algunas trampas y logró reducir esa ventaja a la mínima expresión. Pero a continuación dio el primer síntoma de debilidad desde que empezó el duelo: ya fuera por esa incomodidad anterior o por los nervios que ella le produjo, el aspirante hizo varias jugadas con rapidez innecesaria (no estaba apurado de tiempo), y dos de ellas, 30 y 31, fueron débiles.
El noruego olió la sangre, y procedió a lo que mejor hace: apretar a su rival hasta reventar las costuras de la posición. Pero esta vez no lo hizo con la precisión habitual; todo indica que en la 42 pudo haber comprimido el torniquete hasta que la presión fuera irresistible. Quizá por la excitación que le causó la perspectiva de su primera victoria, o por exceso de confianza al verse con mucha ventaja, el campeón no hizo su trabajo como acostumbra.
Carlsen porfió entonces en marear la perdiz, más ya parecía demasiado tarde porque Kariakin había recuperado su temple y exactitud habituales. Aunque la perdiz no mostraba síntoma alguno de mareo, el escandinavo insistió e insistió, y logró poner de nuevo a Kariakin al borde del abismo, pero el ruso mantuvo el equilibrio con un solo pie, y con cierta ayuda por las imprecisiones de su rival, ya fatigado. Tras casi siete horas de feroz pelea, el campeón ofreció por fin el empate y se dispuso para el difícil trance de disimular su irritación en la conferencia de prensa ante cientos de espectadores y decenas de periodistas. Como es habitual en un Campeonato del Mundo, ni él ni Kariakin dijeron casi nada interesante. Y Carlsen logró contener su ira, no como en Bilbao hace cuatro meses, cuando arrojó la chaqueta al suelo ante varios testigos por la rabia de no haber ganado una posición ganadora. Kariakin fue sin duda muy sincero en su frase más jugosa: "¿Qué cómo me encuentro? Mucho mejor que si hubiera perdido después de siete horas".
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