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El Athletic despierta, la Real Sociedad se duerme

El conjunto bilbaíno rompe su mala racha en los clásicos y remonta a los donostiarras con otro gol de Aduriz

Aduriz celebra el segundo gol del Athletic.
Aduriz celebra el segundo gol del Athletic.Luis Tejido (EFE)

Hace tiempo que los clásicos entre el Athletic y la Real perdieron el fútbol, enredados en pasiones adolescentes (que si yo te quiero más, que no, que yo, que cuelga tú, que no, que a mí me da igual). Enredos de cine de barrio en los que se sobreactúa aunque el guión sea más plano que la tierra antes de que Galileo dijera lo contrario. Últimamente han perdido hasta la pasión en ese debate alternativo sobre qué es más importante, si ganar a este o si ganar a aquel, sobre las trascendencia del ser o la insoportable levedad del ser, sobre quién sufre o quién disfruta más cuando pierde o cuando gana. Al final los adolescentes, o sea los futbolistas, dependen más de las circunstancias para excitarse que el público en general.

Le pasó a la Real Sociedad, que salió en son de paz y en calma, con el balón como toisón, porque es capaz de buscarlo, amaestrarlo y gobernarlo, pero se encontró con un gol inesperado, un gol que fue el fruto de un saque de esquina defendido por el Athletic como los malos se defienden ante los buenos en las viejas películas de serie C: tres a por uno, y marca el otro, o sea Zurutuza, que venía del saloon del área grande pero tiene siempre el zapato bien ajustado. El gol silenció San Mamés. No en vano el Athletic llevaba ocho clásicos consecutivos sin ganar a su vecino. Y que te dé un portazo en los morros al cuarto de hora de banal conversación suena a zaska en toda la boca. Al Athletic le dolieron los dientes, porque nadie había ido al dentista, porque nadie conocía a nadie en el partido, salvo en los forcejeos. El espíritu volcánico del Athletic se equilibraba con el cortafuegos de la Real Sociedad, mejor organizada en el campo, sin tiralíneas, con Carlos Vela difuminado bajo el cielo gris, y con William José de controlador de un aeropuerto sin aviones.

Sin Beñat, el Athletic es un equipo asambleario. Una suma de esfuerzos al que le salvó el gol en contra. Tanto como adormeció a la Real, enfrascada en su historial casi impoluto de la década, se olvidó de jugar, y el Athletic, dolido en su costado por el gol de Zurutuza, decidió presionar, jugar cuanto podía, aprisionar a la Real Sociedad que se sentía a gusto en la cárcel de su ventaja. Como siempre, las fieras eran más importantes que los gladiadores. Le fallaba al Athletic la arquitectura con San José, Iturraspe y Muniain, pero le sobraba cemento con Williams, Aduriz y Raúl García, especialistas en construcciones de urgencia, sólidas, sin abalorios. Esa fue la parte que no entendió la Real, con Vela, Prieto, William José desactivados y con Illarramendi más dubitativo que nunca. Al descanso, el Athletic (con tres disparos peligrosos de Williams, Muniain e Iturraspe) sabía que podía ganar, pero la Real dio la sensación de que no sabía que podía perder.

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Al reinicio del partido, Muniain, hasta entonces etéreo, hizo una de las suyas, controlar, recortar hacia adentro y golpear a pie cambiado, curva, en comba, junto al poste derecho haciendo inútil la presencia de Rulli. Un gol de Munian, a lo Munain, y eso que su juego adolecía de muchas carencias. Ahí, quizás la Real se dio cuenta de que su cartilla de ahorro tenía que ver más con las preferentes que con un plazo fijo de toda la vida. Más aún, cuando diez minutos después Aduriz consiguió voltear el marcador tras un error de Navas, una pelea de Williams con Rulli y el toquecito sutil del rojiblanco para superar al portero y defensores realistas.

Si el fútbol es una cuestión de ánimo, el Athletic tenía las de ganar, porque la Real apenas pudo contar con el pulso de Zurutuza, incansable, razonable en cuanto hacía, pero con su batallón de élite de vacaciones: Oyarzabal solo apareció en un disparo que repelió Iraizoz, Vela fue una nube más en el cielo de Bilbao y William José sólo firmó un error -que pudo ser el empate final- ante Iraizoz cuando San Mamés y el Athletic se quedaban sin aliento.

Porque antes había marcado Williams a pase de Aduriz y después Íñigo Martínez en un cabezazo tras un libre indirecto. Se rompía así la racha de la Real en los clásicos, demasiado escondida en el juego, como se esconde la gente tras el paraguas (del gol) cuando llueve, como se encoge la gente cuando no tiene paraguas. Le pudo el pedigrí de los clásicos, el mismo que animó al Athletic a suplir el juego por poderío, con un Williams a la altura que se espera (hizo de Yuri un lateral lento) y con Aduriz a la altura que no se le espera porque se le encuentra siempre.

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