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Phelps y Chad, el juego de los antagonismos

El estadounidense y el sudafricano se reencuentran después de un año de provocaciones para saldar la cuenta de la final de 200 mariposa de Londres en la piscina de Rio

Diego Torres
Chad le Clos (i) y Michael Phelps (d) nadando la semifinal de 200m mariposa con el húngaro Tamas Kenderesi en medio.
Chad le Clos (i) y Michael Phelps (d) nadando la semifinal de 200m mariposa con el húngaro Tamas Kenderesi en medio.Richard Heathcote (Getty)

La carrera dura menos de dos minutos. Pero el juego que la justifica compromete a los participantes a lo largo de años hasta conformar el sentido mismo de sus vidas. Michael Phelps construyó su leyenda en torno a la prueba de 200 metros mariposa. Fue a sus primeros Juegos con 15 años, en 2000, a nadar una única carrera: los 200 mariposa. Ganó el oro en Atenas y en Pekín batiendo récords en esta especialidad. Y lo perdió en Londres. Se lo arrebató por cinco centésimas de segundo la repentina aparición de un joven atrevido y charlatán originario del sur del Océano Índico y abanderado por Sudáfrica, de nombre Chad Guy Bertrand Le Clos. Desde entonces, ambos nadadores representan un contraste tan viejo como la humanidad. El juego concluye en la noche del martes, en el centro acuático de Río. El boletín del programa refiere lacónicamente que se trata de la final de 200 mariposa.

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Chad le Clos empalmó el lunes la final de 200m libre con la semifinal de los 200m mariposa. Apenas dispuso de media hora para descansar entre un evento y el siguiente. En ambos dio espectáculo. En la final de 200m libre salió a romper la carrera nadando el primer 100 en 50,36s, a ritmo de récord del mundo. El empleo de tanta energía en el arranque siempre entraña el riesgo de hundimiento prematuro. Los nadadores lo llaman táctica suicida. Que lo hiciera por la calle uno, contra el borde de la piscina, incrementó la sensación de aventura desaforada. El arrebato generó tanta confusión en sus rivales que estuvo a punto de darle el oro. Lo perdió en los últimos metros, aplastado por la fatiga y las brazadas largas del chino Sun Yang.

“Fue una carrera loca”, dijo Chad en la madrugada del lunes, aparentemente fresco y de buen humor. “Normalmente nado las pruebas en negativo para volver rápido en el último 50. Esta vez intenté ganar una ventaja para poder nadar en agua limpia y así evitar el oleaje que se crea en la calle uno cuando vas por detrás. Intenté aguantar pero en el viraje del 150 perdí mucho y ahí Sun empezó a recuperar. Cogí la plata, y está bien, pero me habría gustado ganar el oro”.

Media hora después se metió en la cámara de salidas para nadar la semifinal de los 200m mariposa. Cuando vio a Michael Phelps concentrado con su gorro, sus cascos y su capucha, comenzó a provocarle con un juego de pies y manos, como de boxeador que pelea contra su sombra. Phelps le lanzó una mirada inyectada de odio. El estadounidense interpreta el papel de invencible afligido.

La derrota de Phelps ante Le Clos en la final de 200 mariposa de los Juegos de Londres fue un drama que los dos protagonistas analizaron de forma opuesta. Para Le Clos supuso vencer al mejor nadador de la historia, y se resistió a creer las versiones que señalaban que Phelps había llegado a la competición tras abandonar los entrenamientos en 2008, con apenas unos meses de preparación. El sudafricano logró el oro con un tiempo de 1m 52,96s y Phelps la plata, un pestañeo después: 1m53,01s.

La mecánica de la brazada, la necesidad de comprometer los músculos más grandes del cuerpo de forma intensiva, y la distancia que es preciso recorrer a máxima velocidad, convierten los 200m mariposa en la prueba fisiológicamente más exigente de la natación. Ninguna otra produce más ácido láctico en los participantes. Phelps ha batido los últimos ocho récords mundiales. Pero Bob Bowman, su entrenador, asegura que los récords no le impresionaron más que ese tiempo fallido de la final de Londres: “Fue el milagro de un freaky. El tío no entrenó esa prueba en tres años. Nadie más en la historia habría podido presentarse así, en ese momento, a una final olímpica, y alcanzar un punto en el que solo pueden superarte por cinco centésimas”.

Suspendido por conducir borracho en 2014, Phelps no pudo acudir a los Mundiales de Kazán del año pasado. Pero sí nadó los campeonatos nacionales americanos, en donde, tras años de ausencia, hizo 1m 52,94s, su mejor marca con bañador textil y el mejor tiempo de 2015. Al enterarse, Le Clos, que estaba participando en los Mundiales, lanzó un mensaje. “Estoy muy feliz de que Michael haya vuelto en plena forma”, dijo. “Ahora no podrá decir ‘Oh, no he estado entrenando’, y toda esa basura que ha estado soltando. El año que viene será Muhammed Ali contra Joe Frazier”.

El año que viene es ahora. Decía el célebre historiador Johan Huizinga que la existencia del juego “corrobora constantemente, y en el sentido más alto, el carácter supralógico de nuestra situación en el cosmos”. El dualismo de Phelps y Le Clos refleja la división natural de la tribu.

A sus 24 años, Le Clos manifestó su sentido lúdico del acontecimiento jugando a que boxeaba y Phelps, que tiene 31, jugó a ser Phelps, el competidor implacable, el hombre con una misión histórica.

“He tratado por todos los medios de no implicarme emocionalmente en la carreras”, dijo Le Clos, encogiéndose de hombros, cuando le revelaron que una cámara había descubierto su pantomima. “Tengo un gran respeto por Michael. El año pasado hice unas declaraciones que se malinterpretaron. Yo quiero ganar a Michael y él me quiere ganar a mí. Pero soy yo contra otros siete nadadores. Esto no es un duelo con Michael o con Lazlo Cseh. Para mí el planteamiento es sencillo: ‘da igual qué táctica siga; yo te cazaré. Debes temer a alguien que nunca se rinde. Seguiré volviendo a por ti’. Estoy seguro que todos mis adversarios pensarán eso en los últimos 50 metros”.

El carácter lúdico es propio de la acción más sublime. Los Juegos Olímpicos son solo un juego en el que, por suerte, el mundo cotidiano se cancela temporalmente para que los muchachos diviertan a la comunidad.

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Sobre la firma

Diego Torres
Es licenciado en Derecho, máster en Periodismo por la UAM, especializado en información de Deportes desde que comenzó a trabajar para El País en el verano de 1997. Ha cubierto cinco Juegos Olímpicos, cinco Mundiales de Fútbol y seis Eurocopas.

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