Los últimos cimientos de otra era olímpica
La antigua Residencia Joaquín Blume de Madrid, usina de medallas y deportistas de alto rendimiento, será demolida
Los últimos rayos de luz que entrarán por una ventana, ya sin cristal, de la antigua residencia Blume de Madrid, descubren un balón desinflado, cuyo cuero deshilachado imprime algunos polvorientos pelos sobre su propia circunferencia. No queda mucho más en la casa que desde 1975 hasta 2007 albergó a deportistas españoles de alto rendimiento. Será demolida en los próximos días, y con ella se convertirán en polvo 20 años de historias y vivencias de deportistas que lo dejaron todo para competir al máximo nivel. Varios de ellos fueron olímpicos y pasaron allí su vida entera.
Entre los escombros, las puertas de las habitaciones permanecen intactas. De algunas aún cuelga, sobre el picaporte, un cartelito que ruega “No molestar, estoy durmiendo”. Pero dentro no queda nada. Las ventanas han sido removidas y los armarios, vaciados. Un altavoz se agarra de una de las paredes todavía listo para un aviso inminente. Tiene los cables a la vista pero aún es posible imaginar el ruido de la garganta de José Ramón Díaz Flor anunciando el comienzo de clases, una reunión extraordinaria o hasta algún aviso de bomba. Díaz Flor, ex piragüista, medalla de plata en Montreal 1976, es el director de la Residencia Joaquín Blume desde 1988. En noviembre de 2007, la gran familia deportiva española se mudó a un nuevo edificio, dentro del mismo complejo deportivo para detrás del Consejo Superior de Deportes (CSD). “Toda mi vida está ahí”, recalca. “La residencia es mi casa y los deportistas son como mis hijos”.
Cientos de jóvenes pasaron días, meses, años detrás de las paredes de la Blume, entre sueños, frustraciones y expectativas. Incluso alguno de los hijos biológicos de Díaz Flor nació allí, casi sellando ese pacto tácito que convierte también a todos los jóvenes de la residencia en sus hijos. Alguien tenía que contenerlos, educarlos y cuidarlos. Algunos “se desmadraban y gastaban el dinero que ganaban en cosas absurdas”, relata el director y figura paterna de la residencia. “Había que ayudarlos”, continúa. Díaz Flor también recuerda “los momentos más complicados”, aquellos por los que todo padre pasa, como la muerte de un joven por un accidente en un entrenamiento, los conflictos mentales de un chico que quería suicidarse o la vez que tuvo que llevar a uno de los deportistas al hospital porque sufría de un infarto. “Había que asumir la decisión de perforarlo, abrirlo y operarlo. Es una responsabilidad enorme”, rememora, todavía nervioso. “Allí tenía 400 hijos”, subraya.
Cuando los deportistas jóvenes entraban en la residencia debían soportar las novatadas. Primero se disfrazaban de algún personaje y luego los más veteranos los obligaban a comer varios dientes de ajo por cada prenda que no se quitarán. La mayoría, pudorosos, prefería tener mal aliento por algunas horas. Díaz Flor recuerda como si fuera ayer a Gustavo, el chico que se quedó desnudo. “Él no se iba a comer ningún ajo, y terminó siendo la sorpresa de las veteranas, porque estaba muy bien servido”, cuenta entre risas.
En la Villa Olímpica de los Juegos de Río, se repartieron 42 preservativos por deportista. En la Blume, llena de chicos y chicas jovenes se respiran hormonas. “Yo he sido muy estricto con ese tema. Los mayores podían hacer su vida pero los menores vivían en la planta debajo de la mía”. Hasta el 2007 no hubo menores en la Blume, es decir, casi no había adolescentes en la antigua residencia, excepto por alguna excepción, un gran talento o alguien que no tuviera otras opciones.
Otra época olímpica
“La residencia era austera, la habitación más grande tenía seis metros cuadrados”, subraya Díaz Flor, quien se enorgullece de no haber conocido jamás a un masajista. "Las chicas de gimnasia estaban en cuartos con seis literas", comenta. "Nosotros llevábamos el deporte con la cabeza muy alta, los deportistas de hoy están acostumbrados a otra cosa. Pero eso no está mal, fue algo que vino con el progreso".
En uno de los pocos cajones vivos hay un papel sucio. Es un diploma de Atenas 2004 que pertenece a Juan Carlos Higuero, el fondista español. El documento acredita su participación en aquellos Juegos en Grecia. Higuero debe querer olvidarlos: en esa ocasión no alcanzó ni siquiera la final. “No debe querer saber nada de Atenas”, recuerda el director de la Blume, que también debía lidiar con la tristeza generada por el fracaso de cada deportista.
Un criadero olímpico aún vigente
La nueva Residencia Joaquín Blume, que abrió sus puertas en 2007 alberga a más de 300 deportistas. De ellos, 51 competirán por una medalla en los Juegos Olímpicos de Río 2016. Las figuras más destacadas son Carolina Marín (bádminton), Lidia Valentín (halterofilia), Jesús España (maratón), Ray Zapata (gimnasia artística) y Marc Sánchez (natación).
En la década del 80, cuando la casa comenzó a llenarse de deportistas, la comida bajó mucho la calidad. En una ocasión, los atletas hicieron una huelga de hambre y devolvieron las bandejas de la cafetería, intactas. “Nadie nos hizo caso, al otro día estábamos comiendo de nuevo”, recuerda Díaz Flor. “Era otra época, había lo que había y eso nos alcanzaba”, comenta en referencia a las quejas de los deportistas sobre las instalaciones de la Villa Olímpica de Río.
Por la residencia han pasado grandes deportistas, como el velocista Javier Arques Ferrer. La campeona mundial de bádminton, Carolina Marín y la haltera Lidia Valentín continúan viviendo en la nueva residencia. Díaz Flor, que vive allí con toda su familia y ha pasado os momentos “más grandes” de su vida se despide con una dura comparación: “Quisiera ver a los deportistas de ahora vivir una semana de la manera en la que nosotros lo hemos hecho durante años”.
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