Joaquín Blume, víctima del destino
El gimnasta catalán, primer héroe del olimpismo español, falleció en un accidente aéreo antes de alcanzar la gloria
Joaquín Blume era hijo de un alemán, Armand Blume, que se asentó en Barcelona 1921 y se casó allí con una barcelonesa, Mari Paz Carreras. Se ganó la vida como profesor de gimnasia, primero en el Colegio Alemán y luego en un gimnasio que él mismo montó en la calle Padua, la misma en que vivían. Joaquín fue el segundo hijo de la familia, que ya tenía una niña cuando él nació, el 21 de junio de 1933. Con la Guerra Civil, los Blume se trasladaron a Alemania, pero regresaron una vez terminada esta, cuando el futuro gimnasta tenía seis años.
Pronto llamó la atención en el barrio por su agilidad. Destacaba en los partidillos de fútbol en los recreos del colegio, los Hermanos de la Doctrina Cristiana. Cuando cogió una raqueta de tenis pareció que aquello iba a ser lo suyo. Pero lo suyo iba a ser la gimnasia, por voluntad y constancia de su padre y por su propia afición. Se crio prácticamente en el gimnasio paterno, así que entre eso y su buena condición natural, perfeccionada por tantas horas de práctica, resultó un genio precoz de la gimnasia.
Jugaba bien a todo, lo hacía bien todo. Y tenía una enorme facilidad para los idioma", Jordi Bonareu
A los 15 años ya era campeón de España. Claro, que entonces la gimnasia española estaba muy poco desarrollada. Pero otra cosa fue cuando, con sólo 16 años, fue cuarto en un certamen internacional en Lisboa. La Delegación Nacional de Deportes decidió apostar por él, le buscó certámenes internacionales y, ante su incesante progresión, se decidió, en 1952, mandarle a los JJ OO de Helsinki. Tenía sólo 19 años. "Me conformo con quedar entre la primera mitad", dijo al partir. Se clasificó el 56 de 212.
Perfeccionista nato, fue noticia cuando se compró una cámara de cine para grabarse y para grabar a sus rivales en los campeonatos internacionales, a fin de mejorar sus movimientos. Su primer gran campanazo se produjo en los Juegos Mediterráneos de 1955, con cinco oros. Eso le elevó a gloria nacional, pero él sabía que la verdadera rivalidad la tenía en otros lares, entre los alemanes, los japoneses y los rusos.
Por aquel tiempo hizo amistad con Jordi Bonareu, el mejor jugador nacional de baloncesto de la época, que le recuerda como alguien absolutamente superdotado. "Jugaba bien a todo, lo hacía bien todo. Y tenía una enorme facilidad para los idiomas. Hablaba alemán, claro, por sus padres, y aprendió francés, inglés, italiano y hasta ruso".
El ruso lo aprendió por su rivalidad con los rusos y su obsesión por aprender de ellos. Y por un golpe de suerte: "Un día, en un concurso, acababa de hacer su ejercicio. Cuando regresó le dijo a su entrenador: '¿Bien, no? Ahora para ganar sólo falta que se caiga este cabrón'. Lo decía mientras pasaba ante ellos un gimnasta ruso. Para su sorpresa, éste se volvió y le dijo, en buen castellano: 'El cabrón lo serás tú'. ¡Blume se quedó helado! Resulta que aquel ruso era hijo de española, una niña de la guerra, y hablaba español perfectamente. Luego se hicieron grandísimos amigos. Y él fue quien le enseñó el ruso".
A Bonareu le admiraba de Blume que tenía tiempo para todo. Estudiaba Comercio, idiomas, hacía cinco horas diarias de gimnasio, salía con los amigos, viajaba a exhibiciones y campeonatos, se casó, con una compañera del gimnasio, María José Bonet. El día de su boda, tras cortar la tarta, ambos fueron al gimnasio, donde él hizo el cristo en las anillas, vestido de novio, para deleite de los fotógrafos.
En 1956 llegaban los JJ OO de Melbourne. Se presumía que Blume iba a ser la estrella española, en unos años de deporte depauperado, en los que los únicos deportes olímpicos en los que nos defendíamos eran el hockey hierba y la hípica. Poco antes, en una exhibición en Hannover, ganó a casi todas las grandes figuras de la época.
Pero España no fue a Melbourne. La URSS había aplastado el invierno anterior, con los tanques por delante, un levantamiento en Hungría. Hubo un movimiento internacional de rechazo. Se habló de expulsar a la URSS, o de boicoteo del mundo occidental a los JJ OO. El boicoteo quedó en poco: España, Holanda y Suiza. Más Líbano e Irak por la guerra del Canal de Suez.
Para Blume (como para Bonareu, Quadra Salcedo y varios otros, que veían esfumarse su sueño) fue un mazazo. ¡Fue hasta Hungría, y España no, en solidaridad con ella! Blume manejó la idea de acudir por Alemania, pero la descartó.
El gimnasta estrella fue el ruso Tschkarin, con 114,25 puntos. Blume había hecho 113,90 en el concurso internacional de Hannover.
El día de su boda, tras cortar la tarta, fue al gimnasio, donde hizo el cristo en las anillas, vestido de novio
La compensación le llegó en la Copa de Europa disputada en París en octubre de 1957. Allí ganó en anillas, potro con aros, paralela y la combinada. Fue segundo en barra fija. L'Equipe le dedicó una página llena de elogios: "No se recuerda un caso parecido excepto cuando Bannister corrió la milla en menos de cuatro minutos", concluía el largo artículo.
Un gentío le recibió en Barcelona en su regreso a la estación de Francia. Tenía entonces 24 años. Los JJOO de Roma, en el 60, le pillarían con 26 para 27. En plenitud. Eran su gran ilusión. Pero…
El miércoles 29 de abril de 1959 volaba de Barcelona a Madrid, escala previa para ir a Tenerife, a una exhibición. Con él iban su mujer (con quien ya había tenido una niña) y varios compañeros del gimnasio. El avión, un bimotor DC-3, matrícula EC-ABC, de Iberia, sale a las 15,25 de Barcelona. Encuentra tormenta y al pasar a la altura de Calamocha anuncia un desvío de su ruta. Luego, se pierde el contacto con él. A Madrid no llega a la hora prevista. Pasa una hora, dos, tres… La Guardia Civil informa que a las 20:15 se han presentado tres trabajadores del monte en el puesto de Valdemeca, en Cuenca. Han informado que sobre las cinco y media han escuchado un estruendo, han acudido al lugar y han visto un avión estrellado, sin supervivientes.
Raimundo Saporta, que es de los primeros en saberlo, llama a Barcelona a Juan Antonio Samaranch, delegado regional de deportes, para comunicárselo. Éste acude a casa de los Blume, a dar el pésame. Sube, llama a la puerta y le abre el padre, que le recibe tan jovial. "¿Vienes a ver a Joaquín? ¡Qué lástima! Esta misma tarde ha salido para Madrid con todo el equipo. Van a Tenerife". Samaranch se quedó paralizado. No se animó a decirle nada. Se despidió, bajó a la calle y dejó pasar media hora. Luego volvió, esperando que el padre ya se hubiera enterado por la radio, como así fue, para darle el pésame.
No hubo supervivientes. Los cuerpos fueron recogidos, en un radio amplio, en la Sierra del Telégrafo, en un lugar en el que se instaló una cruz de piedra, con el nombre de todos los fallecidos. Cada año hay una llamada Marcha Blume, una subida a pie desde la Huerta del Marquesado, hasta el lugar.
Un homenaje a la memoria del que nació para ser nuestro primer héroe olímpico, quizá el mejor de todos, pero que se topó con un destino fatal.
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