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El mistral roba el Ventoux al Tour

La ascensión se recorta seis kilómetros por temor a ráfagas de 120 km/h

Carlos Arribas
Imagen panorámica del Mont Ventoux.
Imagen panorámica del Mont Ventoux.BORIS HORVAT (AFP)

El Ventoux es el monte del viento que, cantaban los poetas desde Petrarca, sopla sin parar y hace enloquecer y penar, y crea el paisaje que todos asemejan al de la luna, como si hubieran estado allí, en la luna. El viento, que sopla en su cima más de 90 kilómetros por hora dos de cada tres, días del año, 240 días en total, roba el oxígeno y el agua. No hay vegetación en sus últimos kilómetros, solo piedras blancas refulgentes y afiladas que se clavan en las suelas, y los ciclistas que alcanzan su cima, a 1.912 metros, se asfixian y gritan, aire, aire. El Ventoux es la desolación y el miedo, la soledad y la muerte de Simpson, las imágenes tantas veces emitidas, y los ciclistas enfrentados a una fuerza que sienten superior y les obliga a ir más allá de su voluntad.

Es una lástima, es una subida que se adapta muy bien a mis características" Nairo Quintana

No se subirá hoy el monte del viento porque se prevé que el mistral, el poético nombre de la corriente que lo azota tan habitualmente y que lo conforma, sople a 120 kilómetros por hora, demasiados para un ciclista que podría salir volando por los aires si una ráfaga convierte en una vela las ruedas y el cuadro de su bicicleta. El Tour ha recortado la que debería haber sido su décimo final en la cima y la meta se instalará en el Chalet Reynard, que, a 1.435 metros, marca el límite entre el bosque umbrío y la desolación de los últimos seis kilómetros inhumanos. Se subirá el Ventoux dice el Tour, y será aún un puerto muy duro, pero no será el Ventoux, porque el Ventoux es su paisaje y su aire. Se subirán 10 kilómetros que son los más duros (900 metros de desnivel entre Saint-Estève y el Chalet, 9% de pendiente), pero el vencedor no gozará de la grandeza ni de la foto icónica que se ganan los que triunfan en la cima.

Imagen panorámica del Mont Ventoux.
Imagen panorámica del Mont Ventoux.BORIS HORVAT (AFP)

A Nairo, que soñaba con el 14 de julio desde que supo que se subiría y quería dar un vuelo simbólico a su victoria en el paisaje árido, el recorte no le ha gustado. “Es una lástima”, dijo el ciclista que hace tres años terminó a unos segundos de Froome y se desvaneció por el esfuerzo nada más cruzar la meta. “Es una subida que se adapta muy bien a mis características”.

A Froome, tan alegre de amarillo como un niño tan feliz, el recorte le parece bien porque para su ataque previsto los últimos kilómetros, que, aunque no sople muy fuerte, siempre se hacen con viento de cara y el balance entre esfuerzo y ganancia es negativo. “Un Ventoux con viento de cara no vale para nada”, dice Jeff Bernard, el ciclista que, desde que ganó la cronoescalada al monte calvo en 1987, un día de mucho calor y calmo, tiene el récord de la ascensión. “La diferencia hay que hacerla entonces atacando de lejos, antes del Chalet, y después para mantenerla o aumentarla en unos segundos hace falta excesivo esfuerzo, que no compensa”. Visto así, no desaprovechará el líder inglés, conquistador del Ventoux en 2013, lo aprendido hace dos semanas, cuando en un solo día ascendió dos veces hasta su cima, hasta el observatorio que marca el límite con la luna.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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