Pizzi y Martino, vidas cruzadas
Los dos entrenadores argentinos tienen trayectorias singulares en el césped y en los banquillos
Cuando Juan Antonio Pizzi y Gerardo Martino se abracen con respeto y aprecio antes de sentarse en los banquillos del Metlife Stadium seguramente reducirán en un fugaz viaje en el tiempo los más de 8.000 kilómetros de distancia que separan el estado de Nueva Jersey de la provincia argentina de Santa Fe. Sus trayectorias futbolísticas se cruzan desde finales de los ochenta. En esa época Pizzi, nacido en Santa Fe capital, era un veinteañero que comenzaba a vivir del gol en Rosario Central. Había perdido un riñón con 18 años, tras un choque con el portero Bonano en un entrenamiento. Dos años después el legendario técnico Ángel Tulio Zoff le hacía debutar en Primera. Central era el vigente campeón nacional, y Pizzi todavía recuerda que la bienvenida a la máxima categoría se la dio el central de River Oscar Ruggeri con un codazo en el pómulo. El Tata Martino, oriundo de Rosario y seis años mayor que Pizzi, ya abanderaba un equipazo formado por canteranos de Newell’s que ganaba títulos y dictaba cátedra. En el viejo estadio de Newell’s, Parque Independencia, solía escucharse un cántico destinado al nuevo ídolo: “Boca no te vayas, Boca vení, quédate a ver al Tata, parece Platiní”.
Jorge Valdano recuerda que Pizzi lideraba desde el buen rollo
Pizzi era el joven y espigado ariete de los canallas de Central. Martino el exquisito volante creativo de los leprosos de Newell’s. Los 30 goles que Pizzi firmó en dos temporadas le llevaron al Toluca mexicano. Martino también cambió de aires: el técnico Jorge Solari le convenció para fichar por el Tenerife en 1991. Julio Llorente, aplicado defensa del equipo isleño en los noventea, recuerda a Martino como un jugador “con una personalidad muy acusada y dotes de liderazgo. Mostró su voz de mando nada más llegar. Y además técnicamente era un jugadorazo, con gran visión de juego y un desplazamiento de balón extraordinario”. La aventura de Martino en Canarias apenas duró seis meses. Volvió a casa. Y justo cuando salía de la isla, aterrizaba en Tenerife Pizzi. Llorente también destaca la personalidad del delantero: “Era discreto y callado, pero cada vez que hablaba se hacía notar. Potenciaba sus virtudes y minimizaba sus defectos. Era buenísimo en los desmarques al espacio y tenía dotes de rematador”. El cuerpo técnico de aquel delicioso Tenerife con alma argentina recuerda a Pizzi con mucha estima. Jorge Valdano afirma que “era inteligente para todo. Lo mismo para buscar los espacios que para ordenar la primera presión de todo el equipo. Jugador de una potencia descomunal, pero con muy poca resistencia. El físico, más que una herramienta, era un potro de tortura para él. Un tipo encantador que lideraba desde el buen rollo. Como siempre que un vestuario está ante un tipo con criterio, cada vez que hablaba se hacía el silencio. No me extraña que todo esto lo capitalice como entrenador”. Ángel Cappa completa la imagen: “Siempre ha sido un tipo sano, frontal y honesto. Nunca tuvo un exceso de facultades técnicas. Pero siempre tuvo un exceso de voluntad”.
Ambos han jugado y han entrenado en la Liga española
Sus goles en el Tenerife le valieron nada menos que un fichaje por el Barcelona y su convocatoria con la selección española, con la que convirtió ocho tantos. Uno de ellos le convirtió en el primer futbolista nacido en Argentina que le marca un gol a su país de origen. Por aquel entonces Martino estaba mascando su retirada, que se produjo en clubes de Chile y Ecuador, para iniciar su camino en los banquillos. Pizzi estiraría su carrera hasta 2002, colgando las botas en el Villarreal. Quería ser entrenador, e incluso estuvo unos meses colaborando en el fútbol base del Barça, donde vio por primera vez a un crío rosarino llamado Messi. Su primera experiencia como técnico profesional no pudo ser más traumática: en 2005, formando dupla técnica con su excompañero peruano Chemo Del Solar, fue contratado por Colón de Santa Fe, en la primera división argentina. Tiempos de histeria en un fútbol cuyos clubes fagocitaban entrenadores a velocidad demencial. La aventura de Pizzi en Colón duró tres partidos y le despidieron por teléfono. Su sustituto en Colón no corrió mejor suerte. Duró seis partidos y era Gerardo Martino. Había hecho un gran trabajo en clubes paraguayos, país al que volvería para acabar alcanzando el banquillo de la selección nacional a la que hizo crecer hasta clasificarla hasta el Mundial 2010 en el que cayó en cuartos ante España. Pizzi también se buscó la vida lejos de casa: Perú y Chile. Después, regresó a las fuentes, a Rosario Central. Estuvo a punto de devolver a Primera al club. No lo consiguió, pero la reputación que ya se había ganado le llevó a dirigir a un grande: San Lorenzo de Almagro. Fue campeón del Torneo Inicial 2013. El semestre anterior el título había sido para Newell’s... de Martino.
Europa fichó a ambos. Tata al Barcelona y Pizzi, en navidades, al Valencia. Los dos técnicos santafesinos se medirían de nuevo en el Camp Nou. 2-3 para los visitantes, en la única derrota liguera que cosechó el Barça de Martino en casa. La selección argentina llamó a las puertas del Tata en 2014. La de Chile, para sustituir a Sampaoli, a las de Pizzi ya en 2016. Los dos enemigos vuelven a encontrarse por el título de América.
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