Piqué, patria y fútbol
El buen juego ante los checos y el gol del catalán refuerzan lo único que es la selección, el España Fútbol Club
No conviene ser extremista, el fútbol es un desmentido constante. Un solo partido, bueno o malo, ni es la nada ni es el todo. Como en el juego no se puede predecir, el presente es la única pista fiable. Y las óptimas huellas dejadas por España tras su encuentro con la República Checa no pronostican campeón alguno, pero sí permiten combatir dudas e inyectar una dosis de optimismo. Al mismo tiempo, deberían espantar de una vez para siempre los rancios estigmas del cutrerío patrio. No acaba por fumigarse esa burricie que permanentemente acecha a la selección, desde las medias de Arconada a las de Xavi y ahora con Piqué, sobre el que desde hace tiempo también se quiere proyectar una carga que trasciende lo puramente deportivo.
Todavía hay un amplio sector, mediático, político y social, que se resiste a cambiar su paleolítica mirada sobre la selección de fútbol, no sobre otras. Donde solo hay un grupo de jóvenes que juegan al fútbol con la camiseta de su país con la idea de subrayar su prestigio y hacer feliz a la gente, hay quien se empecina en ver a la selección como un artefacto sectario, como bandera de una única idea patriótica, la suya. Son aquellos que dan con el mazo del españolímetro, a Piqué el primero, hasta el punto de que resulta hilarante que después de su gol se debatiera en las redes si ello alegraba a todo el mundo o, incluso, hubiera sido preferible el empate antes que semejante afrenta nacional. Frente a la intolerancia, inteligencia. Por ejemplo la de Vicente del Bosque, que permite a cada cual expresarse como es y se siente.
El azulgrana, por bocazas que sea, siempre ha sido coherente. Es catalán y defiende al Barça con orgullo, y con piques y pullas a su gran contrario futbolístico, el Real Madrid. Es español, voluntariamente ha defendido a La Roja en 78 ocasiones y no dudaría en pinchar a cualquier adversario de existir una rivalidad crónica entre su selección y alguna otra, lo que no se da. Así es Piqué, de azulgrana o de rojo. Para cabreo de muchos, capaz de discernir un color u otro, de entregarse por ambos aunque sea a su manera, tan honesta como discutible muchas veces.
La Roja es un grupo de jóvenes que juega con la camiseta de su país por su prestigio y para hacer feliz a la gente
Sus propios enredos periscópecos o microfónicos —jamás con España— le han llevado, a estas alturas de su carrera, a tener que reivindicarse con gestos como los del lunes en Toulouse. “Mi hijo está en la grada con la camiseta española”. Los presentes en el estadio pudimos dar fe al verles pelotear por el campo en solitario muchos minutos después de haber concluido el partido. Piqué también se reconcilió con Sergio Ramos en las redes sociales. Es un tipo avispado, pero quizá no haya calculado que puede ser el brote de otra amistad peligrosa a ojos del pensamiento único. Como lo fue la de Xavi con Iker, al que también se le ha pasado factura por su buena relación con el propio Piqué.
El reto con los checos no solo dejó un excelente poso futbolístico, sino gestual. Una gestualidad espontánea, no impostada. La ya citada de Piqué, la piña colectiva tras el triunfo, el buen humor natural de Casillas como suplente en su calentamiento a De Gea y la explosión de felicidad del capitán con el gol, cuando despegó del banco de reservistas colmado de euforia. Nada de quedarse a la sombra con el desapego de quien se siente menospreciado, y más en este juego en el que es casi costumbre que en los banquillos vuelen botellas, chándales, toallas y lo que se tercie cuando se resiente el egómetro de muchos y muchos, incluso los de menor pelaje. En Toulouse todo fueron síntomas de la buena salud del grupo, los del centro, la periferia o el interior, titulares y suplentes, veteranos y noveles, los de izquierdas, derechas o centro. Juntos sienten, sufren y festejan por el España Club de Fútbol. Como si es el día del Piqué Fútbol Club. Sin más.
Si hubo detalles del buen rollo general, no fueron pocos los argumentos futboleros que enfatizaron el cartel de campeón de España. Ante un rival tan impermeable, dispuesto como un encierro sanferminero, los jugadores de Del Bosque leyeron a la perfección el partido, no se impacientaron, insistieron e insistieron con su propio estilo. Según los datos oficiales de la UEFA, España tuvo el balón en juego durante 40 minutos y 41 segundos y solo concedió 19 y 46 a la República Checa. Un dato abrumador que revela que, hasta la fecha, nadie ha mostrado tanta superioridad, fuera Francia, Alemania, Inglaterra o Italia.
En el estreno español la posesión no fue un frío dato. En ocasiones, La Roja ha sido más posesiva que hiriente, más retórica que punzante. Ante los checos, no. Lo demuestran los 17 remates y lo engrandece que todos fueron producto de la astucia del juego, no de pelotazos al azar. España remó por fuera y por dentro, con el revoltoso Nolito dale que dale, el incomparable compás de Iniesta, la pericia de Silva, el agite al contrario de Morata, el empuje de Aduriz, la solidaridad de Busquets, la eficacia puntual de De Gea y la versatilidad de Ramos y Piqué, firmes en la zaga e invasores del área enemiga. En el tardío gol, a espaldas del catalán estaba el andaluz. Nadie mereció tacha alguna. Tampoco Cesc, aunque, pese a su tesón, fuera el menos lúcido. Su posición es, por ahora, la menos cuajada de La Roja. Sobre ello debería gravitar el debate. Tiene que ver con el fútbol, como Piqué. El congreso de patriotas apunta a otros escenarios. Que no encizañen.
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