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Del Bosque: “No creo que me comprometa con nadie tras la Eurocopa”

En una entrevista previa a la Eurocopa, el seleccionador charla sobre su vida, su carrera deportiva y cómo afronta su último gran reto

José Sámano
Vicente Del Bosque durante un entrenamiento de España.
Vicente Del Bosque durante un entrenamiento de España.Luis Sevillano

Vicente del Bosque y la vida. Cerca de la retirada, a los 65 años, el seleccionador repasa su lado más íntimo. Una charla en la que quedan aún las cuestiones deportivas puntuales, aspectos que el técnico ya irá desglosando durante la inminente Eurocopa. De esta entrevista, realizada con motivo del 40 Aniversario de EL PAÍS, ya se publicó un extracto en un suplemento sobre la efeméride. Esta es la versión completa.
Pregunta. Todo comienza en 1968, en un Renault 8 conducido por Toñete desde Salamanca hasta Madrid…
Respuesta. Era un señor de Salamanca que se dedicaba a reclutar jugadores y me acercó al Real Madrid, que me había visto en un torneo con el Salamanca. Así fue, y me vine a la aventura.
P. Tras cesiones al Córdoba y al Castellón, un tímido como usted, de provincias, ¿cómo entra al vestuario del Real Madrid?
R. Fueron años en los que era muy normal que subieran los de la cantera. Me tocó justo cuando se abrió el mercado a los extranjeros, en la temporada 73-74, cuando llegaron Netzer y Pinino Mas. También llegaron Rubiñán, del Deportivo, y Planelles, que era canterano. Al entrar al vestuario, lo mío más que timidez era respeto. Había jugado algunos amistosos y partidillos con los del primer equipo, en el que estaban muchos de los que habían ganado la Copa de Europa del 66. Y duré hasta que apareció La Quinta y me di cuenta de que me quedaba poco. En aquellos tiempos íbamos con veteranos que nos trataban muy bien, como Pirri, Amancio, Manolo Velázquez… A Manolo no le gustaba nada que le despertaran. Antes era costumbre que en los hoteles nos llevaran el desayuno a la habitación y yo, por no molestarle, pues no desayunaba, aunque lo estuviera deseando. No quería que se enfadara.
P. ¿Con qué se queda de aquella camaradería de lo que son ahora los vestuarios, que más bien parecen camerinos?
R. Creo que no hay grandes diferencias. Los tiempos van cambiando, pero se mantiene la rivalidad por jugar en plantillas de 23. En nuestros tiempos, con Miguel Muñoz, sabíamos de memoria quiénes iban a jugar y a nosotros nos tocaba ser meritorios. La sustancia, la naturaleza del vestuario era la misma que hoy.
P. Suele recordar: “En el Real Madrid no disfrutábamos de las victorias y, sin embargo, las derrotas eran muy dolorosas”.
R. Sí, sí, desde niños nos acostumbramos a ganar pero afortunadamente la gente del club relativizaba los triunfos, no te hacían creer que fueras alguien.
P. ¿El fútbol vivió la Transición o estaba en otro mundo?
R. Hombre, fue una época apasionante en la que no hice caso a mi padre, que me decía: “No te metas en política, no te metas en política”. En el 77 y 78 parecía que fundar la AFE [el sindicato de futbolistas] era un atentado a lo establecido. A los del Real Madrid no nos faltaba de nada, pero yo me metí por pura convicción. Vivimos aquella etapa de reformas y rupturas con mucha curiosidad. Los paros, que fueron muy populares, nos ocasionaron algún disgusto, en el Madrid no era fácil, pero debo decir que los directivos tuvieron un comportamiento exquisito con los jugadores. Jamás nos coartaron, no mermaron nuestra libertad. Y no se puede decir lo mismo de otros clubes.
P. ¿Secuelas políticas de don Fermín, su padre, que pasó 838 días encarcelado?
R. No nos dejó rencor hacia nadie, siempre decía que había buenos y malos en todas las partes.
P. En aquellos tiempos tenía a Vujadin Boskov como entrenador, alguien cultivado que solía decir que “el que solo sabe de fútbol ni de fútbol sabe”.
R. No solo hablaba de fútbol, nos pillaba a unos cuantos, nos citaba fuera del club y hablábamos de todo. Era fantástico. A mí, como era lento, me llamaba “torturado” en vez de tortuga [risas]. Lo malo era cuando te llamaba por el apellido. Si lo hacía por tu nombre era todo más familiar.
P. Hablando de torturas, ¿qué jugadores le martirizaban?
R. De los que nos torturaban se encargaba Camacho, que normalmente hacía los marcajes individuales. Antes, en el medio campo era una lucha de uno contra uno. Recuerdo a un argentino del Hércules, Saccardi, que era muy duro, por no decir otra cosa. Seguro que es una buena persona, pero nada más salir al campo empezaba a meterse contigo, jugaba sus armas, era muy cruel. Yo le decía a Wolff, argentino como él y compañero mío en el centro del campo: “Oye, ve tú y dile algo, que no le aguanto…”. Saccardi era todo lo contrario a Perico Alonso, el padre de Xabi, que no te decía ni buenos días. Era como un robot.
P. A los 26 años, aún en activo, ya quiso ser entrenador, pero entrenador formativo. ¿Por qué?
R. A esa edad ya fui consciente de que el fútbol se acabaría, que aquello no era para toda la vida. Habían influido mucho los entrenadores que había tenido, Boskov, Miljanic, Molowny. Lo mismo les sucedió a Portugal, Juanito, Camacho, García Remón… Todos estábamos deseando ser entrenadores. Pero yo no tenía el ansia por ser técnico profesional, casi lo rehuía. Molowny me citó en un pub cuyo dueño era Goyo Benito… Notaba que llevaba varios días que cuando me veía se ponía colorado, no sabía cómo entrarme. Entonces, aquel día, Molowny me dijo: “Si quieres jugar sigue aquí o en otro equipo, pero me gustaría que siguieras en el club en otra función”. Tenía 33 años y empecé la etapa más enriquecedora de mi carrera. Ganaba poco dinero, pero me sentía muy útil buscando jugadores por todos los sitios y educarlos.
P. Cuentan que se agarraba unos berrinches de miedo cuando alguien no apagaba la luz, los que tiraban la botella de agua, los que no recogían los balones...
R. Teníamos empleados que luchaban por recuperar un balón, algunos hasta en zonas donde había peligro, como en la zona en la que estaban las pistas de tenis de la Ciudad Deportiva. Ese orgullo de compromiso con una empresa hay que tenerlo, no debe estar en desuso. Me pasaba el día diciendo: “Oye, cómo os dejáis la luz encendida”. Bobadas que quizá no reporten nada, pero sí hacen ver que hay que ser austero… Molowny contaba que fue a ver a un jugador a Argentina y se quedó en un hotel muy malo. Al llegar le dijo Raimundo Saporta: “Cuando vaya solo vaya donde usted quiera, pero cuando represente al Madrid tiene que ir al mejor hotel”. Y todos los que nos criamos alrededor de Molowny fuimos un poco como él, austeros.
P. Tampoco le gustaba que los técnicos abrazaran a los niños.
R. No me gusta nada, es verdad, no creo que se deba dar así. Un niño no tiene por qué abrazarse a un adulto y además solíamos golear a equipos de colegios. Hay que respetar a los más humildes.
P. En 1989 le cambia la vida con el nacimiento de Alvarete [tiene síndrome de Down].
R. Sin duda. Te planteas muchas cosas desde la ignorancia, te enfrentas a algo desconocido y hay que ponerse en manos de profesionales y hablar con quien tuvo la misma experiencia. Asumimos lo que teníamos y buscamos qué era lo mejor. Así hemos ido cubriendo sus etapas hasta que ahora ya trabaja. No hemos cambiado de casa por él, hay 90 vecinos y bajaba al jardín o a la calle y tenía relaciones.
P. ¿Alvarete sigue con sus frecuentes llamadas y mensajes a Xavi Hernández?
R. Su madre le ha quitado el teléfono porque ya se hacía muy pesado. Encima, Xavi está en Qatar y hay gran diferencia horaria. Él se acerca a quien le da cariño.
P. ¿Saben ya de qué demonios habló con Zapatero durante las celebraciones del Mundial?
R. Es entrañable ver las imágenes, pero Álvaro no dice nada, no hay manera. Supongo que hablarían de cosas normales.
P. En 1996 pasa de entrenar a críos a dirigir a una constelación de egos del primer equipo del Madrid. ¿Cómo lo llevó alguien como usted que sostiene que el ordeno y mando está en desuso?
R. Con los chavales tuve la suerte de haber tenido su experiencia, ser un chico de provincias que había venido a Madrid para ser futbolista y viví en mis carnes cómo nos trataron. Luego lo hice yo. Era importante que los padres supieran que sus hijos estaban en buenas manos. No corregíamos al que era mal estudiante, pero el que venía siendo un buen estudiante aquí hacíamos que lo siguiera siendo. También había que inculcar unas normas. Nunca olvidé que, siendo yo canterano, ganamos al Atlético y no fuimos al cole, menudo broncazo nos echaron. Luego ya, cuando dirigí al primer equipo yo tuve suerte. Hay un poco de leyenda con los vestuarios. Por lo general, he tenido vestuarios con gente generosa y no he tenido grandes problemas. El éxito dentro de un vestuario es ser normal, de verdad que no he hecho nada especial. Hemos sido bastante directos. No puedes estar dando explicaciones todos los días, pero sí ser lo más directo posible. Los chicos colaboraron mucho. Llegaron Ronaldo, Zidane, Figo… Pero ya teníamos jugadorazos fantásticos como Raúl, Hierro, Redondo... No cambié mucho mi comportamiento respecto a los días de los campos de tierra.
P. Usted iba de normal en un club que quería ser extraordinario. Vaya cruce de caminos, ¿no?
R. No quiero dar la imagen de santo, pero tampoco soy tonto. Hay que preocuparse de que la convivencia vaya bien y de darle al jugador una herramienta deportiva. Fueron cuatro años y luego ves lo que suelen durar los entrenadores que han ido pasando y ves que casi fue un éxito. En abril dijo el presidente que íbamos a durar mucho juntos y en un mes se rompió la relación. ¿Perdimos en Turín [con penalti fallado por Figo] y eso influyó? No creo, habíamos jugado y ganado dos finales y disputado otra semifinal. Era un ciclo fantástico. Seguramente fue la erosión propia de un entrenador, porque a uno le buscan por ogro, a otro por débil, otro porque entrena mucho, otro porque entrena poco... Y al presidente le van con unas cosas y otras.
P. Le echaron porque en el club querían la pantalla táctil, no la tiza. ¿Se sintió despreciado?
R. Eso fue una maldad. Además, innecesaria, ¿por qué justificar un despido cuando no hay nada que justificar? Igual ya no éramos necesarios, aquella maldad no tuvo ningún sentido. Bastaba con que dijeran que querían mover la tierra. Quizá con los años hayan pensado: “Para qué dijimos eso, no tenía ningún sentido”.
P. Estuvo cerca del Athletic, equipo de su infancia, pero fue a Turquía. ¿Qué tal la experiencia?
R. Preciosa etapa, en lo personal y profesional, aunque solo fueran ocho meses. Era salir de las cuatro paredes del Madrid en las que había estado toda la vida y enfrentarme a otras mentalidades, distintas profesionalidades, ni mejores ni peores. Para mis hijos es de los mejores recuerdos. Para Álvaro fuimos al Instituto Cervantes y nos propusieron a un sabio de Carabanchel que no se había dedicado nunca a la discapacidad, pero resultó fundamental para su desarrollo formativo.
P. En su siguiente etapa llegó la gran cumbre, el marquesado y todas esas pompas. Pero del fútbol usted se queda con el éxito y el fracaso como espejo social.
R. Sí, es cierto. Le dije en una comida a Felipe González que habíamos desdramatizado las derrotas y puesto en valor las victorias con moderación. Me dijo que eso era fortaleza emocional. Te das cuenta de que todo es efímero, muy pasajero.
P. ¿Con qué se queda de la gran pasarela?
R. Con las relaciones personales, pese a que tuvimos que tomar decisiones muy duras, como prescindir en 2008 de Senna, que había sido de los mejores en aquella Eurocopa. Hace poco oí quejarse a Arbeloa. Claro, y si le preguntas a otros que se quedaron por el camino como Capdevila, Güiza... Pues todos se quejarán. Quizá fuimos injustos con Xavi ante Chile, en Brasil, al no ponerle porque pensamos que ellos nos iban a presionar mucho. Fue muy doloroso. Es la parte más negativa.
P. ¿El peor momento, incluso pese al batacazo en Brasil 2014, fue la tormenta de clásicos incendiarios Madrid-Barça?
R. Sin duda, fue de lo más desagradable que hemos vivimos, pero afortunadamente se dieron cuenta. La imagen fue malísima.
P. Su jubilación está muy cerca y ha dicho alguna vez que tras la Eurocopa no se comprometería con nadie. ¿Lo sostiene?
R. No se puede ser absoluto, pero no creo que me comprometa con nadie más allá del final de la Eurocopa.
P. ¿Cómo se ve de jubilado?
R. Dicen que es más importante el trabajo que el salario... Intentaré tener alguna ocupación que me haga salir de casa a diario.
P. Retirado ya no tendrá excusas para no cumplir con una vieja deuda matrimonial, llevar a Trini, su esposa, a la Feria de Sevilla.
R. Esa cuenta ya está saldada, ha ido por su cuenta.
P. ¿Y la de aprender inglés, carencia que tanto lamenta?
R.
Llego tarde... He sido un estúpido, un torpe y de todo.
P. Lee, escucha y mira. Pero no ve un programa entero.
R. Sí, leo casi todo, sobre todo de cuestiones deportivas. Me entero, pero me entra una cierta desazón en ocasiones. Los programas que están minutos y minutos analizando un gesto que se sustancia en tres minutos pues los dejo.
P. ¿Hay crisis de liderazgo?
R. Sí. No entiendo toda esta política de televisión. Dirán que es por la transparencia, pero las cosas se gestionan en privado.
P. ¿Sigue sin perderse un crucigrama del dominical de EL PAÍS?
R. Siempre... Tienen a gente con mucho arte para los crucigramas.

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Sobre la firma

José Sámano
Licenciado en Periodismo, se incorporó a EL PAÍS en 1990, diario en el que ha trabajado durante 25 años en la sección de Deportes, de la que fue Redactor Jefe entre 2006-2014 y 2018-2022. Ha cubierto seis Eurocopas, cuatro Mundiales y dos Juegos Olímpicos.

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