El Madrid de las visiones
En 25 años el Real ha ganado siete Ligas y cinco Copas de Europa, números que describen una forma de entender el club, volcado a su competición fetiche
Viernes noche en Milán, un restaurante en la Vía Vittor Pisani, a tres kilómetros del Duomo. Milán es atlético; en ruido, en camisetas, en fiesta. En ese rincón del centro aficionados madridistas ocupan varias mesas; con los licores, se vienen arriba y empiezan los cánticos mientras aporrean las mesas. En el salón se asoma un hombre fuerte, de perfil cansado y cabeza rapada. Observa la escena divertido con las gafas en la punta de la nariz. Uno de los aficionados lo reconoce: es Adriano Galliani, consejero delegado del Milan. Galliani también lo reconoce a él, son viejos amigos: se dan un abrazo, Galliano recuerda su amistad histórica con el Madrid, los lazos aristocráticos que unen a los dos clubes con más Copas de Europa (10 el Madrid esa noche, 7 el Milán; razón por la cual, cabecea Galliani, quizás deba ganar el Atlético mañana).
El club más laureado de la historia no sabe a qué juega desde hace 25 años, y en ese tiempo ha ganado todas las finales de Copa de Europa que ha jugado
No hay duda de que el restaurante es milanista: no sólo Galliani está cenando allí en una mesa, sino que de las paredes cuelgan dos enormes fotografías que despiertan el fervor de los blancos. En una, un joven jugador llamado Fabio Capello levanta la Copa de Europa abriéndose paso entre una multitud; en otra, Carlo Ancelotti es manteado después de conseguir una Champions.
Milán es el escenario de la leyenda negra del último Real Madrid de fútbol reconocible, de huella genética: el Madrid de la Quinta. Cuando perdió aquí 5-0 en la peor noche europea —sigue siéndolo— se habían enfrentado dos culturas que aspiraban a quedarse con el continente: la fábrica de fútbol de los Míchel y Butragueño contra la revolución contracultural de Sacchi capitaneada por Baresi y liderada por Rijkaard, Gullit y Van Basten. Los dos tenían un patrón de juego, una manera de ver el fútbol; los dos eran una escuela. En Barcelona Cruyff llevaba un año tratando de aplicar la suya, completamente diferente, en una plantilla que explotó dos años después en el Dream Team.
Ha pasado desde entonces más de un cuarto de siglo y el Madrid no ha vuelto a tener un estilo propio. Nada que le durase más de dos temporadas. Entrenadores defensivos, ofensivos, revolucionarios, modernos y antiguos, españoles y extranjeros. La excelencia, la palabra de moda del florentinismo, trajo una sucesión de cracks y un sobrenombre, por fin: el Madrid de los Galácticos. Pero aquello no tenía que ver con el juego sino con las individualidades; era un bautizo dañino, como supo ver Di Stéfano, y tras dos Ligas y una Champions adaptando su juego a todas las circunstancias la constelación fue absorbida por un agujero negro.
Desde la Quinta el club ha ganado dos ligas más que Champions
Una de las pruebas de la enloquecida dinámica blanca es que en la expedición a Milán el debate estrella es cómo jugará el equipo. Una discusión que no existía con la Quinta, que no existe con el Barça. Si saldrá o no el Madrid a por el balón, si se recogerá, si presionará arriba o si dejará correr los minutos. El club más laureado de la historia no sabe a qué juega desde hace 25 años, y en ese tiempo ha ganado todas las finales de Copa de Europa que ha jugado, cinco. En ese mismo período de tiempo ha ganado siete ligas, una competición en la que existe una brecha enorme entre Barcelona, Madrid y el resto.
Los números son ésos: desde la Quinta el club ha ganado dos ligas más que Champions. La explicación tiene que ver con la regularidad, los famosos ciclos que en el Madrid han quedado fulminados bajo la expectativa pesada de la Champions. Y que el Madrid es un club diseñado para ganar en Europa cada vez con menos complejos, y por tanto con enormes riesgos: se lo dice su afición, pero también la cuenta de resultados y el impacto global que tiene la Copa. Por eso en el avión de vuelta, que salió con retraso de Milán y aterrizó con las primeras luces del domingo en Barajas, la felicidad tenía más que ver con un objetivo cumplido que otra cosa. Se había ganado una Champions, se había cumplido una misión.
Un palé de champán
Un segundo después de marcar Cristiano Ronaldo su penalti una sombra bajó como una exhalación las escaleras del palco. Era Enrique Cerezo, presidente del Atlético de Madrid. Que llegó a la zona VIP completamente solo en una estampa cinematográfica. Y así se quedó unos minutos mientras escribía en el móvil hasta que llegaron el Rey y el presidente del Gobierno. En Lisboa, un empleado de la UEFA metió en el minuto 91 un palé de champán en el vestuario rojiblanco; el palé salió dos minutos después para quedarse donde estaba. Pocas veces la suerte en Champions se ha ensañado de tal manera con un equipo como contra el Atlético, pocas veces una afición ha soportado tres derrotas tan crueles en una final: 1974, 2014, 2016. La sensación de fracaso expresada por Simeone amplifica un drama pero también describe, paradójicamente, un cambio de mentalidad atlética: se considera fracaso perder la final de la Copa de Europa, incluso a los penaltis. En realidad no es la declaración de un entrenador hundido sino la frase con la que se abordan ahora las derrotas en el Atlético: como se han abordado siempre las del Barcelona y las del Madrid, clubes para los que no ganar una final siempre es un fracaso se pierda como se pierda.
Cientos de aficionados esperaron al Madrid en Barajas, miles seguían de mañana cantando en Cibeles. “¡Sufrimos!”, suspiró Marcelo al subir al avión, luego rompió en una carcajada: “Pero ganamos, ¿eh?”. A Lucas Vázquez le había dicho a mitad de temporada el director general, José Angel Sánchez, que iba a salir en el segundo tiempo de la final de la Copa de Europa e iba a marcar el gol decisivo. Se lo recordó Vázquez: “A casi todo sí”. El gallego fue al punto de penalti haciendo malabares con la pelota en la mano; con las aficiones arrasadas por los nervios, ese gesto fue un puñetazo en la mesa. Lo tiró tranquilísimo y detrás de él todos: penaltis de manual, imparables, también los de los atléticos. Salvo uno. Hasta Cristiano dijo que había tenido “una visión”, frase que a falta de argumentos científicos mejores resuelven la relación del Madrid con la Champions.
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