Zidane, de los campos de Segunda B, al ‘Olimpo’
El técnico del Real Madrid ha conseguido la Champions sin darse importancia y ganándose a la plantilla
En el rostro de los jugadores del Atlético estaba pintada la tensión, el sábado, a su llegada a San Siro. En el de Simeone la concentración y la preocupación. Como si le pesara demasiado la oportunidad histórica que le estaba esperando y que no podía dejarse escapar. Menos después de la final perdida en Lisboa. Zinedine Zidane llegó a San Siro sonriente, al lado de su segundo, David Bettoni. Es la misma sonrisa que le acompaña desde el día de su presentación, en enero, la que lució antes de tener que remontar un 2-0 contra el Wolfsburgo, la que enseñó el martes en la jornada de puertas abiertas del Real Madrid cuando anunció que, además de la posesión del balón, hacían falta más cosas para ganar la final. La misma sonrisa que compartió con Cristiano Ronaldo antes de la tanda de penaltis.
Si el técnico francés ha llegado a estar preocupado en algún momento de la temporada, nunca se le ha notado. Siempre ganó la ilusión y esa frase de: “Con el esfuerzo y el trabajo llegan los resultados”. Han llegado por sorpresa. Nadie se esperaba en enero que Zidane enderezara tanto el rumbo de un equipo a la deriva. Le ficharon para eso, sí, para frenar la caída y devolver la ilusión a la hinchada y salvar los muebles en la Champions. La ilusión se la devolvió, sobre todo, a la plantilla.
El hombre de La Novena —la foto de su volea en Glasgow ocupa cinco metros de pared en las escaleras de la residencia de la cantera en Valdebebas—, el aprendiz que quiso trabajar al lado de Carlo Ancelotti para conocer el oficio y que se dedicó, en esos meses, a animar a seguir trabajando a los que jugaban poco, ha entrado en el Olimpo del Real Madrid. Sin látigo, sin exasperar a los jugadores, llevando el concepto “método” al extremo.
Lo ha hecho como Del Bosque y Ancelotti, los anteriores técnicos en conseguir una Copa de Europa. Con tranquilidad, sin presumir de nada, sin darse importancia y dejando muy claro que su pasado de futbolista era una cosa y ser técnico, otra. Lo ha hecho sin montar incendios, dejando libertad a sus jugadores y creando un fuerte vínculo con ellos. El látigo de Benítez no funcionó. La ilusión de Zidane, sí. Se lo han reconocido todos. Cristiano Ronaldo lo resumió así después del partido: “Estoy muy feliz por Zizou, es muy humilde y un trabajador”.
Los jugadores siempre le han visto como uno de los suyos. Desde el primer día encabezó las carreras continuas en Valdebebas. Miraba los rondos desde fuera e intervenía lo justo en los entrenamientos. Pocas palabras, pero efectivas. Y, después de las sesiones de trabajo, nunca regresaba a su despacho por la puerta directa que hay desde los campos de entrenamiento, sino por la parte interior. Es su costumbre atravesar el vestuario, pararse a mirar y hablar con unos y otros.
Sergio Ramos aseguró la semana pasada que Zidane devolvió la alegría a la plantilla y que su forma de relacionarse con los jugadores había facilitado mucho las cosas. Es lo mismo que han dicho Kroos, Cristiano, Keylor Navas, Pepe. Era lo mismo que repetían de Ancelotti. El italiano llegó al banquillo con una experiencia de casi 20 años y, sobre todo, después de haber pasado por tres países. Zidane llegó en enero después de año y medio de trabajo en Segunda B. Aprendió sobre la marcha y no ha tenido reparo nunca en decir que todavía le queda mucho para ser un gran entrenador. Su método: ganarse a la plantilla para exigirle compromiso.
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