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Sol, nubes, ilusión y amargura en Vallecas

La afición del Rayo se debate entre la esperanza y la resignación antes del partido decisivo para evitar el descenso ante el Levante

Los aficionados entrando a Vallecas
Los aficionados entrando a VallecasC.Álvarez (EL PAÍS)

-Me queda un poquito de esperanza.

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-¡Ya estamos con la esperanza! ¡Que no nos salvamos!

-¡Claro que sí!

-Dios te oiga.

En este dialogo entre dos aficionados del Rayo, el primero de ellos representa la figura más imitada. El segundo interpreta más bien al aguafiestas, una especie en extinción en los alrededores del Estadio de Vallecas, antes del duelo decisivo con el Levante, pero que se ha multiplicado durante las últimas semanas.

“¡No vale venir el último día a rajar!”. De nuevo, un seguidor del Rayo, que responde al nombre de Ranxu según indica su camiseta, se erige en defensa del optimismo, ese que impera en muchas de las prendas de las decenas de personas que se concentran en un espacio aterciopelado junto a la puerta cuatro del vetusto campo: “Venimos a animar”. Porque para muchos de ellos en eso consiste acudir al fútbol.

“¿Y tú seguirás siendo del Rayo?”, le pregunta un niño de no más de 120 centímetros de altura a su padre. “Pues claro”, responde él. “¿Aunque bajemos?”, insiste. “Claro que sí”, asegura con gesto sereno. Y el pequeño, que juega con la barandilla que le separa de la puerta de acceso de los jugadores al estadio, se queda pensativo, aunque vuelve a preocuparse más por desenredar la pierna derecha de la valla. “Ten cuidado con la cabeza, que te vas a hacer daño”, añade su padre. Y se hace daño. Cae al suelo y llora durante unos minutos. Se le pasa pronto.

Dos horas y media antes del inicio del partido en el que los de Jémez se juegan la permanencia, algo que no depende exclusivamente de su victoria, sino de que Getafe y Sporting pierdan sus respectivos partidos, Vallecas es una congregación de sentimientos. Algunos los esconden agarrando una lata de cerveza, otros a base de gritar se limpian por dentro. Luce el sol a ratos aunque las nubes se encargan de esconderlo a menudo. Hasta el tiempo no sabe que hacer. Aunque a medida que se reduce la franja todos ellos caminan hacia las entrañas del campo. Y ahí es fácil contagiarse, basta con que una sola garganta comience a corear: “¡Ese Rayo alé, ese Rayo alé, vamos Rayo alé alé!”.

 

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Sobre la firma

Gorka R. Pérez
Es redactor de la sección de Economía y está especializado en temas laborales. Ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS. Antes trabajó en Cadena Ser. Es licenciado en Periodismo por la Universidad del País Vasco y Máster en Información Económica de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo.

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