Ashton Eaton gana su Mundial y empata con su mujer
Ureña, enfermo abandona el heptatlón, y Torrijos termina séptimo en el triple con un salto de 16,67m
Yulimar Rojas, muy alta y muy joven, una saltadora salvaje, una fuerza de la naturaleza con la técnica justa y una potencia y velocidad desmesuradas, instintiva y tan grande, ganó la competición de triple. En los seis intentos de que dispuso solo en uno el salto fue válido: 14,41m. No necesitó más la venezolana de 20 años y 1,92m a la que entrena y pule en Guadalajara y Madrid el gran cubano Iván Pedroso, para llevar a su país el primer título mundial de atletismo. Su amiga, la española Ana Peleteiro, terminó 11ª con 13,59m.
Como Yulimar Rojas, Pablo Torrijos, tan alto, se dejaba llevar el año pasado por su velocidad y sin miedo, espontáneo, pisaba fuerte la tabla, despegaba y volaba. Llegó a saltar 17,04, batió el récord de España y logró una medalla de plata en los Europeos de Praga. Ocurrió aquello hace un año. Con un salto similar no habría sido más que cuarto en un Mundial de Portland en el que el bronce (el francés Benjamin Comparé, campeón de Europa al aire libre en Zúrich) valió 17,09m, pero habría mostrado la progresión que se le espera a un joven de 23 años y que él mismo había anunciado. Claudio Veneziano, el técnico y maestro del castellonense, ya había alertado, antes de viajar a Portland, contra los excesivos optimismos y sobre la pérdida de naturalidad de su atleta, quien deja de correr en los últimos metros y bate en la tabla con menos velocidad que hace un año. Torrijos saltó 16,67m en la fría Portland, en un pabellón en el que los espectadores se abrigan con plumas, una marca que le valió terminar séptimo de una competición en la que se impuso el chino Bin Dong (17,33m) por delante del alemán Max Hess (17,14m).
Otros dos españoles compitieron el sábado en los Mundiales en pista cubierta. Uno de ellos, el vallista Yidiel Contreras, se clasificó para las semifinales matinales del domingo de los 60m vallas (7,69s). El otro, Jorge Ureña, tuvo una presencia no mucho más larga (8,23s), pero mucho más sufrida. Después de madrugar para correr los 60m vallas, la quinta prueba del heptatlón, el atleta de Onil, enfermo desde el día anterior con fiebre, tos y mocos se retiró de la competición, a la que le quedaban la interminable pértiga y los 1.000m. Acortó Ureña la tortura y no se quedó, pues ni para recibir chucherías del generoso campeón, Ashton Eaton, que así mataba el tiempo en la pértiga, invitando a cacahuetes a sus rivales, ni para aplaudirle puesto en pie como los más de 7.000 espectadores que llenaban la instalación. Como se esperaba y fácilmente, con 6.470 puntos, 288 más que el segundo, el ucranio Oleksy Kasyanov, el intocable Eaton ganó su tercer Mundial en pista cubierta, con lo que, bromeó, podrá volver tranquilo, con el deber cumplido, a su casa en la misma Portland, donde le espera su esposa, Brianne Theisen, con la que se entrena bajo la dirección del mismo técnico, Harry Marra, y a la que tanto abrazó la víspera cuando ella también ganó du Mundial de combinadas, su pentatlón.
Después del ensayo general, la feliz pareja solo piensa en la gran actuación que protagonizarán en Rio en agosto. A España solo, siempre, le queda Ruth Beitia, que salta el domingo a partir de las 21h.
Eaton es el que más sale en la tele, pero el Mundial de Portland es una fiesta de barras y estrellas. De las 17 competiciones disputadas, ocho las han ganado estadounidenses, y 15 de las 51 medallas repartidas hasta el momento. Serían sido siete oros si Barbara Pierre no hubiera derrotado por dos centésimas (7,02s frente a 7,04s) en los 60m a la favorita holandesa Dafne Schippers, quien salió tan mal que su prodigiosa progresión no le sirvió para alcanzar a la ligera estadounidense. Y podrían haber sido nueve quizás si en el camino del subcampeón olímpico Erik Kynard no se hubiera interpuesto Gianmarco Tamberi, un italiano de Ancona con la barba demediada porque le da suerte y atrae cámaras y fotógrafos, que robó al otro favorito, el cataría Mutaz Barshim, el papel –después de una batida a gran velocidad, Tamberi pareció quedarse flotando horizontal en el aire--, y los gestos de hombre pájaro –tras aterrizar si derribar, se levantó y comenzó a mover los brazos como si batiera unas alas imaginarias-- después de superar a la primera los 2,36m que le dieron el título.
Quizás el campeón más inesperado de la tercera jornada fuera Boris Verían, un grandote de Colorado Springs que hace dos años, cuenta, estaba tirado en el sofá de un amigo después de dejar colgada la universidad, viviendo de comida basura, de comerla y de prepararla por las mañanas en un McDonald’s por ocho dólares a la hora. Por las tardes se entrenaba soñando con ser algo. Un día le vio Carlos Handler, marido y entrenador de la mediofondista californiana Brenda Martínez, y le invitó a unirse a su club en Big Bear. Unos meses después, el verano de 2015, Berian, que sigue dándole a la hamburguesa, corrió los 800m en Mónaco en 1m 43,34s, el quinto norteamericano de siempre. Hace una semana, en la misma pista verde de Portland, ganó el campeonato de Estados Unidos. El sábado, cuando ya oscurecía en la capital de Oregón, corriendo a lo Rudisha, de front runner, ganó el Mundial con 1m 45,83s, por delante del sorprendente y diminuto Antoine Gakeme, de Burundi (1m 46,65s) y de su compatriota más establecido Erik Sowinski (1m 47,22s), y con el título, 40.000 dólares, equivalentes a 5.000 horas de trabajo en McDonald’s.
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