Edificios derrumbados
“Si empatar es como besar a tu hermana, perder es como besar a tu abuela sin sus dientes postizos”. George Brett, exjugador de béisbol estadounidense.
Ya nos vamos acostumbrando a la frecuencia con la que un ingrato y —¿por qué no decirlo?— perverso sector del madridismo pita a Cristiano Ronaldo en el Bernabéu.
Más sorprendente, y más noticia, porque los aficionados ingleses no suelen actuar así, es lo que empieza a ocurrir en el estadio del Chelsea con el que hasta hace poco fue su gran figura, el belga Eden Hazard. Fue elegido mejor jugador de la Premier League la temporada pasada, cuando su entonces entrenador, José Mourinho, no solo declaró que había jugado mejor todo el año que Ronaldo, sino que predijo que algún día ganaría el Balón de Oro. Se llegó a hablar de Hazard como posible fichaje del Real Madrid.
Pero su nivel ha caído de manera inimaginable esta temporada. No ha marcado ni un gol en liga y cuando fue sustituido el miércoles pasado durante la derrota del Chelsea contra el Paris Saint Germain en la Champions, los fans de su equipo lo pitaron.
La deslealtad del aficionado es la excepción a la regla en Inglaterra; en España la lealtad es la excepción, una de ellas es el caso de Fernando Torres que apenas ha dado palo al agua desde 2010, pero es el niño mimado de la afición del club donde se crio, y al que abandonó durante siete años, el Atlético de Madrid. Es verdad que marca un gol de vez en cuando, pero desde que se marchó al Chelsea por 70 millones de euros después de que España ganara el Mundial de Sudáfrica, ha permanecido lejos de lo que fue, uno de los delanteros más admirados de la tierra.
Pitar a un jugador que ha perdido el nivel funciona como desahogo para el aficionado
¿Quién tiene más razón? ¿La afición del Chelsea con su rabia contra Hazard o la del Atlético con su amor incondicional por Torres? ¿Estos chicos multimillonarios, que ganan en un día lo que un aficionado de a pie gana en un año, se merecen compasión o broncas?
Hace cuatro años intenté buscar respuestas a estas cuestiones en un artículo que escribí para un diario inglés, en el que Torres figuró como símbolo de un fenómeno nada nuevo en el deporte profesional: la catastrófica pérdida de forma.
Un par de psicólogos con los que hablé para el artículo me explicaron que una vez que un jugador lleva tres, cuatro, cinco partidos sin rendir a su mejor nivel, se pone a pensar demasiado, sobreanaliza su juego, pierde la espontaneidad y cae en una espiral de difícil retorno. La ansiedad genera más ansiedad y la confianza se esfuma.
Santiago Solari, exjugador argentino del Real Madrid y ahora entrenador de su equipo juvenil, profundizó en el tema con admirable elocuencia. Cuando uno está a tope, me dijo, “hay una feliz convergencia entre lo mental y lo físico, y la confianza crece”; cuando uno empieza a jugar mal “crece la ansiedad y te sentís como si estuvieras bajando unas escaleras cargando un ladrillo, y después otro, y otro más hasta que al final tenés la sensación de estar enterrado debajo de un gran edificio”.
Salir de ahí es muy complicado, según Solari. Dijo que no lo había visto cuando se trataba de un jugador de primer nivel. Los psicólogos sí ofrecieron una solución: consistía en procurar recuperar las sensaciones de la niñez. Es decir, jugar para divertirse. Lo cual, dicho sea de paso, podría ser el secreto de Leo Messi, del que muchas veces se ha dicho que juega para el Barcelona como si aún estuviera en el patio del colegio.
En cualquier caso, la respuesta a la pregunta de si aciertan los aficionados del Atlético con Torres o los del Chelsea con Hazard debe ser que los del Atlético con Torres. Pitar a un jugador de tu propio equipo significa sumar más ladrillos a su infeliz carga. No es que él no quiera jugar bien; es que lo quiere demasiado. Pitar a un jugador que ha perdido el nivel funciona como desahogo para el aficionado pero subvierte el objetivo mayor, que es ganar partidos.
Cristiano Ronaldo es otra cosa. Quizá, pensándolo mejor, los aficionados del Bernabéu no sean tan perversos como uno podría llegar a pensar. Cristiano parece alimentarse de las pitadas. Será porque a diferencia del común de los mortales, o incluso de gente como Torres o Hazard, tiene un ego a prueba de balas, o del peso de un edificio derrumbado.
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