Los Ultras Sur, que vuelven
Es lo que tiene la sabiduría, que le permite a uno ver y entender cosas que a los demás no se nos está permitido alcanzar. Dijo Simeone antes de que arrancara la temporada: “La Liga está peligrosamente preparada para que la gane el Madrid”. ¿Por quién? ¿De qué manera? ¿En qué despacho se decidió tamaño fraude? Preguntas y más preguntas que se quedaron sin contestación. Se levantó tan ancho de su butaca el técnico del Atlético, que a continuación dirigió una de esas miradas a los periodistas que vienen a querer decir algo así como “ahí os dejo eso, idiotas”.
Desde que Simeone pronunciara semejante majadería, al Madrid no han parado de acecharle los peligros. No fichó al portero que quería fichar (De Gea) porque el cuco del reloj no fue capaz de salir de su casa a piar antes de que dieran las 12 de la noche. Se quedó fuera de la Copa en el minuto uno del primer partido, ante el Cádiz, porque el encargado de vigilar si un jugador está sancionado se olvidó de vigilar, y alguien llamó a las oficinas y allí ya no quedaba ni el cuco del reloj, que había sido despedido. Llegó el Barça a Chamartín, metió cuatro y el público estalló pañuelo en ristre contra el entrenador, Benítez por entonces, y contra el presidente, Florentino Pérez ahora y siempre, que contempló el motín abriendo las manos en señal de “qué quieren ustedes que yo haga”, mientras a su diestra Mariano Rajoy empezaba a sospechar que las cosas no iban bien.
Tal cúmulo de desastres devino en el despido de Benítez, anunciado desde el día de su presentación, y la llegada de Zidane al banquillo. Los jugadores no soportaban a aquel señor que había hecho del equilibrio y del perfecto orden posicional una religión, y abrazaron con entusiasmo al francés, más jacarandoso él, al que no solo soportaban sino que respetaban, admiraban y querían. Es lo que tiene haber sido uno de los más aclamados futbolistas de la historia. Con Zidane al mando, el Madrid, su público y su plantilla declararon el estado de optimismo, de goleada en goleada, con un juego más dinámico, menos encorsetado, con las mocitas madrileñas alegres y risueñas, que dice la copla. Pero el Madrid y su fútbol seguían presos de carencias de complicada solución. Se vio en varias salidas andaluzas (en Sevilla contra el Betis, en Granada y en Málaga) y se acabó de certificar el sábado en el Bernabéu ante el Atlético.
Fue el día en el que los Ultras Sur, pues es bien sabido que ellos deciden por dónde deben dirigirse los sentimientos del noble público que a Chamartín acude, volvieron a hacerse fuertes en la grada, según el argumento que maneja el presidente del club. El Madrid perpetró un partido nefasto ante un Atlético que hizo lo que mejor sabe hacer, jugar como el Atlético, pero las muestras de reproche del respetable no se dirigieron al banquillo, sino a algún jugador (con James a la cabeza) y al palco, donde Florentino Pérez contemplaba aquello con gesto de “qué quieren ustedes que yo haga”, mientras a su diestra José María Aznar empezaba a pensar que ese marrón debía habérselo comido Mariano.
El día que Florentino Pérez decidió prescindir de Benítez, el primer técnico de la historia que se supo despedido antes de ser contratado, y dar el poder del vestuario a Zidane, se quedó sin parapeto. Sin muñeco que recibiera las bofetadas. Porque nadie va a culpar a Zidane de nada, pero sí al presidente de un club cuyo proyecto futbolístico ha pasado en siete años de las manos de Pellegrini a las de Zidane, transitando en medio por las de Mourinho y su piromanía y Ancelotti y su Décima. Lo que viene a ser como el niño que se va señalando partes del cuerpo con el dedo diciéndole a su madre “me duele aquí, y aquí, y aquí…” y lo que realmente le duele es el dedo.
Anoche mismo, en un bar, un conocido le dijo a quien esto escribe que desde que no está Bale el Madrid ha perdido calidad. Y quien esto escribe contestó que no, que están James, Isco, Jesé y compañía. Y el conocido se reía.
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