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Mucho respeto y poco juego

Atlético y Villarreal empatan a cero en un partido dominado por un exceso de tacticismo que mata un poco más la emoción de la pelea por el título liguero

Koke pugna por un balón con Antonio Rukavina.Foto: atlas | Vídeo: JAVIER SORIANO AFP
Ladislao J. Moñino

La Liga murió emocionalmente en el Vicente Calderón un poco más de lo que ya lo había hecho tras el empate del Madrid en La Rosaleda. El Atlético mira ya a demasiada distancia al Barcelona en un día que invitaba a dar un paso más al frente desde el inicio, aunque fuera para poner más distancia de por medio con el vecino. A ocho puntos del liderato, con el derbi de por medio, este empate a cero es casi una sentencia demasiado prematura al campeonato que presume de ser la mejor Liga del mundo. El punto le da al Atlético cierta ventaja para tratar de consolidar esa tercera plaza que es el objetivo prioritario del club, pero que no sacia del todo a la grada.

No hubo noticias de los porteros y sí de un juego espeso y trabado. El exceso de tacticismo envolvió casi todo lo que se vio anoche en el Manzanares. El primer tiempo dibujó uno de esos partidos de vista aérea ideales para aprendices de entrenadores, donde el único placer está en ver los movimientos coordinados de las líneas o el trabajo solidario de veinte jugadores moviéndose al compás de lo que hace el rival con el balón. Ora repliegue, ora ayudas en las bandas; ora balón largo, ora una obsesiva colocación para la segunda jugada. Juego corto de miras, con miedo al fallo propio, pero con un anhelo mayor de que el contrario la pifie. Ataques muy medidos, con la sensación de ambos equipos de que un centrocampista de más en la ofensiva o un lateral descolgándose eran un riesgo y una osadía. Uno y otro parecieron guardarse cartas para el segundo tiempo. Simeone y Marcelino jugaron a un partido largo, de mucho desgaste para meter cargas más incisivas en el segundo tiempo.

Más allá del resultado, ese juego del primer acto pone en evidencia que tan aburridos son 40 pases horizontales como otros tantos largos y verticales. Hubo un exceso de juego en línea recta en esos primeros 45 minutos generador de un exceso de bostezos. El Atlético buscaba a Torres y el Villarreal a Bakambu. Cuando había algo más de juego, Correa y Griezmann acaparaban el ataque del Atlético. El argentino chispeó por los alrededores del área de Areola. Hubo más intención e inventiva en sus acciones, pero por momentos fue el único futbolista en el campo que animaba a esperar algo distinto, a recuperar la sensación de que el fútbol engancha desde la habilidad. Su elección para el once dejó en el banquillo a Óliver Torres. Simeone quería velocidad en los costados, bien porque se la diera Correa, bien porque por ahí apareciera Griezmann. El francés lleva ya cinco partidos sin marcar y esa estadística refuerza la idea que él es el gol del Atlético y detrás de él hay poco. No deja de ser causalidad que desde que Torres ocupa el frente de ataque sus prestaciones en las inmediaciones de la portería contraria se han rebajado. El Atlético solo domina con autoridad un área, la suya. La otra es una asignatura pendiente de los delanteros y de su propio entrenador. Necesita el peso de un goleador en los últimos metros.

Al Villarreal no le importó controlar el partido desde los espacios y entregarle la pelota a su rival. Entre esas similitudes que le emparentan con el Atlético está esa interpretación del repliegue en campo propio que roza la perfección y atasca a los contrarios. Los registros defensivos de ambos equipos, encumbrados por esa escasez de goles en contra se pusieron de manifiesto. Se puede decir que un disparo alto de Bonera tras recoger un rechace en un saque de esquina y un remate de cabeza de Griezmann que rozó el palo fueron las dos únicas ocasiones más o menos claras de todo el duelo.

El distinto

El segundo tiempo trajo esos movimientos de fichas esperado por unos y por otros. Simeone, que había probado la variante durante la semana, metió a Óliver. El movimiento acentuó la intención del técnico del Atlético de encontra[/TEX]r otro tipo de partido. El diez del Atlético se manifestó en la misma línea de los últimos encuentros. Jugó a hacerse dueño del partido desde la pelota. En el tiempo que jugó llenó el verde de intenciones distintas, de pases buscando una asociación sencilla para iniciar o un desmarque dañino.

Enfrente, el Villarreal cargó más su intención de jugar a la contra. Cedió metros con más descaro, pero también se animaba con más efectivos para buscar un contragolpe definitivo que nunca llegó. Hubiera sido injusto. Casi tanto como un gol del Atlético. Tanto respeto mató el juego y de paso, la Liga.

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Sobre la firma

Ladislao J. Moñino
Cubre la información del Atlético de Madrid y de la selección española. En EL PAÍS desde 2012, antes trabajó en Dinamic Multimedia (PcFútbol), As y Público y para Canal+ como comentarista de fútbol internacional. Colaborador de RAC1 y diversas revistas internacionales. Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Europea.

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