El voley playa, piedra de toque de la apertura en Irán
A tres días del Open Mundial en Kish aún no se sabe si el Gobierno permitirá asistir a las mujeres
Irán está de moda. Tras firmar el histórico acuerdo nuclear del pasado verano, las autoridades iraníes intentan situar a su país en el mundo en todos los terrenos, incluido el deportivo. Por primera vez van albergar el Open masculino de voley playa, valedero para la clasificación olímpica, un juego en el que sus jugadores destacan y que cuenta con numerosos aficionados. Pero además de la habilidad con el balón, la cita pone a prueba los derechos de las mujeres. Hasta ahora, Irán ha prohibido su acceso a los estadios. Las activistas piden que la Federación Internacional de Voleibol (FIVB) presione para acabar con esa discriminación.
El director general del FIVB, Fabio Azevedo, concedió el torneo a Irán pese a las dudas con la condición de que se abriera la puerta a las mujeres, y esperaba que la prohibición se levantara antes del torneo. Sin embargo, a tres días de su inicio, el próximo lunes día 15, en la isla de Kish, aún no está claro si las iraníes y otras aficionadas podrán asistir al primer FIVB World Tour que va a celebrarse en la República Islámica.
“Es una clara violación del 4º Principio Fundamental de la propia constitución de las federaciones de Voleibol y de la Carta Olímpica, las cuales prometen no discriminar”, ha denunciado Minky Worden, directora de iniciativas globales de Human Rights Watch (HRW). Nada más conocerse la adjudicación del campeonato a Irán el pasado noviembre, esa organización de defensa de los derechos lanzó una campaña pidiendo que se permita el acceso de las mujeres a los estadios.
Las activistas se quejan de la complacencia de la FIVB. La federación no levantó la voz cuando, el año pasado y a pesar de las promesas previas de las autoridades, sólo los hombres pudieron comprar entradas para los partidos de la Liga Mundial. Por si quedaban dudas, la policía se desplegó en torno al Estadio Azadi para evitar que las mujeres se congregaran para protestar. En 2014, una veintena fueron detenidas al intentar acceder a un encuentro. Una de ellas, la abogada Ghoncheh Ghavami, fue acusada de “propaganda contra el Estado” y pasó casi cinco meses en la cárcel de Evin. Su historia forma parte del mosaico sobre la realidad el país que constituye la película Taxi a Teherán, rodada clandestinamente, prohibida en Irán y premiada en el Festival de Berlín.
No está claro por qué a las mujeres se les prohíbe asistir a partidos masculinos de voleibol, que el actual Gobierno no apoya, tal como declaró a EL PAÍS la vicepresidenta Shahindokht Molaverdi. A diferencia de los estadios de fútbol, que no han podido pisar desde la revolución de 1979, las iraníes acudían con normalidad hasta 2012. Entonces, durante la presidencia del ultra Mahmud Ahmadineyad, alguien decidió cerrarles la puerta, añadiendo una nueva restricción a las muchas que las han convertido en ciudadanas de segunda dentro de su propio país.
Su discriminación va mucho más allá de la obligatoriedad del velo en la que suele fijarse el visitante extranjero. En los tribunales su testimonio vale la mitad que el de un hombre; en casos de compensación su vida se valora igualmente en la mitad; tienen menos derechos en caso de divorcio y rara vez el juez les concede la custodia de los hijos; si están casadas, necesitan el permiso de sus maridos para trabajar o viajar al extranjero. Sin embargo, a diferencia de otros países de su entorno como Arabia Saudí, Irán promueve el deporte femenino, aunque sea a puerta cerrada (los hombres no pueden asistir a los partidos o competiciones femeninos) y con la exigencia de cubrirse. Poder asistir a los partidos de voleibol es una pequeña conquista en un camino mucho más largo, y una piedra de toque para la voluntad de reformas y el poder real del presidente Hasan Rohani.
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