La Super Bowl y otras chicas del montón
El partido del domingo puede ser el último de Peyton Manning, la estrella de los Broncos. Su segundo anillo sería un excelente final
Si se realizase un estudio serio sobre el seguimiento del fútbol americano en España, a buen seguro que descubriríamos cosas muy curiosas. De entrada, es un suponer, caeríamos en la cuenta de que la mayoría de la población sería incapaz de nombrar a un solo jugador de tan honrosa disciplina deportiva, salvo algún cinéfilo que se aventurase citando al bueno de Shane Falco, aquel quarterback atormentado al que interpretaba Keanu Reeves en Equipo a la fuerza. Descubriríamos que un buen número de los encuestados son conscientes de la próxima celebración de la Super Bowl por el simple hecho de que la banda Coldplay actuará en el espectáculo del descanso, dicho sea lo de banda con el mayor de los desprecios, y descubriríamos, en fin, que apenas a un puñado de compatriotas les importa esto de los touchdowns, las yardas de pase o los placajes.
En lo personal, y sin ningún ánimo de presumir aunque lo parezca, debo confesar que mi gusto por dicho deporte se remonta a la infancia. Cosas del aburrimiento rural, supongo. Comencé a desarrollar mi afición a raíz de un razonamiento sencillo, en apariencia inofensivo, que es precisamente el tipo de razonamientos sobre los que se sustentan las grandes mentiras de este mundo desde que el cielo es azul y el Real Madrid una religión. Por resumirlo brevemente, dicho razonamiento consistía en una simple asociación de ideas: si el rubio americano era mejor tabaco que el gravado y comercializado por el monopolio de Tabacalera, algo que se aseguraba y defendía con la vida en cualquier taberna, colmado o patio de colegio de las Rías Baixas que se preciara, por fuerza tenía el fútbol americano que ser mejor y más entretenido que el fútbol a secas, el fútbol sin más, ese deporte huérfano y sin apellidos que se consume compulsivamente en este país desde los tiempos inmemoriales de Pichichi y los marineros ingleses.
Más allá de la gran mentira, aseguran los expertos en fútbol americano (título que se expide en las mejores y más remotas universidades del norte de Europa, junto al de experto en fútbol internacional o al de experto en despiece del salmón real) que el partido del próximo domingo será el último que dispute una leyenda andante de las grandes ligas americanas como Peyton Manning, el quarterback de los Denver Broncos, a quien los profanos quizás recuerden por su aparición en el octavo capítulo de la 21ª temporada de Los Simpson. Natural de Nueva Orleans, como Ignatius Reilly o Antoine Batiste, dos de mis referentes, Manning tratará de decorar sus manos prodigiosas con un segundo anillo de campeón, demostrando que también es hombre preocupado por la teología, la geometría, el buen gusto y la decencia, como el personaje de John K. Toole. Como decía La Paca en La mala educación de Pedro Almodóvar: “Yo creo en la pareja: dos polvos, dos rayas, dos amigas, dos cabalgan juntas, dos por la carretera…”. Dos anillos y un último Omaha, no pido más: sería un excelente final.
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