El Sevilla destroza el sueño del Mirandés
El equipo de Unai Emery se adueña de Anduva y alcanza las semifinales con comodidad. Marcaron Iborra, Juan Muñoz y Coke
A los ocho minutos, el sueño del Mirandés se perdió bajo la lluvia y comenzó el duermevela de las eliminatorias desniveladas con prontitud. Fue un penalti bajo en calorías. Un toque suave de Ion Vélez a Cristóforo cuando iba a disparar. Iborra engañó a Raúl y el Mirandés sufrió un ronquido en su sueño placentero de la Copa. Superar dos goles de la ida era algo heroico frente al Sevilla. Superar tres resultaba ya milagroso, más cuando el Sevilla se olvidó del resultado y mantuvo una intensidad que por momentos le trasladó al Mirandés del sueño a la pesadilla. Las carreras de Konoplyanka eran puñales que se clavaban en los costados del equipo mirandés. El jugador ucranio sorteaba las tres líneas enemigas: tres mediapuntas, tres centrocampistas, tres defensas. Todas las atravesaba Konoplyanka con un juego supersónico, demasiado rápido para el entusiasmo del Mirandés, que no encontraba a Carnicer, su ideólogo ofensivo, y mucho menos a Abdón, emparedado por Rami y Carriço, en una soledad acompañada.
Tuvo demasiado pronto todas las cartas a su favor el Sevilla: el resultado, el ánimo, el balón, el físico. Coke y Escudero le daban a su vuelo por las bandas creando continua superioridad ante una defensa a menudo desprotegida. Sin balón, y persiguiendo sombras, el Mirandés no inquietó en toda la primera mitad a David Soria. Un libre directo fue todo su botín. Entrevió el Sevilla que además de trabajar, podía divertirse porque el tiempo minaba la resistencia del rival y la segunda parte los futbolistas de Emery llegaban por oleadas a los dominios del portero Raúl. Terrazas hizo algo nada habitual: tras el descanso hizo los tres cambios a un tiempo. Era el momento de pensar en la Liga y de dar vitalidad al equipo para intentar al menos equilibrar el partido. Asumía riesgos al quedarse sin cambios, pero el riesgo tenía ya muy poco valor y convenía jugarse el resto.
El partido se rompió en la segunda mitad. El Sevilla quería más goles, con jugadores que necesitaban más goles (Llorente, Juan Muñoz) y el Mirandés tenía a futbolistas de más tacto (Salinas, Álex García). Despreocupados de sus defensas (pero sin perder la cabeza), comenzó el paseo de un lado a otro. Y así llegó el gol de Juan Muñoz y el de Coke (un señor gol), y dos ocasiones consecutivas de Llorente en el área pequeña y otro cabezazo del riojano, pero llegó también un cabezazo al poste de Néstor Salinas y un disparo durísimo de Kijera que por fin midió los reflejos de David Soria. Nada había que ganar, porque el Sevilla lo tenía ganado, y nada que perder, porque el Mirandés lo tenía perdido. Quedaba disfrutar. Y disfrutó la grada, al más puro estilo inglés, con cánticos de romántico campo británico. El sueño, que fue largo para el equipo burgalés, acabó pronto en el último tramo con el sobresalto del penalti. Pero no empaña su placidez futbolística. Que tampoco la del Sevilla, que crece y crece a la misma velocidad con la que juega Konoplyanka.
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