La prevista caída de Lopetegui
El técnico español, que nunca congenió con la crítica ni con la grada, es destituido en el Oporto tras fracasar en el cambio de estilo del equipo
La afición ha podido más que el extodopoderoso Pinto da Costa, presidente del Oporto desde hace más de 30 años. Una semana después de proclamar públicamente su confianza en su técnico, Pinto da Costa destituye a Julen Lopetegui, que el miércoles empató en su casa contra el modesto Rio Ave. Nadie llora por Julen.
La prevista caída de Lopetegui solo tenía el obstáculo de su presidente, que le fichó personalmente, como casi todo lo que se hace en este club desde hace 34 años. A Pinto da Costa, el Oporto le debe la mayoría de sus títulos, pero desde hace tres temporadas no gana ninguno.
Después de dos entrenadores en la temporada 2013-14, Da Costa apostó por Lopetegui, un técnico sin casi experiencia en la competición de clubes y que debía su currículo a las selecciones españolas inferiores. Fue un capricho del presidente, como antes había tenido otros caprichos no menos sorprendentes: los desconocidos Mourinho y Vilas Boas, por ejemplo, con resultados históricos.
La mayor acusación al técnico vasco es que creó un equipo obsesionado con la posesión, olvidándose del nervio y de la pasión
El instinto del presidente también le daba buenas plusvalías con los jugadores, fichando barato y vendiendo caro. Así que, por qué no, un joven entrenador español para dar la vuelta al estilo del Oporto. Pinto da Costa apostaba por la revolución; llegaba el tiqui taca, después de que su equipo fuera durante muchos años, con Mourinho y Vilas Boas, todo lo contrario; un equipo recio, de poco toque, fuerte atrás y incisivo en sus escogidos ataques...pero con mucho nervio y psasión.
Lopetegui implantó su estilo, con todo el respaldo del Presidente y con todos su poder de fichajes: más de una docena en la pasada temporada, otros tantos en esta; algunas apuestas buenas, otras patinazos, como el capricho de Loipetegui por Adrián, que costó 15 millones de euros, el más caro de la historia hasta entonces. Y efectivamente, la grada empezó a ver el tiqui taca, donde antes casi todo era cuestión de carácter y nervio, ahora era parsimonia.
La grada nunca estuvo con Lopetegui. Desde el primer contratiempo, un empate aquí otro allá (el domingo ante el Sporting fue el primer partido de liga perdido en un año) se acusó al técnico vasco por su política de rotaciones o por su acierto con los cambios, siempre claro, a toro pasado. Tampoco en las conferencias de prensa hacía amigos el vasco. A veces desafiante, a veces despreciativo con las preguntas de los periodistas, le faltó comunicación con unos y con otros, y siempre la culpa era ajena.
El estilo del Oporto, tanto en la pasada temporada, como en esta, se ha basado en la posesión del balón, pero con un ritmo tedioso y sin sorpresas que exasperaba a su público. En la pasada temporada, brilló en la Champions -ahora ha quedado eliminado- y en la Liga peleó casi hasta el final. Como es habitual en el fútbol portugués, Lopetegui empezó la temporada 2015-16 con medio plantel nuevo; todas las piezas básicas del equipo fueron vendidas y reemplazadas por otras, pero sin mejorar el equipo.
Lopetegui se quedó este verano sin Casemiro (Real Madrid), el pilar defensivo del centro del campo, sin Oliver (Atlético de Madrid), que ponía la sorpresa, la chispa, en un conjunto previsible; y sin Jackson Martínez (Atlético de Madrid), que le aseguraba al equipo una veintena de goles. Hoy, el Oporto ni tiene pegada en la punta (Abubakar empezó fuerte pero se ha ido diluyendo), ni consistencia en el centro (se ha intentado hacer una estrella del joven Neves, cuando no lo es).
Los fichajes no han mejorado al equipo: Casillas para lo que tiene que parar; Maxi ha reemplazado con éxito a Danilo, pero el resto no supera al equipo de 2014. El equipo se duerme con la bola en los pies sin saber qué hacer con ella cuando llega al área; el eléctrico Brahimi, encandila a la grada por su nervio, pero sus caracoleos a menudo se realizan donde no hace daño, en el centro del campo y hacia atrás.
Bajo el mando de Lopetegui, el Oporto ha fracasado en fechas decisivas, jugando contra los de su categoría -por presupuesto o historia- como ha sido este año con el Dinamo de Kiev, el Chelsea o la semana pasada el Sporting de Lisboa. Pero lo peor no ha sido perder con los de su nivel, sino no imponerse a los modestos, o si lo hacía, con un fútbol ramplón, previsible y sin emoción.
La situación del club se complica. Al cuasi eterno presidente Pinto da Costa le quedan ya pocas balas que jugar, el siguiente en despedirse será el mismo, pues, en plena crisis del equipo, ya empieza a cuestionarse a la única figura sagrada de este club, además de Mourinho. Solo en una ocasión, Pinto da Costa estuvo tres años sin ganar, y hacia eso va el club; además en esta misma fatífica semana, el presidente ha sido imputado de siete delitos por sus implicaciones con una empresa de seguridad privada ilegal. No será la primera vez que se siente en el banquillo, y no precisamente en el del césped; pero sí la primera en la que se junta la crisis deportiva con la institucional. Por Lopetegui no se ha derramado ni una lágrima, pero por Pinto da Costa, aún se movilizan los dragones blanquiazules.
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