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Siempre robando
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Whisky con agua

El público observaba al fin y al cabo la íntima demolición de su equipo que se ensayó con éxito en El Madrigal, y no tuvo ni la paciencia de verlo ganar.

Manuel Jabois
Benítez en el partido frente al Rayo.
Benítez en el partido frente al Rayo. Francisco Seco (AP)

Tarde electoral en el Bernabéu, o sea domingo poco carismático, porque la política tiene en España un aire espectral, como todo lo viejo/nuevo. Cuando a un personaje de El hombre tranquilo le preguntan si quiere beber whisky con agua, el hombre responde: cuando bebo whisky bebo whisky; cuando bebo agua, bebo agua. Como en la política, en el fútbol hubo un combinado ajeno a la ley de Ford.

Mucho móvil fuera en el palco como el runrún en los casinos de La Habana la Navidad'59, cuando llegaron los barbudos. "Todo al negro, perdón, al rojo, al rojo", decían los magnates (magnate no es una palabra que me guste, pero escribo sin saber los resultados). El partido empezó con el Madrid contragolpeando al Rayo, algo que es buena noticia. La carrera la acabó Danilo con un remate tan poco espectacular y tan poco ajustado que el portero pensó que estaba de coña. Gol, claro.

Lo que pasó después en el Bernabéu sólo se explica desde una concepción tortuosa del Madrid que tiene que ver más con el entretenimiento y Walt Disney que con la herencia judeocristiana de la culpa, la expiación y el cilicio. Al gol le siguió un desmoronamiento tan rápido que se pudo escuchar; de hecho varios aficionados echaron a correr al búnker del Bernabéu por si el ruido venía de los colegios electorales. Como si la táctica fuese un edificio en ruinas y el Rayo se apareciese allí con la maza. Les costó tan poco a los de Vallecas ponerse por delante (les costó, exactamente, dos saltos en el área sin oposición) que eso disfrazó su juego, que a esas horas ya era un juego de mérito, y agravó la decadencia del Madrid: en diez minutos, a pesar del gol, no sabían en qué posición estaban jugando ni cómo despegar los pies del suelo.

Se produjo la primera de las pitadas. El público casi gemía más que silbar: estaba entre una película de Von Trier y otra aún mejor de Von Trier, las dos dogma (un movimiento que se cargó un gallego; un día cuento cómo un gallego se cargó el dogma y otro inventó el futbolín: no se sabe cuál de los dos desconcertó a la humanidad). El público observaba al fin y al cabo la íntima demolición de su equipo que se ensayó con éxito en El Madrigal, y no tuvo ni la paciencia de verlo ganar. Dio la impresión de que si ganó fue porque el contrario se quedó con diez gracias una de esas rojas absurdas que nunca se sabe a qué vienen, salvo un tic autodestructivo. Y que la segunda expulsión había dejado tal boquete que nada remediaría el enfado.

El partido no sólo no valió para la reconciliación sino que agravó las sospechas y el mal rollo. El Madrid ganó 10-2 porque en el Madrid estas cosas pasan.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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