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EL QUE APAGA LA LUZ
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Y ahí, en silencio, el Atlético

Simeone da instrucciones durante el Atlético-Athletic.
Simeone da instrucciones durante el Atlético-Athletic.JAVIER SORIANO (AFP)

La pasada semana el Atlético regresó a Lisboa, escenario de su última gran pesadilla. Allí cayó en mayo de 2014 ante el Real Madrid en la final de la Champions, la segunda que jugaba y la segunda que perdía, de forma dramática ambas, con un gol cuando el reloj estaba a un paso de morir. Hubo diferencias entre una y otra. En la del año 74, el equipo debió resolver mucho antes de que aquel defensa de nombre impronunciable, Schwarzenbeck, disparara desde el vestuario para lograr el empate. En la más reciente, sin embargo, fue el Madrid el que tuvo el partido en sus manos y no mereció la agonía de esperar al cabezazo de Ramos un segundo antes del pitido final. Pero el dolor en esta fue mayor por aquello del rival que estaba enfrente. Sea como fuere, el Atlético volvió a Lisboa y Simeone decidió retar a los fantasmas. El equipo viajó en el mismo avión del día de autos, montó en el mismo autobús, se alojó en el mismo hotel y no es descartable que su técnico se pusiera los mismos calzoncillos. Ganó el Atlético al Benfica y atrapó la primera plaza de su grupo de la Champions, colofón a un primer tercio de temporada sencillamente magnífico.

El mérito del Atlético es mayúsculo. Lleva años disputando la supremacía a los dos colosos, el Barça y el Madrid, a quienes tutea y de vez en cuando golpea con dureza. Y lo hace en silencio, sin la fanfarria que acompaña cada acto de sus encopetados rivales. Anda el Madrid con sus líos de despachos, faxes, alineando jugadores que no debe, con sus futbolistas llorando todavía el incomprensible despido de Ancelotti, con uno de ellos a un paso de sentarse en el banquillo de los acusados por un acto criminal. Y anda el Barça con sus cuitas jurídicas de otra índole, con el padre de Neymar exigiendo no pagar tantos impuestos en España (qué coño se habrá creído España para pedir tanta plata a tan ilustre familia) y con uno de sus jugadores, el que lleva el número 3, ese que aspira a ser un día presidente del club cuando sus compañeros no le quieren ni de capitán, opositando a memo del año.

Y mientras tantos seres superiores copan las noticias deportivas, el Atlético transita despacio, despacio, entre tanto caos. Es este un club donde el presidente solo ejerce de presidente, y de repartidor de sonrisas; que cuenta con una estructura deportiva en la que la última palabra la tiene el entrenador; en el que no se dramatiza si el fichaje estrella, Jackson de nombre, tarda en demostrar su valía. Un club, en fin, en el que la afición, agradecida, es devota de sus ídolos por gris que sea su rendimiento. Que le pregunten a Fernando Torres.

Nadie boicotea la paz en el equipo. El Atlético vive feliz con su fútbol (limitado) y con su convencimiento (ilimitado), que le han llevado a los octavos de la Champions y a ocupar junto al Barça el liderato de la Liga, esa Liga “peligrosamente preparada para el Real Madrid”, según declaró Simeone a principios de temporada, en un arranque algo pendenciero cuya explicación aún está por llegar. Esa fue la única polémica que ha acompañado a este Atlético que no improvisa cada lunes, que cuenta con un proyecto firme, con un líder al frente, Simeone, y que vive ajeno a las cono-cidas memeces de las que tanto gustan algunos profesionales, o lo que sean.

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