El Atlético cambia a Esnaola por Zubiarrain
En el verano de 1968, el Atlético buscaba un portero que compitiera con Rodri. San Román ya era mayor y Pacheco estaba empezando. Querían uno que cuando menos alternara de igual a igual con Rodri. La Real tenía dos estupendos: José Ramón Esnaola y Jesús María Zubiarrain. Esnaola había llegado antes, en la 65-66, pero Zubiarrain le desplazó en la 66-67, en la que la Real subió a Primera con ánimo de quedarse. Y fue el titular el primer año en Primera, y el siguiente, hasta que una lesión le apartó de la portería. Volvió Esnaola, que siguió jugando hasta una lesión en choque con el bético Irízar. Y regresó Zubiarrain. Los dos eran estupendos.
El Atlético habló con la Real. La respuesta fue que Zubiarrain era intransferible, pero que se podría hablar por Esnoala. En tres semanas se llegó al acuerdo: el Atlético pagaría 1.300.000 pesetas más los derechos del interior Urtiaga por Esnaola.
(Buen futbolista aquel Urtiaga, por cierto. Eibarrés, lo descubrió el Valencia, despuntó en el Mestalla, subió al Valencia y de ahí pasó al Atlético. De él aprendió Luis Aragonés el golpeo en los tiros libres. Tenía mucha clase, aunque quizá le faltó movilidad).
Esnaola se presentó ilusionado en el Atlético para el reconocimiento médico. En la Real tenía por delante a Zubiarrain, más joven que él. En el Atlético iba a disputar el puesto a Rodri, ya veterano. Veía una perspectiva. Pero no había jugado desde su lesión, una fisura en el maléolo del peroné, y los doctores del Atlético, Ibáñez y Garaizábal, le echaron para atrás. El asunto se enredó y desenredó en 24 horas: como se había concretado el pase de Urtiaga a la Real, el único arreglo fue hacer transferible al intranseferible Zubiarrain. El Atlético, eso sí, tuvo que arrimar más dinero. En vez de 1.300.000 fueron dos millones, más el pase de Urtiaga, al que además le pagaba la diferencia entre lo que cobraba en el Atlético y lo que le podía dar la Real.
El mismo día del acuerdo, Zubiarrain viajó de San Sebastián a Irún para verse con Irureta, ya entonces atlético, celebrar la noticia y quedar para bajar juntos a Madrid el día siguiente. Fue un día turbulento: la ETA había asesinado en Irún a Melitón Manzanas. A Zubiarrain le costó siete horas el viaje de ida y regreso. Para su suerte, su foto fue portada ese día en los periódicos, lo que le permitió aliviar los controles.
En principio fue feliz en Madrid. Titular en el Atlético nada más llegar. Y no estaba solo: su hermano, Miguel Ángel (hoy afamado especialista en tenis), jugaba en el Atlético de balonmano. Pero pronto se le torcerían las cosas.
En la 69-70 llegó como entrenador Marcel Domingo, que prefirió a Rodri. Ya le había tenido en el Pontevedra unos años antes, juntos subieron al equipo gallego a Primera. Zubiarrain jugó poco ese año, y también el siguiente. En marzo de 1971, cuando aspiraba a recuperar el puesto, sufrió una rotura de menisco. Al regreso a los entrenamientos sintió dolores en la zona lumbar. Se pensó en el nervio ciático, y como tal se le trató. No se curaba. Nuevos exámenes detectaron un problema de vértebras lumbares, mal identificado. El pronóstico más severo apuntó el riesgo de una vértebra desplazada, que en un movimiento brusco podría afectar a la médula y producir parálisis irreversible en las piernas. Se encontró, con 25 años, ante el final de su carrera.
En la temporada 69-70, Marcel Domingo llegó al Atlético y confió en Rodri en lugar de Zubiarrain
Y enfrentado con el Atlético, que le acusó de haber ocultado, al fichar, que tenía una lesión era congénita. Él protestó ante el propio Vicente Calderón, el presidente:
—Me dicen que con esto me puedo quedar inválido si juego. ¿Usted cree que sabiendo que me puedo quedar en silla de ruedas yo hubiera querido seguir jugando?
La explicación más plausible fue que la inactividad por la lesión de menisco habría debilitado los músculos de la espalda, lo que habría ayudado a la vértebra a desajustarse. Pero el Atlético insistió en rescindirle el contrato. Él acudió al abogado Eduardo Ajuria, que alcanzaría notoriedad con el caso.
Acabaron ante el juez, que dictaminó: “Hasta hoy, paga el Atlético. Desde hoy, la Seguridad Social”.
Entonces se destapó que los clubes seguían sin pagar la Seguridad Social de los futbolistas, a pesar de que no mucho antes, Jorge Mendoza, ex del Depor, del Atlético, del Barça y del Mallorca, había obtenido una sentencia según la cual debían ser considerados, a todos los efectos, trabajadores por cuenta ajena.
Creación de la AFE
El Atlético tuvo que pagar a Zubiarrain 535.000 pesetas por cantidades adeudadas, más 700.000 como saldo y finiquito por la resolución del contrato del club. Y cuatro millones de multa por la no inclusión de sus jugadores en la Seguridad Social. Aquella sentencia cambió la relación de los clubes con los jugadores y fue la base para la creación del sindicato, la AFE.
Zubiarrain dejó el fútbol, claro. Regresó a San Sebastián, donde falleció imprevistamente de un infarto, con 39 años. Una traición a su vida saludable. Se mantenía en forma, delgado, vivía abrazado a la bicicleta.
En paralelo, Esnaola jugó sin percances en la Real desde la 68-69 hasta la 73-74, un total de 207 partidos. Llegó a ir a la Selección, como suplente de Iríbar. Ya con 26 años, y ante el empuje de Artola y Urruti (luego llegaría Arconada, la Real creó porteros extraordinarios en aquel tiempo) fue traspasado al Betis por 12 millones, cantidad nunca pagada antes por el club sevillano. Fue campeón de Copa en 1977, ante el Athletic, en una inolvidable jornada en la que, agotados todos los lanzadores, él acabó marcándole un penalti a Iríbar, tras haberle parado el suyo. Quizá la jornada más feliz en la historia del Betis. Se retiró con 38 años y 469 partidos en Primera División, entre la Real y el Betis, lo que en su día fue el récord nacional. Luego fue técnico de la cantera del club hasta que se jubiló, hace poco, a los 67 años.
Nunca los servicios médicos del Atlético pudieron cometer mayor error.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.