Valverde lidera España
Después de dos platas y cuatro bronces en un Mundial, el ciclista murciano buscará el oro por fin en Richmond
Nevermore, dice el cuervo pavoroso de Poe, nunca más, y Javier Mínguez, que ha llevado a la selección de ciclismo a Richmond, donde el creador de Gordon Pym vivió, leyó y escribió, no parece haber oído la sentencia, o hacerle caso.
El nevermore de la selección española sonó fuerte como un grito en el podio de Florencia, cuando Purito Rodríguez lloró inconsolable con su medalla de plata al cuello por lo que vio como traición de Alejandro Valverde, su amigo hasta entonces, que acabó tercero. Fue aquel podio un punto de no retorno (¿cómo hacer las paces con quien te hace llorar el día que ganas una medalla?) que Mínguez, entonces debutante como seleccionador, se ha empeñado en despreciar.
Nevermore, le repitió Purito a Mínguez cuando la Vuelta de este año terminaba, nunca haré nada por Valverde, y el técnico vallisoletano respondió convenciéndole para que tomara el avión. “Pero el líder único es Valverde”, le advirtió, convencido de que más vale dos buenos que se lleven mal, que uno bueno y uno malo. “Hasta cojo, Purito es más importante para la selección que cualquier otro corredor aunque hagamos una carrera a verlas venir. Cuando él se mueve, los demás tiemblan”, dice Mínguez, quien en la capital de Virginia, un domingo gris de lluvia, un domingo belga de patatas fritas y cerveza, trabajará para que un ciclista español gane el Mundial, lo que no se alcanza desde hace 11 años, desde el tercer arcoíris de Freire.
Un año antes, en 2003, cuando también al otro lado del Atlántico, en Hamilton (Canadá), el oportunista Igor Astarloa ganó inesperadamente, Valverde, entonces un chaval de 23 años, quedó segundo, el primero de los seis podios mundialistas (dos platas, cuatro bronces) de una carrera que no quiere terminar sin un oro.
Un circuito complicado
A Valverde, de 35 años, no le gusta el circuito, porque es engañoso y peligroso, exige concentración absoluta y es complicado de interpretar. Está compuesto en un 95% por largas, rectas y anchas como autopistas avenidas sombreadas paralelas al río James y en un 5% por un laberinto de subidas, muros, pavés, curvas y bajadas para terminar en un repecho y un matador falso llano que hace que los 680 metros de la última línea parezcan una recta sin fin.
Al circuito urbano, de 16,2 kilómetros, le darán 15 vueltas los corredores (sin pinganillo, despistados a veces, dejados a su libre albedrío también), lo que convierte el recorrido en un mini Tour de Flandes. Los belgas, con Tom Boonen y Philippe Gilbert, dos campeones del mundo, al frente, se emocionaron al verlo y empezaron a ver similitudes con sus tierras sagradas. Así, la subida en curva sobre adoquines a la colina Libby (215 metros de longitud) haría las veces del Kapelmuur; la siguiente subida encadenada, los 185 metros de la recta también adoquinada de la calle 23 sería el Koppenberg, y la última, la de la calle del Gobernador que desemboca en la recta de meta, haría de Bosberg.
Los profesionales juraban el jueves, cuando reconocieron el trazado, que sería imposible que tuviera éxito un ataque en la primera colina, a menos de cuatro kilómetros para el final, donde como mucho se podrían conseguir cuatro o cinco segundos. El viernes, después de ver cómo el francés Kevin Ledanois, el hijo de Yvon, ganó así la carrera sub 23, las dudas comenzaron a nacer.
En todos los Mundiales de ciclismo, donde un nunca más no tiene sitio, la charla previa de los técnicos termina igual: puede que llegue uno solo, puede que sea un pequeño grupo, puede que sea un pelotón grande. ¿Quién sabe?
Kwiatakowski encontrará sucesor en Virginia
Como los protagonistas de las grandes vueltas suelen pasar de los Mundiales, cuyos circuitos, de escasa dureza, no les ofrecen oportunidades, los puristas lloran por la pérdida de valor simbólico del maillot arcoíris, cuyos portadores los últimos años (los oportunistas Kwiatkowski, Rui Costa, Gilbert o Ballan; o los sprinters Cavendish o Hushovd) apenas han dejado huella.
En Richmond, solo Nibali y Valverde combinan su condición de ganadores de un día con la de hombres Tour, pero, pese a la fortaleza de sus selecciones, parten en inferioridad de condiciones frente a los especialistas, que se regodean de antemano. Como grandes favoritos, la gente habla de un trío sagrado: Sagan, el que nunca ha ganado una gran clásica, Degenkolb, que este año ha roto imponiéndose en San Remo y Roubaix, y Kristoff, ganador del Tour de Flandes.
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