Ruth Beitia se queda a dos centímetros de la medalla
La saltadora cántabra (1m99m) termina quinta el que “posiblemente” sea su último Mundial al aire libre, que ganó la rusa Kuchina (2,01m)
Cuando los días feos de Pekín, en el hotel de la selección española, los melancólicos se sienten Bogart y musitan, nostálgicos, siempre nos quedará Ruth. El sábado de la superluna, cuando en Pekín empieza a brillar ya su cara más brillante, Ruth Beitia recibe a la prensa en los subterráneos del Nido iluminados por tristes fluorescentes que vibran y mientras habla y lamenta, lanza una furtiva mirada al monitor televisivo que en esos momentos proyecta la vuelta de honor de tres saltarinas con medallas y banderas, dos rusas, Maria Kuchina y Anna Chicherova, y una croata, Blanka Vlasic, y se da cuenta, y todos se dan cuenta, de que, ella ya no es Ingrid Bergman, y de que quizás no vuelva a serlo. “Cada día es un regalo y oportunidad que pasa es una oportunidad que nos e va a repetir”, dice. No le cae una lágrima por la mejilla porque es de las que sabe guardarse las emociones, las felices y las penas también, pero su voz tiembla. “¡Cómo me duele no estar donde esas tres!”, dice Beitia, que terminado quinta de una final que pensaba que podía ganar, y que podría haber ganado, en la que saltó magníficamente hasta 1,99m. Después, en 2,01m, la altura que dio las medallas, la altura de las campeonas, chocó. “He peleado. Lo he luchado bien, pero no he sacado ni sobresaliente ni notable, como mucho un bien ramplado”.
En el podio había dos treintañeras de largas piernas, interminables las de Chicherova, más proporcionadas las de la gigantes croata tan maqueada, dos saltadoras que en la última década han ganado Mundiales y Juegos Olímpicos, dos veteranas contra las que Beitia ha crecido hasta alcanzar, pasados los 33 años, su mejor nivel. Beitia, con ellas, habría redondeado un podio de veteranas en el filo fino entre el pasado y el presente. “E íntimamente pensaba que estaba para saltar más de dos metros y ganar una medalla, como ellas han hecho, y estaba para saltar más”, dice la cántabra, doble campeona de Europa y bronce en el Mundial de Moscú en sus tres últimas grandes competiciones al aire libre. “He fallado pero no sé que ha fallado. Y en el último intento no sé que me ha pasado, pero me he ido”.
Falló en la final más igualada que se recuerda, con seis saltadoras jugándose los metales con el listón a 2,01m.
Vlasic, la croata de 31 años que llegó a saltar 2,08m, la segunda marca de la historia, a los 25, volvía a un gran podio después de cuatro años lesionada. Para ella fue la plata por culpa de un nulo sobre 1,92m. El bronce, pues los 2,01m los superó a la segunda, fue para Chicherova, de 33 años, con 2,07m como mejor marca, campeona olímpica en Londres e inamovible en todos los grandes podios desde Osaka 2007. El oro fue para el futuro, para otra rusa, una jovencita de 22 años llamada Maria Kuchina, que no basa su salto en la ventaja que proporciona un centro de gravedad alto, sino en una capacidad de botar con sus talones de Aquiles como magníficos muelles que solo los cubanos suelen exhibir. Kuchina, un prodigio desde juvenil (saltó 1,97m a los 18 años, récord mundial júnior) y una gran competidora, hizo el concurso perfecto: ni una sola vez derribó el listón, ni siquiera en 2,01m, altura con la que lograba su mejor marca personal, hasta chocar, como sus rivales, contra la barrera a 2,03m.
Kuchina ya había ganado los últimos Mundial y Europeo en pista cubierta. En el primero, en Sopot, Beitia quedó tercera; en el otro, en Praga, quinta como en Pekín. “Pero un quinto no tiene nada que ver con el otro. El de Praga fue horroroso porque no supe competir”, dijo la cántabra. “De este me voy triste y con mal sabor de boca porque me sabe a poco, pero he competido bien”.
Aunque aún ironiza cuando alguien con sus preguntas deja caer la cuestión de su edad, de sus 36 años, y dice, “¿me estás llamando vieja?”, la mejor atleta española de la historia, también interiormente, volvió a hablar, como hizo tras los Juegos de Londres 2012, de su final de carrera. “Posiblemente este haya sido mi último Mundial al aire libre”, dice. Y viendo la cara de la gente, añade. “Pero, tranquilos, que esto no ha sido más que un pequeño tropezón, una caída de la que me levantaré rápido. Y siempre me queda Bruselas, la final de la Diamond League que quiero ganar. Y, si no, siempre está ahí Río 16…”
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