Calor, mosquitos y Cavendish en Bretaña
El eritreo Teklehaimanot, de nuevo entre los escapados, sigue mandando en la montaña
Cuando le hablan de Federico Bahamontes, que cumplió 87 años el jueves, Raymond Poulidor siempre dice “¡ah!, el picador”, y se ríe pícaro. No se olvida de la cita ningún año, aunque cada vez su risa es menos socarrona, su mirada más velada, su memoria más pálida. Poulidor, que ya tiene 79 años, se está haciendo viejo y se sienta en una mesita que las bellas jóvenes del Crédit Lyonnais, el banco que le paga el Tour a cambio de vestirle con su camisa amarilla, le colocan a la sombra en el village para recibir a viejos aficionados y firmar unos autógrafos. Como ya apenas se mueve, el banco, ágil, ha sucumbido al signo de los tiempos y ha disfrazado de león a un propio que asusta a los niños y luce la imagen de la marca entre corredores que ya ríen porque hace calor y huele a Tour, a barbacoa en las cunetas y a bronceador de espectadores de vacaciones que se tuestan en las pequeñas carreteras que suben y bajan de Normandía a Bretaña entre queserías de Camembert, Pont l’Évêque y Livarot, manzanos y destilerías de Calvados, y aplauden a Mark Cavendish, el habitual sprinter-Tour que ya ganó su etapa de la cosecha del 15, la 26ª de su vida en el Tour.
Contagiado del ambiente, Chris Froome, que vuelve a vestirse de amarillo al terminar la etapa (al anterior poseedor, Tony Martin, ya lo operaron el jueves por la noche en Hamburgo de la fractura de clavícula) declara, como la reina de Inglaterra antes de los Juegos: “Los días de tensión han terminado, que comience el Tour de verdad”. “La primera semana han sido días muy duros pero magníficos”, dice Froome, que asusta a todos. “Después del horror del año pasado los necesitaba así, corriendo delante y mandando hasta en el pavés. Más que física era una necesidad moral”.
Comienza el Tour y los corredores y los directores ya se han olvidado del habitual “hay que ir día a día” y se atreven hablar del día siguiente, y del siguiente al siguiente. Hablan de esos días, del Mûr de Bretaña el sábado, de la contrarreloj por equipos que termina en cuesta el domingo, y, por lo tanto, hablan de Froome, que ha impresionado a todos y que tiene un fan incondicional en Stephen Roche. “Quiero que gane Froome, y va a ganar porque no le veo límite, pero es por una razón muy egoísta”, dice el irlandés que pudo con Perico en el 87 y que sigue el Tour anunciando los coches de Skoda. “En octubre, se casa en Mónaco con una española mi hijo Nicolas, que corre para Froome en el Sky, y si gana el Tour tendrá una prima especial, lo que le vendrá muy bien para empezar la vida de casado”. Toda la carrera de Roche se resume en un año, el 87 en el que condenó a su compañero Visentini a abrir una empresa de pompas fúnebres, a los periquistas a detestarlo porque no falló en la contrarreloj y a Eddy Merckx a admitirlo en uno de sus clubes más exclusivos. “Mi carrera fue un año, sí, pero prefiero que haya sido así, ganar Giro, Tour y Mundial en apenas cuatro meses. Eso es lo que me permite ser más recordado ahora”, dice el corredor de Dublín. “Cuando hago presentaciones con los concesionarios de Skoda me hacen una presentación chulísima. Dicen algo así como que ha habido ya 101 Tours y 60 ganadores, y que de esos 60 solo siete ganaron el mismo año Giro y Tour, y que de esos siete solo dos ganaron Giro-Tour-Mundial. Uno fue Merckx, el otro, yo. Y me levanto y todos me aplauden. Si hubiera ganado una cosa cada año, nadie me recordaría así, como nadie recordaría igual a Poulidor si hubiera ganado un Tour o si hubiera vestido un solo día el maillot amarillo”.
Roche se acuerda de Perico, de sus años felices y, viendo a Nairo Quintana, se acuerda también de los colombianos que hace 30 años empezaron a conquistar el Tour. “Sí, Lucho, Parra y compañía… “, dice. “Los llamábamos los mosquitos, porque siempre estaban revoloteando y picando, aunque eran un poco anárquicos. Quintana es diferente. Es colombiano y sube como los mejores colombianos, pero tiene mentalidad europea. Si llega a los Pirineos con menos de tres minutos perdidos, podría ganar el Tour…” Y, como todos los días, Stephen se va a ver a su hijo al autobús del Sky, a cuya sombra Nicolas, en buen español (“es el idioma que hablo con ella”), confirma lo de su boda con Débora, “madrileña de Villaverde”.
Nicolas y casi 200 más se van rápidos a la salida, donde antes del kilómetro cero les espera una montonera que atrapa a Contador, produciéndole las últimas contusiones entre los grandes, la última caída antes de que el Tour comience de verdad.
Froome duda de la frescura de Contador
Hace cuatro años, el ganador del Tour, Cadel Evans, ganó en la incongruencia topográfica del Mûr de Bretaña por delante de Alberto Contador, lo que da una idea del final que espera el sábado a los corredores. Purito, ganador del primer muro del Tour, el de Huy, no conoce a su primo bretón, pero espera verlo por Youtube y Google Maps para hacerse una idea; Valverde cree que le va bien y, aunque le escueza el glúteo por la caída del jueves y duerma mal, podría intentar moverse; Contador ya ha probado que sabe afrontarlo y Nibali espera reproducir el número que le puso líder el año pasado, con una llegada similar en Leeds. Se espera a Froome, tan explosivo en Huy que dejó a todos boquiabiertos y tan deseoso de llegar a los Pirineos sólido de amarillo, y el inglés no solo no desmintió su interés en moverse en la cuesta de apenas dos kilómetros (“no lo conozco, pero seguro que hay diferencias pequeñas entre los favoritos”, dijo) sino que aprovechó la víspera para analizar a sus rivales desde su posición de líder: “Quintana ha perdido más tiempo del que querría, pero seguro que está muy fuerte en la montaña; Nibali está muy bien, y Contador me hace plantearme la gran pregunta: ¿Estará fresco en la montaña después del Giro?”
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