_
_
_
_
memorias en blanco y negro
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Gol fantasmal en un escenario de dolor

José 'Chamaco' Valdés marca el gol de Chile sin oposición
José 'Chamaco' Valdés marca el gol de Chile sin oposiciónas

La portería en la que Alexis Sánchez marcó su decisivo penalti la noche del sábado fue, en el lejano noviembre de 1973, escenario del gol más bufo y desagradable de la historia. Lo marcó el Chamaco Valdés a portería vacía, en ausencia de la URSS. Eran los tiempos del Chile de Pinochet, que de esa manera se clasificaba para el Mundial-74.

En aquel Mundial, a celebrar en Alemania Occidental y que aún jugaban dieciséis equipos, se había decidido dar una plaza más al tercer mundo futbolístico. Había que sacarla de Europa o de Sudamérica. La fórmula fue enfrentar a los ganadores de grupo de ambas zonas que hubieran alcanzado el puesto con menor suficiencia. Les tocó a Chile y a la URSS. Chile había pasado con desempate ante Perú en Montevideo. La URSS había pasado con apuros en su grupo, gracias a un empate de Irlanda en París. Así que sería Chile o URSS, a doble partido.

Francisco Valdés cumplió la penosa tarea de marcar a puerta vacía el tanto más ridículo y ominoso de la historia del fútbol

El 11 de septiembre de 1973 los jugadores chilenos amanecen en su lugar de concentración, Puente Alto, muy cerca de Santiago. La idea es salir a las diez hacia el aeropuerto para una gira previa al partido en Moscú, fijado para el 26. Chile quería prepararlo a fondo, como no podía ser menos. Acababa de disputar un amistoso con el Portoalegre y antes de cruzar el charco había concertado amistosos en Guatemala, El Salvador y México. Pero cuando se despiertan, todo se cae: ha habido un brutal golpe de Estado militar, con ataque de aviación y carros al Palacio de la Moneda, sede de la Presidencia. El presidente, el izquierdista Salvador Allende, se ha suicidado. El hombre fuerte es el general Pinochet, tenido hasta la víspera como leal a Allende.

Empiezan detenciones masivas de izquierdistas y se decide utilizar el Estadio Nacional de Santiago como Centro de detención y clasificación. Los presos pasan interrogatorios duros, palizas y torturas, a veces hasta la muerte. Hay dos suicidios. Cada día salen veinte, treinta, cuarenta… Algunos a sus casas, bajo juramento de no contar nada, otros a los vuelos de la muerte, lanzados desde helicópteros al mar.

Entre los fallecidos de aquellos días está una celebridad de la cultura, Víctor Jara, cantautor, profesor, director de teatro.

¿Y el Mundial? El gobierno de Pinochet, tras la confusión de los primeros días, decide que es una de las prioridades. A ello contribuye no poco uno de los médicos del equipo, Jacobo Helo, a su vez médico personal de Gustavo Leigh, jefe de la Fuerza Aérea.

Se reorganiza la salida, aunque ya sólo habrá tiempo de jugar en México antes del salto a Europa. Y los detenidos, que vagan temerosos por las gradas del estadio, contemplan alucinados cómo una tropilla de jardineros mima el césped. Es el estadio de la capital, el mejor del país, y ahí se ha de jugar el partido de vuelta el 21 de noviembre.

Viajan a México. Les advierten de que no hagan declaraciones inconvenientes con palabras siniestras: “Dejáis a vuestras familias aquí”. Se van alicaídos. Ganan en México. Luego van a Suiza, donde ganan al Neuchâtel. Ahí escuchan que en Moscú piensan tomarles como rehenes para rescatar izquierdistas de manos de Pinochet.

La noche del 20, los jugadores saben que los rivales no han venido. Se alegran. ¡Están clasificados para el Mundial!

En Moscú, Carlos Caszely y Elías Figueroa son retenidos en el aeropuerto de Sheremétievo, porque las fotos de su pasaporte no correspondían con su aspecto. Figueroa, por una melena que no tenía en la foto del pasaporte. Caszely, por su bigotón, que en la foto, de cuando era muy joven, es apenas perceptible. El resto se niega a salir del aeropuerto sin ellos. Por fin, tras tres horas y media, pasan todos. El partido se juega en el Estadio Lenin, el día 26 de septiembre, quince después del golpe. Chile, en un ambiente muy adverso, con cuatro bajo cero, se cuelga del larguero y saca un 0-0.

La URSS comunicó a la FIFA su negativa a jugar el partido de vuelta del 21 de noviembre en el escenario de las infamias. Francisco Fluxá, presidente de la Federación Chilena, sugirió a su Gobierno jugar en el Sausalito de Viña del Mar y por poco se la carga. La intención de Pinochet era fingir estabilidad y normalidad, y lo estable y lo normal sólo sería jugar en el gran estadio de la capital.

La FIFA se vio en un apuro. Tras estudiar el asunto, decidió nombrar una comisión para examinar el caso sobre el terreno. Dos de los designados se negaron a ir: Helmut Riedel, alemán oriental, y Sandor Bacs, húngaro. La comisión se redujo al brasileño Abilio D’Almeida y al suizo Helmut Kaiser, secretario de la FIFA, que se presentaron en Santiago el 24 de octubre. Están 48 horas. Les muestran el estadio, donde ya no hay presos, ni rastros de sangre en las dependencias que visitan. El césped está en buen estado. Informan a la FIFA que el partido es posible.

Cuando se acerca la fecha, Chile mantiene la ficción de que el partido se va a jugar, y sigue con ella hasta el final, a pesar de que el 17 de noviembre la FIFA les ha confirmado oficialmente la retirada de la URSS. La noche del 20, los jugadores saben que los rivales no han venido. Se alegran. ¡Están clasificados para el Mundial!

Pero Pinochet se empeña en escenificar una patochada. Se abre el estadio y a la hora convenida, con menos de media entrada, Chile comparece con sus jugadores correctamente uniformados. Con ellos, un árbitro local, Juan Hormazábal, ya que la FIFA no ha enviado ninguno. Se saca de centro, avanzan los delanteros y el capitán, Francisco Chamaco Valdés, cumple la penosa tarea de marcar a puerta vacía el gol más ridículo y ominoso de la historia del fútbol. Luego, para compensar al público, se juega un partido con el Santos, que ganará el equipo brasileño 0-5.

Caszely, antipinochetista declarado que en las malas se jugó el bigote negándole la mano al dictador, fue protagonista de aquellos hechos. Lo recuerda con bochorno:

—Yo lo llamé El Teatro del Absurdo. Nos engañaron hasta última hora, nos dijeron que sí habían venido los rusos, ¡pero habían contratado al Santos ya de antemano, porque sabían que no! Del partido apenas recuerdo que Edu jugó fenomenal y que nosotros no teníamos ganas de nada. Nos dieron un baile a toda orquesta.

De aquello hace ya mucho tiempo. Una placa en el estadio hace alusión a aquellos hechos con la siguiente leyenda:

“Un pueblo sin memoria es un pueblo sin futuro”.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_