Contador remacha el clavo en el bucólico Ologno
El líder ataca en el puerto después de que Landa se quedara cortado tras una caída y aumenta en 1m 13s su ventaja en la general
En Verbania la línea de meta está flanqueada por magnolios y en las calles altas crecen fragantes setos de azaleas, detrás de los cuales se entrevén Maseratis aparcados en los jardines de las villas con vistas al lago donde George Clooney se toma un café mientras navega. A Verbania, sentados horas silenciosas a la sombra de los árboles en las orillas del calmo Lago Mayor, venían a curarse los neurasténicos, los Herman Hesse, los grandes que siempre han estado en contradicción con su tiempo, los nunca entendidos. En Verbania, Alberto Contador, campeón y, por lo tanto, obligatoriamente, persona en contradicción consigo mismo y con el mundo que le rodea, puso de los nervios al pelotón del Giro sudando como nunca lo habrían hecho los personajes que dieron fama a la ciudad y sus orillas.
Por Verbania, antes de romperse definitivamente en el Monte Ologno, en sus rampas estrechas, en sus curvas imposibles, pasa el pelotón atómico, sumergido en un disolvente que le hace perder su belleza, su perfección física, fluida. Los corredores ya no se mezclan en el gran grupo disfrutando de la generosidad de aquellos que poniéndose en cabeza frente al viento crean un rebufo que envuelve a los demás amoroso, con cariño, ahorrándoles pedaladas. Los ciclistas ahora corren consigo mismos y con los compañeros que visten igual. Crean pequeños grupúsculos de seis, siete, de colores nítidos, amarillos con una mancha rosa; azul turquesa con un toque blanco; azul oscuro y verde, negro, rojo, verde. Se mueven juntos; suben y bajan juntos; se caen juntos. Las relaciones dialécticas dentro del pelotón, sus leyes que parecían inmutables, se han roto, como se rompió el grupo cuando junto al lago se cayó un Sky que arrastró a todos los negros que arrastró a varios azul turquesa, entre ellos Mikel Landa, quien rompió la rueda trasera de su bici y tuvo que parar a cambiarla. El segundo de la general se quedó cortado en un grupo azul. Faltaba nada para el brutal brusco giro de 180 gradas para cruzar un portillo y entrar, en fila india, como quien entra a un teatro, en el Ologno que les esperaba empinadísimo.
Dos días después del Mortirolo, donde quien cambió la rueda trasera con calma fue Contador, se repetía la situación pero al revés, con intercambio de papeles, gentileza de un Giro, el del 15, en el que lo inesperado siempre ocurre. El martes, antes del Mortirolo, aceleró el Astana cuando el cambio de rueda de Contador. Lo inesperado el jueves en Verbania no fue que Contador dispusiera de la oportunidad de devolverle la jugada al ambicioso alavés, sino que lo hiciera. Eddy Merckx, espejo de grandes campeones, atacó una vez para castigar a un gregario que se había permitido tomarse libertades. Fue en el Tourmalet, en su primer Tour, el del 69. Iba de amarillo. Ya tenía el Tour ganado, pero aquel ataque en solitario de decenas de kilómetros fue el que dio valor de leyenda a su victoria. Fue el valor del ataque innecesario, de la acción no dictada por el cálculo o por el premio que le esperaba. Fue la acción que, pese a tener un origen humano, que valía simplemente por haberse llevado a cabo.
Clasificaciones
Etapa
General
1. Philippe Gilbert (BEL/BMC) 4:04:14.
2. Francesco M. Bongiorno (ITA/Bardiani) a 47.
3. Sylvain Chavanel (FRA/IAM) a 1:01.
4. Matteo Busato (ITA/Southeast) m.t.
5. Amael Moinard (FRA/BMC) m.t.
6. David de la Cruz (ESP/Etixx-Quick Step) m.t.
7. Rinaldo Nocentini (ITA/AG2R) m.t.
8. Kanstantsin Siutsou (BIE/Sky) m.t.
9. Chad Haga (USA/Giant) a 2:42.
10. Pieter Weening (HOL/Orica-GreenEdge) a 3:55.
1. Alberto Contador (ESP/Tinkoff-Saxo) 72:23:09.
2. Mikel Landa (ESP/Astana) a 5:15.
3. Fabio Aru (ITA/Astana) a 6:05.
4. Andrey Amador (CRC/Movistar) a 7:01.
5. Yury Trofimov (RUS/Katusha) a 9:40.
6. Leopold Konig (CZE/Team Sky) a 10:44.
7. Damiano Caruso (ITA/BMC Racing) a 11:05.
8. Steven Kruijswijk (HOL/Lotto-Jumbo) a 12:53.
9. Ryder Hesjedal (CAN/Cannondale) a 13:01.
10. Alexandre Geniez (FRA/FDJ) a 14:01.
Nada más entrar en cabeza en el estrecho y bucólicamente duro Ologno, Contador miró atrás: no vio a Landa, vio a Aru con la boca abierta, mandó a su Kreuziger acelerar a tope. Casi sin querer se había ido. Y ya no paró. Se fue solo. Nadie pudo seguirle. Quedaban más de 40 kilómetros por delante. Iba de rosa. Ya tenía el Giro ganado (sacaba entonces 4m al segundo, que ahora son más de cinco). No necesitaba para nada atacar. Llevaba días advirtiendo que estaba gastando más de lo que pensaba, que debía pensar en ahorrar energías. Y atacó porque así es Contador, un campeón que quiere dejar su sello en todas las carreras. El sello de Indurain era la economía, la eficiencia, la calma y la paciencia. El sello de Contador es el derroche. ¿Su necesidad? Poner a cada uno en su sitio. Y él por encima. Esta mezcla de racionalidad (ganó un minuto, sobre todo porque supo juntarse con dos buenos ayudantes en el descenso y el llano, Hesjedal y Villella) e impulso con la que remachó el clavo de la carrera, él lo llama análisis.
Landa, más limitado, no contraatacó como Contador en el Mortirolo, sino que simplemente, inteligentemente, defendió su segunda plaza. Por delante, miembro de un grupo de una docena que se escapó pronto, sí que atacó, en el descenso hacia Verbania, a lo grande, a su estilo, Philippe Gilbert, el clasicómano belga que ganó su segunda etapa en el Giro del 15, seis días después de hacerlo en Vicenza.
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