Un Messi infinito le da su 23ª Liga al Barcelona
Los azulgrana se imponen en el Calderón por 0-1 y logran el primer título de tres posibles
El paraíso de Messi no tiene fin. Este prestidigitador del fútbol descorchó en el Calderón su séptima Liga con el Barça en los últimos diez años. Y lo hizo con un gol messiánico, a su manera, con la lámpara siempre a punto. Fue la guinda al 23º título liguero de una entidad que ya no improvisa tronos, que ya no metaboliza hasta el hueso el victimismo, sino que lleva dos décadas con dosis masivas de éxitos. Messi es el frac de una generación de ensueño, la que ya no alumbra Puyol y de la que previsiblemente se descolgará Xavi, la apoteosis azulgrana, honrado por la hinchada del Calderón. Los jugadores pasan, pero la idea permanece. El Barça, incluso en las malas, es la expresión de un pensamiento propio en la que prevalece lo deportivo sobre lo mercantil. Desde los tiempos de Johan Cruyff decidió explorar una vía, un rasgo diferenciador. La veta ha dado oro puro a este Barça que ahora va a por el triplete.
Atlético, 0-Barcelona, 1
Atlético de Madrid: Oblak; Juanfran, Giménez, Godín, Siqueira; Arda (Mandzukic, m. 72), Gabi, Mario (R.García, m. 67), Koke; Griezmann y Torres (Saúl, m. 80).
Barcelona: Bravo; Alves, Piqué, Mascherano, Alba (Mathieu, m. 79); Rakitic (Rafinha, m. 86), Busquets, Iniesta (Xavi, m. 81); Messi, Neymar y Pedro.
Gol: 0-1. M. 65: Messi bate a Oblak de tiro cruzado tras una pared con Pedro.
Árbitro: Undiano Mallenco. Amonestó a Koke (m. 52) y Gabi (m. 75), Pedro (m. 29), Alves (m. 31), Neymar (m. 90) y Messi (m. 90).
Partido disputado en el estadio Vicente Calderón ante unos 54.000 espectadores.
Se corrigió Luis Enrique y el conjunto azulgrana salió como un cohete hacia la cumbre. Turbado al inicio, el equipo cogió pista tras tocar fondo en Anoeta, cuando todo hacía prever un motín a bordo encauzado por Messi. Desde entonces, en tregua, poco a poco el técnico dio con las teclas, la alineación dejó de ser un tiovivo, el equipo fue reconocible y una vez más se demostró que la creatividad no conspira contra la eficacia. Porque de todo ha tenido este Barça triunfal, al que no cabe arrinconar a su entrenador, cuya aportación final es más que estimable, por mucho que suela desfogarse ante enemigos imaginarios.
El Barça siempre fue un equipo de entrenadores y los registros de Luis Enrique le avalan. Ha pulido cosas, como restar retórica con la pelota a favor de un ataque más directo, de mayor vértigo. Así ha logrado una delantera de etiqueta, un medio campo versátil y una zaga rotunda. Un equipo redondo hasta para aquellos episodios que tanto despreciaba, como el juego aéreo en las dos porterías. Con Messi como Hamelín, con el tiempo se asentó Luis Suárez como bucanero ofensivo, Neymar despertó como trompetista del gol, resurgió el mejor Busquets, apareció la versión natural de Alves, se agigantó Piqué, no bajó el pulso Jordi Alba e Iniesta y Rakitic finalmente mutaron su papel para bien… Y Xavi se mantuvo como guía espiritual, dentro y fuera del campo.
Este Barça con vuelo soñaba con los tres broches de oro que tiene en el entrecejo. El primero pasaba por el Manzanares, con el título a una victoria. La vida al revés que hace una temporada, cuando el Atlético hizo bingo en el Camp Nou. Esta vez, circula a 16 puntos de los barcelonistas. En Madrid, el Barça no se demoró. El equipo mostró el colmillo desde la alineación. Encaró el envite con su once titular, a excepción del renqueante Luis Suárez, relevado por el mejor Pedro del curso. Señal evidente de que pretendía no demorarse en despejar la Liga para centrarse en sus dos otras finalísimas. La tarde era plomiza, con los termómetros en combustión, y el césped del Calderón era un secarral, lo que impedía que patinara la pelota, que bostezaba sobre la hierba salvo que Messi pusiera el turbo.
Colonizadores del balón, los azulgrana tiraron de catálogo, pusieron el fútbol entre paréntesis hasta las apariciones de su estrella. El regimiento rojiblanco apenas era capaz de echar un vistazo a las eternas posesiones del rival. Con el Atlético de mirón, el Barça dale que dale al tuya-mía, mía-tuya. El duelo solo tenía una marcha, la impuesta por los barcelonistas, que disimulaban cachaza hasta que barruntaban opciones ante Oblak. El asunto era de Messi, el mayor productor de remates visitantes, y de todo tipo, con la cabeza o su prodigiosa zurda, con la que estrelló un disparo al larguero en una falta lateral directa. También reclamó un penalti por mano de Juanfran, lo mismo que Alves tras un agarrón de Godín.
Al ritmo de Messi, al Atlético le costaba un mundo tener cualquier dictado en el partido, incapaz de refugiarse con la pelota, siquiera con alguna contra, bien anclado como estaba por la zaga azulgrana. Y, también, por su lejanía de Bravo, lo que dejaba a Torres y Griezmann a tres lunas del área. El equipo ha perdido depósito, nada que ver con aquel grupo de corsarios que aguijoneaban a sus contrarios en todas las zonas del campo, con despliegues físicos descomunales que obligaban al fórceps a sus rivales. Hoy, con piernas de mármol, es otro, más elemental en todo. Nadie lo paga tanto como Arda, que no se encuentra, al que no encuentran. El Atlético solo mantiene las señas a balón parado, vía por la que encontró su mejor oportunidad de la jornada, con un cabezazo de Jiménez, hasta un zapatazo final de Siqueira. En Granada, en la última jornada, tendrá que sumar al menos un punto para dejar a salvo la tercera plaza que evita el engorro de la fase previa de la Liga de Campeones.
A base de dar palique al balón, el grupo de Luis Enrique logró afeitar a un adversario ya rebajado de por sí. Con Messi se puede tener una paciencia infinita, todo es cuestión de confiar en su puntualidad. Tras unos cuantos remates, La Pulga sentenció la Liga cinco minutos después de que marcara Cristiano su primer tanto al Espanyol. El campeonato merecía un gol de bandera. Y, cómo no, Messi fue el elegido. Tiró una pared con Neymar dentro del área de Oblak, el argentino hizo rodar el cuero con la suela, un toque instantáneo y un pase terminal a la red con precisión de cirujano. Otra oda de este genio, por sí mismo un retablo de fútbol.
El golazo de Messi entronizó al mejor, al mejor de la Liga y al mejor del Calderón. En ventaja, el Barça administró el tramo final, al que solo le faltó la puntilla, la que tuvo Neymar, pifiado en un mano a mano con Oblak. Luis Enrique no se olvidó de Xavi, el otro gran satélite del mejor Barça de la historia. Porque eso y mucho más es Xavi, historia pura, la excelencia. Sabia, lo reconoció la gente del Calderón, que le recibió con tanta cortesía como despidió a Iniesta. Este Barça cargado de símbolos ya se sentía campeón. Y así fue. Messi brindó por todos y todos brindaron por Messi. El título, para todos. La Liga no engaña: después de 38 retos, el campeón siempre es el mejor. Lo ha sido este Barça que camina hacia el triplete.
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