David Cal: “No me apetece seguir compitiendo”
El español con más medallas olímpicas alude al cansancio mental para explicar su retirada
Nada de lo que envuelve o rodea a David Cal remite al divismo que se le podría suponer al deportista español más laureado en los Juegos Olímpicos, al piragüista más exitoso de la historia de España. Nada tiene que ver con el halo entre el misterio y la polémica que envolvieron sus últimas horas como deportista en activo. El Ayuntamiento de Cangas, emplazado en la ría de Vigo, con vistas a la mayor urbe gallega, escenificó el adiós de un deportista tan sencillo como irrepetible. “¡Qué mejor sitio que despedirme donde celebramos tantas medallas!, exclamó con la voz entrecortada por la emoción.
Cal se va camino de los 33 años sin saber lo que es el fracaso en sus objetivos, con cinco medallas olímpicas, otras cinco en Campeonatos del Mundo y una leve espina. “Nunca he sido campeón europeo”, recordó puesto a encontrar una tacha. “Ocurrió que siempre coincidía antes de otros campeonatos y nunca llegaba en forma a ellos”, se disculpó. Fue justo en ese camino hacia el próximo desafío continental cuando acabó de comprender que nada era como antes. Hace un mes Cal, llegado desde su concentración en São Paulo, acudió al control selectivo para participar en el Europeo que tendrá lugar en la República Checa la primera semana de mayo. El cronómetro, ese al que su entrenador Suso Morlán conoce como el japonés y al que atribuye verdades absolutas, le dejó siete segundos detrás de otro palista gallego, André Oliveira. Ya no regresó a su concentración en Brasil.
“Estoy fuera de peso, pero eso otras veces no fue un problema”, explica Cal. Lo que le alejaba de sus tiempos, de la posibilidad de llegar a esos sprints de 71 paladas por minuto que eran seña de identidad para él y tope inalcanzable para sus competidores, era la falta de motivación. Tras la quinta medalla trató de encontrarla en un exilio que no llegó forzado, pero sí que le situó ante un callejón con escasas salidas. Su entrenador durante los últimos 14 años recibió una oferta del Comité Olímpico Brasileño para preparar a sus palistas en el escenario de los próximos Juegos. En España la perspectiva más inmediata era la de una reducción salarial, así que Morlán se fue y Cal tras él. “No me arrepiento –explica el campeón gallego- porque nunca se sabe qué hubiera pasado si me llego a quedar en Galicia, pero ya todo era muy rutinario y pensé que el cambio me podía sentar bien”. No fue así. Perdió la exclusividad que le ataba a Morlán desde 2007 y comenzó a compartir trabajo y vida con otros cuatro palistas brasileños.
Tampoco ese era una contrariedad, asegura. Sí la morriña, ese sentimiento que solo un gallego puede explicar. O intentarlo: “Estaba a 8.000 kilómetros de mi casa, sin mi gente. Se hace duro. Venía aquí y tenía que entrenarme solo y sin tanta intensidad, pero el entrenador no podía estar en dos sitios, claro…”.
Difícil entender a Cal sin Morlán detrás, personalidades complementarias, la calma y la tormenta, la laboriosidad y la meticulosidad. Desde la Federación Española de Piragüismo se alude a una comunicación reciente del técnico sobre un cierto desencante con su pupilo. Morlán niega que haya emitido ningún informe y Cal, en el adiós, no quiere líos. “Suso nunca me ha fallado, solo hemos tenido problemillas de la vida cotidiana que al final se convierten en cosas positivas. Es todo una cuestión mental”.
Manda la cabeza y no otros motivos. En las últimas horas, desde que se filtró su decisión de retirarse, a Cal le han llegado diversos ofrecimientos para llegar al desafío de Río 2016 el próximo año. Los desechó. “No me apetece seguir compitiendo y empezar con otro entrenador es comenzar de cero y dar palos de ciego. No hay tiempo ni tengo voluntad para experimentar y si la cabeza no funciona, el cuerpo tampoco”, argumenta.
El futuro de Cal, que quiere estar cerca del deporte –“aportar con aquello que he aprendido”, dice-, comienza en el descanso, en empaparse de Cangas, de disfrutar de Pontevedra sin tener que dar paladas en el río Lérez, en los tranquilos días en la ensenada de Aldán, un paraíso al final de la península del Morrazo, allí donde con ocho años se subió a una canoa. “Lo hice para disfrutar del piragüismo y de la playa”, recuerda. “Luego llegaron los resultados y las metas se elevaron”. Fue así, como sin querer, a base de un descomunal talento pulido por un técnico singular, como se escribió la historia más granada del olimpismo español en más de un siglo de trayectoria. Como sin darse una importancia que cada vez adquirirá mayor dimensión en cuanto se sucedan los reconocimientos.
El Comité Olímpico Español quiere prepararle un gran homenaje después de Semana Santa, dicen que el 13 de abril. “Cuando quieran, no hay problema con la fecha”, se deja llevar Cal, que no oculta su ilusión por subirse algún día al estrado del ovetense Teatro Campoamor y recoger el Premio Princesa de Asturias.
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