La tabla rasa de Tiger Woods
Cerca los 40 años, el jugador debe empezar de nuevo para adaptar su ‘swing’ a su cuerpo
Cuello, espalda, glúteos, rodilla derecha, rodilla izquierda, ambos tobillos y sus correspondientes tendones aquíleos. Rotos, torcidos, esguinzados. Bisturí, infiltraciones, masajes.
Es el cuerpo de un atleta sometido desde los 19 años a tensiones, fuerzas y rotaciones tremendas. El cuerpo de un jugador que revolucionó el golf con su combinación de potencia atlética y toque sutil y que dentro de unos meses cumplirá 40 años. El cuerpo machacado de Tiger Woods, que ha pedido tiempo muerto, que ha anunciado que estará una semana sin competir después de unos últimos torneos terribles. En uno, en Phoenix, hizo la peor vuelta de su vida, 82 golpes un viernes en el que le temblaban las manos y era incapaz de acertar una con su juego corto con el que que maravilló durante años; una semana después, en San Diego, alegando que había cogido frío y que sufría dolorosas contracturas glúteas que le impedían doblarse, abandonó en el hoyo 11º el jueves.
El día siguiente, Woods se fue a la nieve, a Colorado, a ver a su novia, la gran esquiadora Lindsey Vonn, quien le confortó mientras a su alrededor casi todos los sabios del mundo, siempre tan cariñosos con los más grandes, anunciaban que estaba acabado para el golf, que su cuerpo se había rebelado definitivamente tras tantos años de esclavitud y que no volvería a obedecerle. Y faltan solo dos meses para el Masters, el primer grande del año.
Pocos han disentido de los agoreros, pero uno de ellos lo ha hecho con cierta autoridad y argumentos. Es la voz aristotélica de José María Olazabal, golfista que también debió superar problemas físicos, quien después de sufrir una enfermedad reumática debió hacer tabla rasa con su pasado, desaprender lo que había aprendido toda su vida y partir de cero para volver a escribir su historia. Justo el proceso en el que Woods se encuentra ahora inmerso con Chris Como, un joven biomecánico a quien ha contratado como nuevo profesor de swing para adaptar su forma de golpear las bolas a las limitaciones que imponen las secuelas de tantas operaciones y lesiones como ha sufrido. A Olazabal le fue bien el cambio, pues al año siguiente de superar su enfermedad, ganó su segunda chaqueta verde en Augusta.
“Y a Tiger no le tiene por qué ir mal”, dice Sergio Gómez, el mánager del golfista vasco, que transmite sus opiniones. “José Mari opina que Tiger no está acabado en absoluto, sino como todo aquel que emprende una reconstrucción de su swing las está pasando canutas a la espera de que todas las piezas nuevas se ajusten. Es como una crisálida antes de convertirse en mariposa”. Como prueba de su razonamiento, Gómez explica que el gran problema actual de Woods es el juego corto, justo el juego que no se olvida: el síntoma de su reconstrucción.
Mientras parece más difícil que Woods, que ha ganado 14 grandes, alcance su objetivo de superar la barra de 18 alzada por Jack Nicklaus, un dato puede jugar en su favor: también Nicklaus sufrió una crisis y una cadera que le obligó a cambiar el swing cerca de los 40. Pero después de cumplir esa edad, El Oso Dorado fue capaz de ganar sus tres últimos grandes, el último, su sexto Masters, a los 46.
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