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San Lorenzo es un manojo de nervios

El equipo argentino será el rival del Madrid tras superar con gran sufrimiento al Auckland (2-1)

D. TORRES
Kannemann, de San Lorenzo, y el delantero del Auckland City, Tavano luchan por el balón
Kannemann, de San Lorenzo, y el delantero del Auckland City, Tavano luchan por el balónChema Moya (EFE)

Walter Kannemann tocó y tocó la pelota. La manejó demasiado para los estándares de un central. La controló y la distribuyó dando síntomas de una tensión estragante. Sudoroso, pálido, algo rígido en los giros, vacilante en los controles, el defensor del San Lorenzo somatizó la angustia por la necesidad urgente de clasificarse para la final contra un adversario aparentemente muy inferior. Cuando alcanzada la media hora de partido el Auckland City se hizo con la posesión y obligó a sus compañeros a correr en vano persiguiendo sombras, Kannemann debió sentir que le clavaban el aguijón del orgullo. Era el Mundial de Clubes. El día de gloria. Y un siglo de historia de fútbol rioplatense no servía para disfrutar del juego ni contra un equipo de Nueva Zelanda. Hasta la hinchada, esos 6.000 bulliciosos argentinos desplazados a Marruecos que tanto habían cantado en la tribuna, se quedaron expectantes. Casi en silencio. Ante el primer balón dividido, cuando Kannemann vio que Mario Bilen llegaba antes que él, al intuir que por más que aceleraba se le hacía tarde, se lanzó con los tacos por delante y trabó. Se llevó el balón y faltó poco para que no se llevara el quinto metatarsiano de Bilen.

El San Lorenzo representó la tragedia del fútbol argentino cuando intentó distinguirse y no pudo. Esto es lo que sucede cuando los intermediarios y los comerciantes se hacen con la organización del fútbol de un país durante medio siglo. Dejan un erial. Durante más de media hora, en la primera parte, el campeón de América no consiguió elevarse sobre el Auckland City, el equipo de fútbol de una nación de marinos y jugadores de rugby. Un conjunto que no hace mucho habría vivido en el amateurismo. “¡Ponga huevo!”, cantaba la hinchada. Invariablemente. “¡Ponga huevo!”. En todas las letras de todos los cánticos. Y la única respuesta de su equipo era el coraje. La rabia.

El gol de Barrientos no sirvió más que para exhibir las carencias de su equipo. Al regresar del descanso San Lorenzo se dedicó a proteger su pobre ventaja con una usura descomunal. Arreciaban los pelotazos del lado argentino. La pelota la manejaba Auckland. Y los que tienen la pelota suelen disponer de más posibilidades de enviarla a la red del arco ajeno. Transcurridos 20 minutos de la segunda parte Emiliano Tade, un argentino que ha hecho toda su carrera profesional en Nueva Zelanda, metió un pase filtrado entre Kannemann y Yepes. Llegó tarde De Vries al remate, el portero Torrico salió bien al despeje, pero la pelota le cayó al lateral derecho del Auckland. Un futbolista español, madrileño. Un muchacho que se gana la vida desde hace años en clubes de Asia y Oceanía. Se llama Ángel Berlanga y metió el 1-1.

El partido consumió el tiempo reglamentario. En la prórroga, con un balón colgado al área, tras un rechace, San Lorenzo se adelantó con un zurdazo de Matos. Un suspiro de alivio recorrió a la hinchada que celebró la clasificación después de asistir con pavor al último latigazo de Berlanga, que estrelló un tiro en el palo. Espera el Real Madrid. El equipo que Ortigoza y sus compañeros llevan meses soñando con enfrentar. El sueño que casi se desvanece en Marrakech.

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Sobre la firma

D. TORRES
Es licenciado en Derecho, máster en Periodismo por la UAM, especializado en información de Deportes desde que comenzó a trabajar para El País en el verano de 1997. Ha cubierto cinco Juegos Olímpicos, cinco Mundiales de Fútbol y seis Eurocopas.

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