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Garrido, el éxito tras la tragedia

El extécnico del Villarreal triunfa en el Al-Ahly, que todavía llora a sus 72 hinchas muertos

Juan José Mateo
Juan Carlos Garrido, en las instalaciones del Al-Ahly.
Juan Carlos Garrido, en las instalaciones del Al-Ahly.MARINA VILLÉN (EFE)

Uno tras otro, los rostros de casi cien muertos acompañan el camino de Juan Carlos Garrido cuando se dirige a entrenar al Al-Ahly egipcio, el mejor club africano del siglo XX. El pasado fin de semana, el exentrenador del Villarreal arrancó su aventura ganando la Copa Confederación. El tiempo, sin embargo, está congelado en los paneles que forman la kilométrica pared exterior de la ciudad deportiva, transformada en un recuerdo permanente de los 72 seguidores que murieron asesinados a manos de la afición rival en el campo de Port Said, en 2012, mientras Egipto se partía en dos durante los estertores finales del terremoto popular que había derrocado a Mubarak.

Por la matanza de Port Said, se juega a puerta cerrada... pero miran hacia adelante

“Por la matanza de Port Said, no hay espectadores en los estadios, se juega a puerta cerrada”, explica el español sobre aquella dramática jornada, en la que fallecieron 74 personas en total y hubo más de 500 heridos. “Se hace extraño. La diferencia es abismal. Aquello fue una tragedia: que si [la culpa fue de] la policía, que si la organización… Esperemos que cambie y volvamos a tener espectadores. Creo que la gente quiere mirar hacia adelante”.

Así es El Cairo de Garrido, donde el gigantesco Estadio Internacional (75.000 espectadores) lleva vacío desde 2012, sin espectadores salvo en dos partidos de la selección y uno del Al-Ahly, la final de la Copa Confederación, que se disputó el pasado fin de semana. Entonces, se desata la locura. Antes del encuentro, 2.000 ultras invaden el campo. Interviene la policía. Se desaloja a los invasores y los artificieros revisan las instalaciones. Y comienza el partido. Y la grada aprieta. Y el título se conquista en el descuento, con un gol en el minuto 96. Se encienden decenas de bengalas. El humo pisa el césped. Gana el Al-Ahly.

Aficionados del Al-Alhy recuerdan en 2013 a los fallecidos en Port Said.
Aficionados del Al-Alhy recuerdan en 2013 a los fallecidos en Port Said.Ester Meerman (Flickr Vision)

En los días siguientes, el entrenador tarda horas en llegar a trabajar. Con la mítica plaza de Tahrir en el horizonte, la gente se agolpa a las puertas de la ciudad deportiva, presidida por un mural en recuerdo de los fallecidos de Port Said, atacados con cuchillos y piedras por los radicales del El Masry mientras las avalanchas de su huida se ahogaban contra las puertas cerradas del estadio. Al español, que insiste en que nada de su día a día recuerda a las turbulentas jornadas en las que Mubarak, Morsi y Al-Sisi se sucedieron en el poder, le regalan tartas, fotografías y dibujos.

Un estallido de bengalas celebró el título de la Copa Confederación 2014

“Hay muchas cosas muy interesantes, porque es un paraje único en el mundo, y coches hasta debajo de las piedras", describe el técnico la ciudad. "Antes de venir, me informé hablando en la embajada con Alfredo Martínez, que ahora se ha ido a trabajar con el Rey [Felipe VI le ha nombrado jefe de protocolo], y me dieron una visión muy positiva del país”, añade. “Estoy muy contento. Vine porque esta era la mejor oferta que tenía englobando lo profesional, lo personal y lo económico. El público es pasional. El equipo es ganador. Su historia y su tradición es ganar … y quería vivir eso”, añade.

Garrido, que se maneja con unas pocas órdenes futbolísticas en árabe y la ayuda de un traductor, llegó al Cairo en pleno Ramadán. En consecuencia, la ciudad le sacudió con sus horarios (todo cerrado hasta la puesta del sol), le estremeció con el impresionante coro de cientos de muecines llamando al mismo tiempo al rezo por sus altavoces, y le hizo variar sus costumbres de trabajo, porque sus futbolistas siguieron rigurosamente la obligación de dejar de comer y beber.

“Un jaleo tremendo”, cuenta. “Acabas desubicado. Solo se comía por la noche, por lo que solo podía entrenar por la noche. Ese primer mes no sabía cuándo dormía, cuándo comía, cuándo me dormía…”, sigue recordando el iftar, la comida con la que se rompe el ayuno. “Comíamos por exceso. Con ellos, hay que comer hasta rebosar, porque si no se cabrean: dulces, carne… De todo”.

Luego empezó a empaparse del Cairo (una ciudad que le tiene enamorado y cuya normalidad defiende), y de un club marcado por la tragedia: cada día que entrena, un cartel y unos retratos le recuerdan que faltan 72 aficionados.

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Sobre la firma

Juan José Mateo
Es redactor de la sección de Madrid y está especializado en información política. Trabaja en el EL PAÍS desde 2005. Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo por la Escuela UAM / EL PAÍS.

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