Víktor Tijonov, el coronel de hielo
El legendario entrenador de la era de oro del hockey soviético es recordado tanto por sus múltiples títulos como por la histórica derrota ante EE UU en los Juegos Olimpicos de 1980
En el deporte, como en la vida, se puede pasar a la historia por las victorias, pero también por las derrotas. O por ambas a la vez, porque las caídas de quien mucho gana también suelen ser sonadas. Viktor Tijonov reunió ambas cosas. El entrenador más legendario del hockey sobre hielo, deporte nacional soviético y ruso, falleció la noche del domingo en Moscú a los 84 años. El duro coronel retirado del ejército y del hockey deja uno de los palmarés más brillantes de la historia del deporte. Ocho titulos mundiales, dos platas y un bronce entre 1979 y 1990, pero sobre todo tres oros olímpicos en Sarajevo 84, Calgary 88 y Barcelona 92 (ya como Equipo Unificado, no la URSS), y una plata anterior, la más famosa, en Lake Placid 80. Fue la célebre derrota ante los universitarios estadounidenses conocida como el "Milagro sobre hielo" y que lejos de desanimarle le sirvió de acicate para convertir a su selección en una armada invencible.
Dirigió con mano de hierro la enorme cantera de su país y por encima de las críticas a sus métodos, incluso crueles, la aprovechó al máximo para continuar en el deporte de equipo más rápido del mundo los éxitos de la URSS desde su regreso al olimpismo en la década de los 50. Con la desintegración soviética llegó el declive y ni siquiera él, tras la estampida de jugadores a la NHL, la liga profesional estadounidense, pudo ganar medalla en los siguientes Juegos de Lillehammer 94, y dejó el puesto. No podía tener el mismo control absoluto. Después, Rusia apenas sumó una plata en Nagano 98 y un bronce en Salt Lake City 2002. Luego, nada. Este año, en Sochi, en directo, se produjo el último desastre total apenas paliado unos meses después en mayo con un titulo mundial en Minsk (Bielorrusia). Pero nunca sabe lo mismo, porque se disputa en medio de los playoffs de la NHL, que ya no hace otro hueco en su calendario para que estén absolutamente todos los mejores. El 6-1 de revancha sobre Estados Unidos, por ejemplo, solo fue simbólico y casi pasó inadvertido.
El coronel de hielo, en cambio, sí pudo sumar siempre a su calidad técnica una pléyade de jugadores extraordinarios en su momento. Sin ellos a tiempo completo difícilmente habría logrado sus éxitos. Podrían resumirse en la célebre KLM, siglas de los apellidos de Vladimir Krutov, Igor Larionov y Sergei Makarov, y a los que cabría añadir perfectamente la F de Vyacheslav Fetisov. Tijonov fue un auténtico domador sin piedad, con disciplinas sólo posibles de imponer en regímenes totalitarios y un control férreo para impedir huidas en aquellos tiempos hacia los dólares de la NHL. Si sospechaba de jugadores que en algún torneo podían fugarse, no les convocaba. Aun así, antes de que la Perestroika abriera las puertas, alguno se le escapó. Larionov incluso denunció públicamente sus durísimos métodos en una revista: "Sufríamos insultos y humillaciones constantes. Vivíamos 11 meses al año en un campo de entrenamiento, aislados del mundo, en barracones. Hasta los que estábamos casados. Era un milagro que nuestras mujeres quedaran embarazadas…"
Tijonov siguió entrenando hasta hace 10 años. Pero ya no era lo mismo. Habían caído muchos muros.
Defensa de elite en sus comienzos como jugador, solo alcanzó realmente la cima del hockey en los banquillos tras empezar como segundo entrenador en el Dinamo de Moscú y en el equipo nacional que ganó en Grenoble 68 un titulo olímpico más. En 1977, cuando la URSS ya llevaba ganador cinco de los seis oros disputados desde el primero en Cortina d'Ampezzo 56, llegó a una doble jefatura: en la selección, y en el CSKA, el club del ejército, que sería también con él un dominador total: 13 títulos europeos y nacionales consecutivos. El coronel, rango concedido por ser entrenador, iniciaba su carrera casi imparable.
No tardó mucho en seguir la "razzia" de campeonatos mundiales logrados igualmente por los soviéticos, pero su debut olímpico, en cambio, fue uno de los fracasos emblemáticos del deporte de todos los tiempos. Grandísimo favorito en 1980 con el equipo de profesionales encubiertos que permitieron a los países del Este europeo dominar las grandes competiciones antes de la Caída del Muro, perdió de forma asombrosa ante Estados Unidos, 4-2, el partido decisivo. Curiosamente, se repetía la historia de 20 años antes, cuando los soviéticos también cayeron ante los anfitriones en los Juegos previos en territorio norteamericano, los californianos de Squaw Valley 60. Pero la repercusión de Lake Placid, en el estado de Nueva York, fue infinitamente mayor. De hecho, la victoria se sigue considerando como una de las más grandes del deporte estadounidense en toda su historia. Las razones fueron evidentes. Por la cobertura de televisión y por la convulsa situación económica y política que tenía el patriotismo contra los "soviets" en uno de sus puntos álgidos. Especialmente, la invasión rusa de Afganistán por la que incluso el presidente Jimmy Carter boicoteó los Juegos de Verano de Moscú unos meses más tarde.
Tijonov perdió aquella batalla sobre hielo y se le criticó especialmente la sustitución del portero, el jugador más carismático y no menos legendario, Vladislav Tretiak, tras el primer periodo. El actual presidente de la Federación Rusa, oro ya antes en Sapporo 72 e Innsbruck 76, cerró la herida al poder ganar después en Sarajevo 84, sus terceros Juegos, los primeros del técnico como revancha. Ahora, tras alabar sus logros, Tretiak ha confesado que en el hospital aún hablaban de cómo devolver a Rusia al máximo nivel. En la selección actual de Sochi y del Mundial ha jugado otro Tijonov. Su nieto del mismo nombre, que milita en el SKA San Petersburgo tras haber pasado por los Arizona Coyotes en Estados Unidos. Viktor ha perdido en apenas un año a su abuelo y a su padre, pues éste, también entrenador, falleció tras una caída en su apartamento. Vassili Tijonov llegó a trabajar como segundo técnico en los San Jose Sharks, pero le debió pesar siempre la alargada sombra de su padre. Y su muerte quizá fue otro clavo en el ataúd del ya anciano coronel.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.