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DIARIO DEL PALOMERO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Enganches, Federer y Márquez

Juanma Iturriaga analiza la actualidad deportiva en una nueva entrega de su diario

Paco Alcácer celebra su gol con su compañero Diego Costa.
Paco Alcácer celebra su gol con su compañero Diego Costa.Filip Singer (EFE)
9/10. Jueves

Hay enganches que no son fáciles de librarte de ellos. El del éxito es uno de los más complicados de manejar. Reflexiono sobre ello después de la inesperada derrota de España ante Eslovaquia. Resulta evidente que en el Mundial de Brasil terminó una época en la que los jugadores se acostumbraron a ganar y nosotros a que ganasen. Durante seis años, por un camino o por otro, jugando bien, mal y regular, finalmente, se encontraba el sendero que llevaba hacia una nueva victoria. La misma sensación que tenían los protagonistas, la de ser capaces de enfrentarse a cualquier dificultad e infortunio, la teníamos los aficionados. Aun sabiendo que nadie ni nada es inmortal, vivíamos como si lo fuésemos. Pero llegó el día que todos sabíamos que iba a llegar, lo que no necesariamente supone que estuviésemos listos para ello. Ya nos avisaron durante tiempo que la burbuja inmobiliaria estallaría y arrastraría muchas cosas, nadie se preparó para ello y aquí seguimos, penando.

El catacrack brasileño obliga a dos reinvenciones. La del equipo, necesitado de renovación, y la nuestra, pues deberemos acostumbrarnos a sentirnos de nuevo vulnerables. Y esa adaptación lleva tiempo y necesita mucha más paciencia que urgencia. Incomodan las dudas, los pasitos hacia atrás, las derrotas reales que hasta hace unos meses no formaban parte de nuestro paisaje ni siquiera en las pesadillas, pero acabado un sueño difícilmente repetible, negarse a la nueva realidad sólo lleva a la insatisfacción.

Hablando de enganches, hace unos días tuve un sueño muy raro. Llego a una puerta donde ponía Reunión de ECC y antes de entrar tengo que superar la última tentación de salir corriendo. En la sala hay diez personas cuya disposición dibuja un círculo. Aprovechando los aplausos que debían estar dando a alguien, me siento discretamente en la única silla disponible, intentando no llamar la atención. Una rápida ojeada a los asistentes me muestra una gran heterogeneidad de aspectos y edades. Una mujer de unos 40 años que era la única que lleva un bloc encima de sus rodillas toma la palabra:

- "Muy bien Javier, gracias por tu testimonio".

Mirándome con una sonrisa que supongo intenta transmitir confianza prosigue:

- "Y ahora creo que debemos dar la bienvenida a un nuevo miembro del grupo".

Con veinte ojos sobre mí y las grandes dosis de miedo y vergüenza me levanto y con un hilo de voz digo las palabras mágicas:

- "Hola a todos, soy Juanma y estoy enganchado al Candy Crush".

Todos me sonríen y se ponen a contestarme de uno en uno con el clásico "Hola Juanma". Pero lo sorprendente del tema es que según lo van diciendo se convierten en bolas azules, cuadrados verdes, algo parecido a una alubia de color rojo o una especie de gota de agua amarilla. Cuando le llega el turno a la mujer que parecía dirigirlo todo, su mutación la transforma en una pelota formada por múltiples puntitos de diferentes colores que seguidamente explota dirigiendo como unos rayos a las bolas, cuadrados, alubias y gotas, desapareciendo todos al instante y dejándome sólo en la sala donde cada vez a mayor volumen se escucha la sintonía del juego.

En ese momento me despierto empapado en sudor. Cojo el teléfono y desinstalo el Candy Crush. Por octava vez.

10/10. Viernes

Como todos los años, me reúno con mis antiguos compañeros del equipo de baloncesto del colegio para pasar un fin de semana de excesos alimenticios, discusiones sobre cualquier cosa y recuerdos sobre los que cada vez nos cuesta más ponernos de acuerdo. Esta vez toca Burgos, que cumple todos los requisitos que buscamos. Distancias cortas, buenos bares y restaurantes y un tiempo benigno, sobre todo si lo comparamos con el que habrá dentro de nada. En nuestra primera noche mi ego ha sido alimentado con unas cuantas fotos y algún "Qué majo eres" y también rebajado con un par de "Yo al que sigo es a tu hermano el Comidista". Más de uno me ha preguntado si puedo hacer algo para que el Autocid, el equipo de baloncesto de Burgos, suba de una santa vez a la Liga Endesa. Como no tengo ninguna influencia, estos asuntos burocráticos, simplemente sonrío y me solidarizo. No me extraña su petición, ya que lo que se han ganado más de una vez en la pista, no ha valido luego en los despachos por un quítame unos millones de euros.

Sergio Rodríguez, con el balón en un momento del partido ante el Gipuzkoa.
Sergio Rodríguez, con el balón en un momento del partido ante el Gipuzkoa.Gorka Estrada (EFE)

Uno de los grandes problemas que tiene nuestro baloncesto de clubes es la sensación de intrascendencia que transmite en determinadas situaciones y momentos de la temporada. En los últimos años, equipos que han terminado la liga en posición de descenso, al año siguiente siguen en la máxima competición porque aquellos que se ganaban el derecho a subir, no cumplían con lo solicitado por la ACB. En cuanto al acceso a la Euroliga, algo parecido, pues está casi vetado para quien no sea Real Madrid, Barcelona, Baskonia o Unicaja, al casi obligarte a la heroicidad para meter la cabeza. Si sumamos que por el modelo competitivo siempre hay una segunda oportunidad en los playoffs donde el factor cancha a veces cuenta y otra no, pues resulta difícil vender el drama y la importancia tanto por arriba como por abajo tan necesaria para nutrir de interés la competición durante sus ocho meses.

¿Soluciones más allá de la enunciación del problema? Si las tuviese me forraba seguro. Y sin necesidad de tarjetas de crédito de Bankia.

11/11. Sábado

Algo castigado por una noche de exaltación de la amistad, visito el Museo de la Evolución burgalés. Si exceptuamos espacios donde se coma o se beba, no somos muy de visitas culturales cuando nos juntamos, que para eso ya tenemos los otros cincuenta y un fines de semana. Pero tenía ganas de verlo y ha cumplido de sobra mis expectativas, por lo que animo a cualquier que pase por Burgos en que se detenga un par de horitas para verlo. Hay una parte dedicada a los yacimientos de Atapuerca, Patrimonio de la Humanidad, y otra a la evolución. Sí, la evolución, esa patraña que Darwin se inventó y muchos científicos llevan desarrollando para poner en duda la verdad auténtica, esa de Adán, Eva, Dios y los seis días de trabajo para crearlo todo.

Roger Federer celebra su victoria ante Gilles Simon en la final del Másters de Shanghái.
Roger Federer celebra su victoria ante Gilles Simon en la final del Másters de Shanghái.ChinaFotoPress via Getty Images

Además, hemos contado con la inestimable compañía de Andrés, del departamento de comunicación del museo, que ha resultado ser un excelente guía, explicándonos lo justo y necesario, sin enrollarse más de lo preciso y contestando todas nuestras preguntas, por chorras que fuesen. No es fácil, pues a veces a los guías les ocurre como a los profesores de spinning, que en su intención de animar, se pasan la hora hablando y pegando gritos, lo que a mí termina agotándome más que el darle a lo pedales.

Satisfechos por el acierto de la visita, hemos ido a celebrarlo a un bar donde en la tele Djokovic y Federer andaban a raquetazo limpio en las semifinales del Masters de Shanghái. Me he puesto en seguida del lado del suizo, no porque tenga nada en contra de Djokovic, sino porque mi agradecimiento hacia Federer es casi infinito. Haber podido disfrutar durante tantos años de su tenis elegante y natural, sus históricos partidos frente a Nadal, ese revés a una mano en vías de extinción o esos movimientos donde no corre sino que se desliza sin dar apariencia de esfuerzo, es algo que no tiene precio. Como a Federer le queda lo que le queda en el circuito, cada partido de este pelo, enfrentado y con opciones de ganar al número uno del mundo, parece que puede ser el último, por lo que entre pintxo y pintxo, brinco con cada detalle del genio. La victoria, muy cerca durante muchos minutos, se resiste porque enfrente está un tipo como Djokovic, al que hay que ganarle tres y cuatro veces para poder levantar los brazos definitivamente. Pero finalmente llega, y la sonrisa de Federer, que como buen suizo la saca a pasear en contadas ocasiones, es parecida a la mía.

12/11. Domingo
Marc Márquez celebra su título, tras el Gran Premio de Japón.
Marc Márquez celebra su título, tras el Gran Premio de Japón.REPSOL (AS)

Para cuando me suena el despertador, Marc Márquez ya es campeón de moto GP por segundo año consecutivo. Los grandes adjetivos, ya bastante gastados durante un curso donde sus exhibiciones han sido constantes, vuelven a centrarse en un chaval cuyos límites, teniendo en cuenta su edad y lo mostrado hasta ahora, resultan difíciles de imaginar. Lleva dos mundiales y ante el potencial mostrado y su insultante juventud, ya se elucubra no con el tercero, sino con los siete que le igualarían a Rossi o los ocho de Agostini. No quiero ser pájaro de mal agüero y por supuesto le deseo lo mejor a un chico que espero no pierda nunca esa refrescante sonrisa, pero esta misma dinámica se produjo cuando Alonso ganó en 2005 y 2006 sus dos títulos mundiales, siendo entonces el piloto más joven de la historia en conseguirlo. Entonces se habló de Schumacher (7 triunfos) y Fangio (5) y la posible fecha en la que Alonso los igualaría. Han pasado ocho años desde aquello y Fernando sigue clavado en el dos y sin muchos visos de aumentar su cosecha. Parafraseando a Simeone, vayamos y disfrutemos título a título, que al siete se llega después del seis, no del dos.

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