Orenga y el fracaso de todos
El descalabro llegó de la peor manera posible, con un juego afeitado, sin la casta exigible, lo que resultaba impensable en esta maravillosa generación de jugadores
Recuerda un viejo aforismo que muchos fracasos llegan por adelantar la hora del éxito. Le ocurrió a la España del baloncesto, que cayó con estrépito en un Mundial a la carta, en casa, con un cuadro tenístico sin Estados Unidos a la vista hasta una posible final, sin renuncias de estrellas propias y mucho escaqueo entre sus adversarios. El descalabro llegó de la peor manera posible, con un juego afeitado, sin la casta exigible, lo que resultaba impensable en esta maravillosa generación de jugadores. En este deporte los números son elocuentes: dos aciertos de 22 intentos triples revela desatino, e incluso puede ser achacable a un problema táctico, una falta de ajustes en los sistemas; pero rebotear 22 veces menos que el rival destila poca intensidad, escaso vigor y demasiada suficiencia, durante el partido y en los tiempos previos. Lo mismo que a lo largo de su fantástica trayectoria este grupo capitalizó con justicia las glorias, también le corresponde ahora asumir en nombre propio gran parte del fracaso.
En un deporte colectivo cuesta sostener que haya un único culpable, por mucho que Juan Antonio Orenga haya cometido errores y, entre tanta púrpura de jugadores, sea una diana fácil. Al seleccionador se le vio superado hasta en lo gestual. Sus pacatas palmaditas a las estrellas en cada cambio, el que estos dialogaran más con sus ayudantes que con él, transmitían la imagen de un técnico superado por los astros. Orenga tendrá que dar muchas respuestas y explicar qué grado de autogestión ha tenido el vestuario y cuáles han sido sus galones. Por ejemplo, hasta qué punto ha sido decisión suya o de Pau que el de los Bulls se empachara de minutos basura en vez de regular el sudor. No es creíble que alguien como Pau no tenga dictado.
Igual que este grupo capitalizó con justicia la gloria, ahora debe asumir en nombre propio gran parte del fracaso
Orenga sabrá por qué no se atrevió a intervenir dando carrete a un agitador de primera categoría como Felipe Reyes cuando era evidente que Marc Gasol e Ibaka estaban en Marte. No resulta convincente que a estas alturas de su carrera el capitán del Madrid sea condenado por reclamar más minutos y los compañeros con los que congenia desde su etapa juvenil se queden mudos.
Por la razón que sea, Orenga, sin más, se quedó paralizado, al servicio de un equipo que no funcionaba. Mantuvo el guion, las jerarquías, como si no pasara nada. En un deporte que permite improvisar, rectificar y volver a cambiar de forma instantánea el papel del jefe del banquillo es primordial. La sensación es que los jugadores quisieron un técnico que no interfiriera y cuando perdieron el rumbo ante Francia ya era tarde para reclamar un entrenador, un guía.
Orenga no puede limitarse a decir que es un empleado de la federación, como si no tuviera que responder ante las muchas incertidumbres de los aficionados. Su actitud al término del descalabro, fuera intencionada o no, subrayó su lateralidad con el grupo. Cuando la hinchada pedía su dimisión y los jugadores se sometían a plebiscito en el medio de la cancha, el seleccionador se fue al vestuario de tapadillo, de la misma forma que luego se sentó consigo mismo y nadie más en la primera fila de un autobús vacío, en cuyo perímetro aún había voces que seguían pidiendo su finiquito. Mientras el entrenador se aislaba, para mayor sainete aparecieron en los vídeos del Palacio unas imágenes del técnico junto a sus jugadores en un corto publicitario.
Convendría que se explicara al detalle qué y quién falló en la mala preparación del partido denunciada por Navarro
Pero Orenga no es el único responsable. No sólo él tiene que argumentar lo sucedido. ¿A qué se refería Navarro al decir que no se había preparado bien el partido? Si la poca aplicación fue cosa del entrenador, no cuela que jugadores de tanto peso y experiencia no se lo advirtieran. Convendría conocer al detalle cómo fueron los días anteriores al choque, el origen de ciertas molestias físicas de algunos, el ajetreo paternal de otros y si se hicieron notar las malas caras por el reparto de minutos. ¿A qué aludía Pau Gasol al afirmar tras el colapso ante Francia que la concentración es un asunto de cada cual? ¿Qué necesita un deportista de élite para fijar la atención en unos cuartos de un Mundial?
Si Orenga se fue de la pista con su sombra, solo dispuesto a rendir cuentas a los federativos, no hubo jugador que saliera en su defensa, más bien lo contrario, como el dardo lanzado por Navarro. Una insinuación que deja en tan mal lugar al seleccionador como a los propios internacionales. Tras batacazos como este son muchos los que tienen que dar cuentas. Desde el presidente que apostó por la inexperiencia de un entrenador de perfil bajo, quizás convencido de que sin deserciones de las estrellas era suficiente, como los integrantes de esta irrepetible generación de oro de la que cabe esperar que también esté a la altura ante una derrota tan sonada. Nadie mejor que ellos para saber qué pasó y por qué ocurrió como ocurrió: Francia a destajo sin Parker, Noah y De Colo, y España haciendo el paseíllo bajo los aros con sus mejores pretorianos. El conjunto francés hizo lo que debía; España, no. Más allá de Orenga, que ya no rebotea, esta vez algo no cuadra. Mejor que el presidente presida, el entrenador entrene y el jugador juegue. Una cosa es que se consensúen los papeles y otra que se confundan.
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