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MEMORIAS EN BLANCO Y NEGRO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

ETA, Pérez Francés y la mili en África

La Vuelta de 1968 estuvo a punto de suspenderse tras la explosión de una bomba en la 15ª etapa, Vitoria-Pamplona

Gimondi, ganador de la Vuelta, en el podio de Bilbao.
Gimondi, ganador de la Vuelta, en el podio de Bilbao.

La Vuelta a España de 1968 se planteó como un duelo entre Felice Gimondi y José Pérez Francés. Gimondi, gran estrella italiana, ya había ganado el Tour (1965) y el Giro (1967). Vino con la idea de igualar a Anquetil, único ganador entonces de las tres grandes. Pérez Francés era el gran corredor nacional de la época post Bahamontes. Completo, de enorme clase, apolíneo y bello, gran personalidad. L'Equipe le apodó El Rodolfo Valentino del pelotón. Era rebelde, difícil de llevar. Nada le acobardaba. Había sido tercero en el Tour y segundo en la Vuelta, pero le faltaba una gran victoria. Había pasado de su equipo de muchos años, el Ferrys, al KAS, más potente, casi una selección nacional. La afición confiaba en que con el KAS ganara por fin la Vuelta. También estaban Janssen, Altig, Aimar, Adorni... Una gran participación.

Cuando la carrera llegó al País Vasco, a cinco etapas del final, sólo once segundos separaban a los dos favoritos. Estaba siendo una gran Vuelta. Pero algo inquietaba a los organizadores. Aunque para entonces el común de la población aún no había oído hablar de la ETA (sus primeros delitos de sangre no llegaron hasta el verano de 1968), ya se sabía bastante de ella en los círculos informados. Y particularmente en la Vuelta, que entonces organizaba El Correo Español-El Pueblo Vasco, de la familia Bergareche, y que sistemáticamente terminaba en Bilbao, sede del diario. Ya el año anterior se había producido un incidente en la última etapa. A 30 kilómetros de la meta de Bilbao, al iniciar el descenso de Sollube, el grupo encontró una curva regada de aceite de máquina y de chinchetas. Medio pelotón cayó o pinchó, o las dos cosas. Con todo, la prueba consiguió reagruparse y llegar a meta.

Así que cuando la Vuelta desembocó en el País Vasco lo hizo con cierta aprensión. Pérez Francés, además, iba de un humor de perros, porque en la decimocuarta etapa, la etapa reina, Santander-Vitoria, había perdido el maillot amarillo en favor de Gimondi por culpa de su propio equipo. Langarica, director del KAS, había metido en la escapada del día a tres de sus hombres, Elorza, Lasa y López Carril, a fin de asegurar la general por equipos. Luego, cuando en un descenso Gimondi, gran bajador, saltó del paquete, utilizó la fuga como diana móvil. Pérez Francés, por detrás, no tuvo el auxilio necesario para alcanzarle y perdió el maillot por sólo 11 segundos.

La Vuelta de 1968 estuvo a punto de suspenderse tras la explosión de una bomba en la 15ª etapa, Vitoria-Pamplona

La decimoquinta etapa fue Vitoria-Pamplona y en ella se desencadenarían sucesos sin precedentes. El puerto de Urbasa lo pasó escapado Uribezubia, también del KAS. Cuando iniciaba el descenso, vio dos vespas de la organización que subían con banderas amarillas a contra carrera. Algo le gritaron que no entendió. Siguió con cierta precaución hasta que llegó a un punto (era el kilómetro 63 de la etapa) en el que había una humareda, polvo y la carretera levantada. Como pudo, sin hacer caso a los gritos, pasó junto a una cuneta, por donde aún quedaba un pasillo de asfalto, y siguió. Inmediatamente detrás de él, un coche de Festina se coló en el boquete. Cuando llegó el pelotón, con toda la comitiva, la carrera se detuvo.

No había dudas: ETA había hecho explotar una bomba colocada bajo la carretera, en una conducción de aguas que la atravesaba por debajo. En medio del monte, nadie podía sugerir una explosión de gas ni nada parecido.

El pelotón quedó espantado. Aún se olía el explosivo. Antonio Gómez del Moral comentó que le habían llamado de casa para decirle que había llegado un anónimo amenazándole si la Vuelta entraba en el País Vasco. Resultó no ser el único. Salieron a relucir más casos, los de Momeñe y algún otro. El hecho de que ETA pudiera tener sus direcciones personales creó mayor inquietud entre los corredores.

La organización y la Guardia Civil pretendían minimizar el incidente, en su deseo de salvar la carrera. Se sacó como se pudo el coche de Festina y se procedió a rellenar el cráter con piedras y ramas, cubiertas luego con tierra para que resultase transitable. Mientras, se mandó una moto monte abajo, para neutralizar a Uribezubia. El escapado se detuvo en Estella.

Se produjo una bronca entre los corredores por un lado y la Guardia Civil por otro. El gran cabecilla fue Pérez Francés, que ahora recuerda, jocoso, que "por una vez todos estuvieron de mi lado, hasta Eusebio Vélez". Ya dije arriba que Pérez Francés tenía un temperamento que le dificultaba hacer amigos. Para más dramatismo, hubo que evacuar a un hospital a un matrimonio con un bebé, que habían subido en un seiscientos a ver la carrera, y a los que la explosión alcanzó de cerca.

Apareció un teniente coronel de la Guardia Civil, que llamó cobarde, traidor y amigo de los terroristas a Pérez Francés, que se puso fuera de sí:

— ¡Yo he hecho la mili en África! ¡Ya he hecho bastante por tu Patria!

Un sargento llegó a sacar la pistola. Al final, como mal menor, se acordó suspender la etapa, darla por no realizada, y trasladarse todos a Pamplona. Allí se intentaría recobrar la normalidad. Pero la normalidad eran las tres etapas restantes, todas por el País Vasco: Pamplona-San Sebastián, Hernani-Tolosa (contra el reloj) y Tolosa-Bilbao. Casi quinientos kilómetros, una parte por el País Vasco francés.

Pérez Francés esperó confiado en la meta la llegada de Gimondi, sintiéndose ganador de la Vuelta. Pero cuando llegó Gimondi, lo hizo con un tiempo estratosférico

La noche fue larga. Para reforzar a José Luis Bergareche, el organizador, viajó desde Madrid el presidente de la federación, Manuel Serdán, que amenazó con retirar la licencia a todos los que se negaran a salir. Los jefes de equipo parlamentaron toda la noche en el Hotel Maisonave. Finalmente, dejaron la decisión a los ciclistas. El más difícil, claro, iba a ser Pérez Francés, el cabecilla, que estaba endemoniado. "¡No me vas a quitar la licencia, porque te la voy a dar yo!", gritó a Serdán en cuanto le vio.

Tan importante era convencerle que se consiguió que el teniente coronel le pidiera perdón por algunas palabras de la víspera. Lo que más había enfadado a Pérez Francés fue que le dijera que no quería seguir porque le estaba ganando Gimondi.

Por fin, tres cuartos de hora más tarde de lo previsto, el pelotón arrancó de Pamplona, con la escolta de la Guardia Civil quintuplicada. Llegaron refuerzos de todas partes. La cabalgada de Pamplona a San Sebastián se adentraba en Francia, donde en un punto derramaron chinchetas. Coches que iban delante lo advirtieron y las barrieron con ramas. En las cunetas de Guipúzcoa hubo muchísimo público, en día luminoso.

La contrarreloj Hernani-Tolosa, penúltima etapa, decidía todo. Pérez Francés, que salió penúltimo, hizo un tiempazo, mejorando en más de minuto y medio los registros de los especialistas: Errandondea, Janssen... Esperó confiado en la meta la llegada de Gimondi, sintiéndose ganador de la Vuelta. Pero cuando llegó Gimondi, lo hizo con un tiempo estratosférico. Ganó la etapa y entre el mejor tiempo, la bonificación y los 11 segundos previos mandó a 2m 15s al español. Vuelta sentenciada.

El día final, Tolosa-Bilbao, transcurrió sin incidentes. Gimondi llevó el maillot y Pérez Francés tuvo una sospecha que aún no ha vencido:

— Me parece que ese tiempo que le dieron... Si me sacó tanto, tendría que haber llegado casi justo después que yo, y tardó mucho más que eso...

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