Campeona-heroína desde los 10 años
La medalla de plata de Ana Matnadze enriquece una vida muy intensa desde niña
El presidente de Georgia, Eduard Shevardnadze, la llamó cuando tenía 10 años para asignarle una misión patriótica: que fuera campeona del mundo alevín de ajedrez. Ana Matnadze lo hizo, y ese oro marcó su vida. Ahora, a los 31, ha logrado una plata para España, el país que la enamoró a los 13. Las maletas, los aviones y los siete idiomas que habla son los símbolos de una biografía muy peculiar.
Eran tiempos muy duros en Georgia. En plena guerra civil, el Gobierno necesitaba buenas noticias, y las mejores ajedrecistas —heroínas nacionales porque, desde la Edad Media, la dote nupcial incluía un tablero— solían producir muchas en un país donde el deporte mental es tan popular como el fútbol. Pero eso también estaba fallando: Nana Ioseliani acababa de perder la final del Mundial femenino absoluto ante la china Xie Jun.
Shevardnadze debió de pensar que una campeona de 10 años le sería muy útil para levantar los ánimos de la población, y telefoneó a Matnadze, que había ganado las tres primeras partidas del Mundial sub 10 en Bratislava (Checoslovaquia) y se enfrentaba en la siguiente precisamente a una china: “La llamada me dejó acojonada, pero comprendí que aquello debía ser importante para mi país, gané el Mundial y Shevardnadze me concedió una beca especial”, recuerda Matnadze en perfecto castellano. También podría haberlo dicho correctamente en georgiano, ruso, alemán, inglés, portugués y catalán.
Sus padres la estimularon mucho intelectualmente desde que era un bebé. Además, cuando estaba embarazada, su madre ya soñaba con que Ana sería una gran campeona de ajedrez. Aprendió a jugar a los cuatro años, y empezó a viajar a los seis; poco después ya tenía como entrenadora a la excampeona del mundo Nona Gaprindashvili, una de los grandes ídolos de los georgianos. “No me bautizaron, según el rito ortodoxo, hasta los 12 años, pero lo hicieron a lo grande. El Gobierno organizó la ceremonia en un monte precioso al que nos llevaron en helicóptero, y Gaprindashvili fue mi madrina”, recuerda. Y los éxitos deportivos seguían cayendo: pentacampeona de Europa (dos sub 12, un sub 14, dos sub 16) y campeona del mundo sub 14.
Su peor Mundial fue el sub 14 de 1996 en Cala Galdana (Menorca). Pero por un motivo muy especial: “Al poco de bajarme del avión comprendí que algún día yo viviría en España. Me gustaba mucho el carácter de la gente, muy alegre y tolerante, el clima, los paisajes… todo. Hice tantos amigos y me lo pasé tan bien que todo eso era incompatible con la concentración necesaria para subir al podio”. Está claro que el temperamento latino le encanta: “De los más de 70 países que conozco, además de Georgia y España, donde mejor me he sentido fue en México y Venezuela”. Ya en la adolescencia empezó a desarrollar otra de sus pasiones, la aviación: “Llegué a hacer algún cursillo de piloto, y me sé de memoria muchas características técnicas de varios modelos de avión, pero sería un tipo de vida muy complicada para mí. Con el ajedrez estoy mejor”.
Cuando fue mayor de edad empezó a frecuentar España, cada vez en temporadas más largas: “Jugaba la Liga Catalana los fines de semanas durante tres meses y la combinaba con otros torneos hasta que, en 2004, decidí vivir en Barcelona. Mi sueño de niña se había cumplido. Y lograr ahora mi primera medalla para España me hace aún más feliz”.
Esa medalla tuvo ribetes trágicos este jueves. Matnadze tenía una posición estratégicamente ganadora en la última ronda de la Olimpiada de Ajedrez frente a la armenia Lilit Galojan cuando, en una mesa muy alejada de la suya, a Kurt Meier, jugador de Seychelles, le dio un infarto mientras jugaba que terminó con su vida menos de una hora después. El pánico se apoderó de cientos de ajedrecistas que empezaron a correr como locos porque alguien, en su intento de llamar a un médico, pronunció la palabra “attack” (ataque al corazón), que muchos interpretaron como ataque terrorista porque Noruega había sido amenazada dos semanas antes: “Fue una locura, uno de esos momentos en que te das cuenta de qué es importante y qué no. Estaba a punto de ganar una medalla y de pronto pensé que mi vida iba a terminar en unos segundos. Mientras corría llegué frente a una valla y me encontré allí con Krámnik [Vladímir, excampeón del mundo, ruso, dos metros de estatura], que me empujó para que pudiera pasarla. Luego, cuando se calmó todo, pude disfrutar de subir al podio por primera vez representando a España”.
Esa medalla se debe a un gran talento moldeado desde niña con un entrenamiento muy duro en Georgia –“Diez horas diarias”- y más caótico en la actualidad: “Sólo trabajo mucho cuando estoy muy motivada, como ahora con la selección nacional”. Pero cuida con esmero su preparación física: tenis y carreras de fondo cuando está en casa; en los torneos siempre baila zumba en su habitación. Además le encanta la fotografía, el diseño y la moda, y busca tiempo para la lectura y el cine.
Al convivir con Matnadze en un torneo, uno ve algo asombroso: sólo come manzanas, o muy poco más, aunque lo hace bajo control médico: “Sí, seis al día, algo de yogur, unas vitaminas en pastillas y, cada cuatro o cinco días, un poco de proteína. Tengo un metabolismo muy especial, apenas necesito comer. Pero cuando vuelvo a casa duermo una barbaridad; mi marca está en 17 horas seguidas. Lo de comer poco me viene desde niña, y me costó varias broncas de Gaprindashvili, quien llegó a no hablarme durante varios días”. Pero Gaprindashvili se llevó ayer una gran alegría al ver a su antigua pupila en el podio. Aunque fuera comiendo manzanas y muy poco más.
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