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Muere Di Stéfano

La Saeta Rubia fallece a los 88 años en Madrid tras sufrir un infarto el sábado junto al Santiago Bernabéu El presidente de honor del Real Madrid convirtió al club en referencia del fútbol mundial El legendario jugador debutó con el club de Chamartín a los 27 años y en 10 se hizo mito

Alfredo di Stéfano, en el Bernabéu en agosto de 2007Foto: atlas | Vídeo: GORKA LEJARCEGI

Jugaba Argentina, que se citaba con la historia para alcanzar una semifinal del Mundial, 24 años después. Hacía calor en Brasilia y hacía calor en Madrid. Alfredo Di Stéfano, ajeno a debates menores sobre los grandes futbolistas de la historia, que si Messi, que si Maradona, se desplomaba el sábado en una calle de Madrid con nombre de poeta sencillo, Juan Ramón Jiménez, y sufría una parada cardíaca que requirió 18 minutos de reanimación por parte de los sanitarios del SAMUR antes de trasladarlo intubado al Hospital Gregorio Marañón. Alerta roja en un corazón blanco. Esta mañana, el hospital le comunicó a la familia su muerte cerebral.

La Saeta Rubia, de 88 años, ya había sufrido varios percances cardiovasculares, incluido un bypass que se le instaló en 2005 en Valencia. 15 días en la UVI, en distintas circunstancias, en el último tiempo, le habían rebajado la moral. El corazón de La Saeta se paró en la tarde del lunes. Su última jugada fue una jugarreta del destino. A eso de las cinco de la tarde del sábado se desplomó al lado de su estadio; murió a en la tarde de hoy, convirtiendo su apodo, “la leyenda”, en una desgraciada realidad. Tras ser intubado, asistido por ventilación mecánica y mantenido a temperatura de 32 grados, Di Stéfano resistió hasta la tarde de ayer cuando entró en muerte cerebral. Antes pareció recuperar los daños sufridos en el riñón (donde se le habían alojado alimentos) y el corazón funcionaba mejor. Todo se paró dos días después de sufrir el infarto. Argentina había alcanzado la semifinal del Mundial y a Di Stéfano, tan lúcido siempre, tan ingenioso, le pilló con los ojos cerrados.

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El cansado corazón de Di Stéfano

Di Stéfano ingresó en el hospital a media tarde del sábado con pronóstico “muy grave”. 18 minutos de reanimación era un tiempo demasiado largo desde que su corazón se paró, aunque La Leyenda había dado muestras de remontadas increíbles. En Valencia, mientras pasaba la Navidad con su hija, sufrió un infarto de miocardio, saldado con un cuádruple bypass, y en el último año había vivido siete ingresos hospitalarios por distintos motivos (incluidas revisiones establecidas).

A los 88 años, el corazón, cuyos latidos fue capaz de dominar en el campo, se había convertido en el caballo de batalla de Di Stéfano, aunque no había quebrado su fina ironía y un compendio de ocurrencias convertidas en filosofía del fútbol y de la vida.

Di Stéfano entró en estado de coma unas horas después de su ingreso en el hospital encendiendo unas alarmas que parpadeaban desde hace años, aunque hasta ayer mantuvo las pestañas abiertas. Sedado e intubado buscaba el último regate. Un taconazo, quizás. Jugaba Argentina mientras Di Stéfano, el futbolista más singular que ese país ha dado, luchaba en un hospital, no en un campo de fútbol, contra una enfermedad, no contra un portero. Todo ocurrió tras comer con su familia en un restaurante junto al Bernabéu. Los facultativos del SAMUR consiguieron revertir la parada cardiorrespiratoria, aunque volvió a recaer en el traslado y tuvo que ser nuevamente recuperado.

Mientras el Mundial optaba por sus últimos elegidos y Argentina se encandilaba con un triunfo ante Bélgica más importante que bello, Di Stéfano dormía ajeno al mundanal ruido. Ya no despertó. Últimamente, la vida se le había revuelto en conflictos familiares de difícil solución.

Argentina alcanzó la semifinal y a Di Stéfano, tan lúcido siempre, le pilló con los ojos cerrados

Los infartos habían quebrado el ánimo pero no la fe de Di Stéfano, leyenda viva de un deporte en el que ejerció de pionero, de modernista. Su vida, su fichaje por el Madrid, su secuestro, su filosofía anunciaban el futbolista de hoy. Tan agradecido le estuvo al fútbol, a La Vieja, como llamaba a la pelota, como sus compañeros y rivales agradecieron su fútbol. Una larga trayectoria de 20 años como profesional desde que debutó en River, jugó luego en Millonarios, alcanzó la gloria en el Real Madrid (cinco Copas de Europa, ocho Ligas y una Intercontinental entre 1953 y 1964) y concluyó en el Espanyol, ya con 40 años. Como entrenador, dirigió al Elche, Boca, River Plate, Valencia, Sporting de Lisboa, Real Madrid, Rayo y Castellón. Con el Valencia logró la Liga en 1971 y la Recopa en 1980, además de ser el entrenador que le devolvió a Primera División tras un traumático descenso

La Vieja dio de sí. Todo lo que en España comenzó en el Bernabéu acabó a su vera, principio y fin de un futbolista irrepetible.

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