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El mejunje aguado de Queiroz

El técnico, criticado por la ‘europeización’ del grupo, no logra clasificar a Irán para los octavos de final de un Mundial por primera vez en su historia

Jordi Quixano
Queiroz reúne a la selección durante un entrenamiento.
Queiroz reúne a la selección durante un entrenamiento. BEHROUZ MEHRI (AFP)

Se acabó lo que se daba. Los bosnios Dzeko y Pjanic se entendieron con la cabeza y los pies para descomponer a Irán, para negarle la opción de alcanzar por primera vez los octavos de final de una Copa del Mundo. En cuclillas, bocabajo o con caminar pesaroso, todos los integrantes persas se dieron al fin por vencidos sobre el césped del Arena Fonte Nova. Derrota, una palabra que costó de asimilar porque pocos equipos corren más, entregados a la causa del cerrojo y contragolpe que implantó Queiroz. Empatar ante Nigeria sin goles y caer ante Messi en el último segundo no era casualidad, aunque perder con Bosnia también entraba dentro de la lógica ecuación. Pero el sello de Irán descifraba el trabajo de un seleccionador que ahora ya atiende las ofertas de la Premier. Irán se marchó del Mundial del mismo modo que también lo hizo su seleccionador, con cuatro participaciones Mundiales en el zurrón. Lejos queda ahora la noche en que se clasificaron para Brasil, allá en Corea del Sur.

En el vestuario, con los cánticos de los coreanos apiñados en el estadio Munsu (Ulsán) de fondo, Carlos Queiroz abrió una bolsa de deportes y sacó pequeñas réplicas de la Copa del Mundo para repartirlas una a una a todos sus jugadores de la selección de Irán. Se palpaba la tensión, pero no le hizo falta decir nada más porque sabía que ese era el argumento definitivo para convencer a un grupo que se disputaba su salvoconducto para Brasil. Nada se jugaba Corea, ya clasificada, pero el ambiente era enfervorecido porque existía una guerra dialéctica y hasta cierto punto barriobajera entre los entrenadores, entre Queiroz y Choi Kang-Hee. “Honestamente, me gusta menos Irán que Uzbekistán, por lo que espero que Uzbekistán llegue al Mundial”, resolvió el entrenador asiático, que decidió empapelar el vestuario de Irán con pósteres de su cara. El técnico portugués de origen mozambiqueño, que quitó todos los carteles de inmediato, recogió el testigo: “Compraré una camiseta de Uzbekistán y se la daré como regalo”. No ocurrió tal bravuconada, pero sí otra que a punto estuvo de desembocar en una guerra campal.

“No he encontrado el suficiente apoyo del Gobierno y de la Federación de Fútbol de Irán”, expuso Queiroz para justificar su marcha

Resulta que Choi estaba indignado porque en el partido de ida consideraba que Irán no les había proporcionado todas las facilidades exigidas, como el campo de entrenamiento. Circunstancia que se desmintió desde Teherán. Así, los iraníes respondieron con fútbol, con un triunfo y un gol de Reza. Un laurel a su convicción de europeizar la selección; también una burla porque Queiroz levantó los puños al tiempo que berreaba hacia el banquillo rival. Encolerizados, los asiáticos entraron en la refriega y al portero iraní Ahmadi, por ejemplo, le dieron unos buenos puñetazos. El público, además, dedicó una lluvia de botellines al grupo de Queiroz que, provocativo, dio la vuelta de honor al estadio. Una muesca en el camino victorioso de Queiroz, de 61 años, que llegó a Brasil para disputar su cuarto Mundial después de dirigir a los Emiratos Árabes en Francia 1998, a Sudáfrica en Corea y Japón 2002 y a Portugal en Sudáfrica 2010. “Tengo el derecho a ser diferente”, conviene Queiroz, que también dirigió al Madrid y actuó de segundo de Ferguson en el Manchester United; “cuando me retire, quiero mirar hacia atrás y ver una vida en la que he trabajado en muchos países. He viajado tanto que no sé dónde está mi hogar”.

La relación de Queiroz con las altas cúpulas de la federación y parte de la afición, en cualquier caso, nunca han sido de lo más fluidas; se le acusaba de no ver partidos fuera de Teherán ni pasar el tiempo suficiente en el país, ya que sólo vivía tres meses en su apartamento persa. Tirante relación que pareció equilibrarse cuando les pusieron a su disposición vuelos privados para afrontar los partidos previos al Mundial. Pero el tiempo no ha arreglado los roces; Queiroz deja la selección tras Brasil. Uno de los motivos es el desgaste que ha sufrido el entrenador en la captación de talentos iraníes con doble nacionalidad, como el propio Reza (Charlton Athletic), que nació en Irán pero vivió siempre en Holanda. “Me preguntó cómo sentía a mi país y si yo quería jugar para Irán”, explica el jugador, que dio su aprobación. Algo similar ocurrió, por ejemplo, con el juvenil internacional alemán Dejagah (Fulham), nacido en Teherán y formado en la Nationalmannschaft junto a Özil y Neuer, entre otros. “Me di cuenta de inmediato que era un jugador de impacto que podría mejorarnos”, recuerda Queiroz para la revista FourFourTwo. Pero ahora se va. “No he encontrado el suficiente apoyo del Gobierno y de la Federación de Fútbol de Irán. Tengo claro que ya no están interesados en mí, por cuestiones financieras, para continuar el trabajo que iniciamos”, expuso antes de medirse a Argentina, duelo resuelto por Messi en el último segundo. “Si Queiroz va”, respondió Reza; “el perdedor será el fútbol iraní”.

“Lo ves a las dos de la mañana estudiar al extremo izquierdo de nuestro rival”, cuenta Nekounam; “y si él está dispuesto a darlo todo, nosotros debemos hacer lo mismo”

Lo mismo piensa el cuerpo técnico escogido por el portugués, conformado por un el ojeador Antonio Simões –exinternacional luso y tótem del Benfica-, el preparador físico irlandés Nick McDermot y el americano Dan Gaspar como asistente. “Es obsesivo con lo que hace”, contaba Gaspar a FourFourTwo; “y no es raro que te llame a la una de la mañana para que vayamos a su apartamento para discutir alguna táctica”. Trabajo que también aprecian los jugadores. “Lo ves a las dos de la mañana estudiar al extremo izquierdo de nuestro rival”, cuenta la estrella Nekounam; “y si él está dispuesto a darlo todo, nosotros debemos hacer lo mismo”.

Envuelto en las críticas, toda vez que el equipo se dedicó en este Mundial a defender para salir al contragolpe, nada ambicioso con el balón ni la posesión como indica el guarismo de 53 pases totales ante Argentina, Queiroz se va sin su récord. “No somos Brasil”, respondió Reza; “somos un equipo y tenemos que jugar apretados”. Pero con eso no les valió para superar la ronda. El mejunje, explosivo, se ha quedado aguado.

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