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HISTORIAS DE UN TÍO ALTO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Fisher-Knicks, la extraña pareja

La NBA seguirá siendo humana, a menos que el fichaje no haya sido más que una estratagema de Phil Jackson para poner un entrenador títere

Fisher, en su presentación con los Knicks, junto a Jackson.
Fisher, en su presentación con los Knicks, junto a Jackson. Seth Wenig (AP)

Vivimos en una época en la que casi todo puede ser cuantificado, calculado o recontado. En ningún otro ámbito es esto tan evidente como en el mundo del deporte. En este preciso momento alguien está tratando de averiguar quién ganará el Mundial de fútbol basándose tan solo en la altura del césped en los distintos estadios en los que tendrá que jugar el posible campeón. (Con esto doy por terminada mi incursión en los debates sobre el Mundial. A diferencia de la mayoría de mis compatriotas, no insultaré a su inteligencia pretendiendo que sé algo de fútbol).

Este deslizamiento hacia la cuantificación omnipresente ha estado plenamente presente en la final de la NBA de este año. En estos días, cualquiera que tenga un ábaco es un experto en eficacia de los jugadores. Tim Duncan anota el 57% de las veces que se pone desodorante antes del partido; Dwyane Wade lanza el 92% de sus tiros libres cuando su ADN mitocondrial se enfrenta a su páncreas.

Podría ser que Fisher resultase ser un estupendo entrenador; que superase su bisoñez. Pero este desenlace no es probable

No me gustan estas estadísticas. Tengo tendencia a temer que algún día su uso excesivo pueda desembocar en un escenario en el que los partidos sean absolutamente innecesarios. Nos limitaremos a inventar alineaciones imaginarias y dejaremos que un ordenador nos diga quién ha ganado.

Pero entonces, justo cuando creo que todo está perdido y que la victoria de Skynet es inevitable, los Knicks de Nueva York van y contratan a Derek Fisher como entrenador, dejándome con la sensación de que mientras se examina con lupa la vida de los jugadores sobre la cancha, en el mundo del baloncesto hay a quien conseguir algo solo le cuesta el somero vistazo que un directivo intermedio echa al currículum de la escultural rubia que acaba de entrar en su despacho para preguntar por el puesto de recepcionista.

Podría ser que Derek Fisher resultase ser un estupendo entrenador; que superase su falta de experiencia (ha entrenado a un equipo de baloncesto exactamente ninguna vez) y su absoluta bisoñez en este terreno (solo unas semanas le separan del final de su carrera como jugador), y condujese a los Knicks, no sé, a la séptima posición de la Conferencia Este de la NBA.

Pero este desenlace no es probable. Lo que sí lo es que los fans de los Knicks estén continuamente frustrados, y que los no fans se partan de risa.

En consecuencia, y a pesar de que yo me tema lo contrario, parece que, después de todo, la NBA seguirá siendo humana. A menos, por supuesto, que la jugada de Derek Fisher no haya sido más que una estratagema del flamante director general de los Knicks, Phil Jackson, para poner un entrenador títere, esperar 10 partidos, y a continuación dar un paso al frente y conducir a los Knicks a una improbable victoria en el campeonato de la NBA.

En cuyo caso, bueno, todavía nos queda Jason Kidd.

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