La templanza frente a la euforia
Del Bosque reflexiona sobre la gestión de un vestuario y su idea de fútbol y continuidad del modelo, con la pelota de protagonista
David Trueba es director, guionista y actor de cine, además de periodista y escritor.
Si hay alguien en España que tenga un acreditado sentido de la institución que representa es el seleccionador nacional de fútbol, Vicente del Bosque. Así que no esperes de él una entrevista con salidas de tono, titulares chocantes y declaraciones polémicas. Es un tipo querido e insigne, pero que aparenta disfrutar de pequeños placeres como sacar a pasear al perro cuando regresa a casa por las noches. Hay sorna en su mirada y en la sonrisa agazapada tras el bigote. Tiene un aire de señor pintado por Velázquez. Si le cambias la corbata discreta por la gola de los trajes del XVII, ahí lo tienes. Unos días antes de encontrarnos, ha asistido a una entrega de medallas en el Ayuntamiento de Madrid y, pese a estar acostumbrado a tragarse discursos institucionales que dormirían a una manada de elefantes del Chad, deja caer, como quien no quiere la cosa, que quien estuvo bien fue el médico porque metió caña. Se refiere a Rafael Matesanz, capitán de nuestro glorioso equipo de trasplantes.
Cuando charlas con él puede que alrededor se solapen las peticiones de fotos con espontáneos, incluida una familia que sale de un Opel Corsa vestidos todos de pies a cabeza con el uniforme de La Roja, o que su jefa de prensa lidie con las peticiones acumuladas de medios, o que aún le quede pendiente una comida con responsables federativos; da igual el incendio, que el seleccionador transmite una concentración exquisita y una calma que le permite comentar la actualidad, detalles de tu trabajo o curiosidades que le llaman la atención. Esa templanza le ha de resultar muy útil para su trabajo con los jugadores. “Bueno, uno no debe olvidarse nunca de que el lugar que ocupa es la representación del país, así que los egos y las salidas de tono deben guardarse a buen recaudo”. Le gusta mandar haciendo creer a los de alrededor que mandan ellos.
“DE PRONTO, SE ACABÓ EL COMPLEJO ESPAÑOL”
Se reconoce entre esos jugadores que ya presienten una carrera en los banquillos cuando aún están en activo. “Recuerdo cuando llegó Miljan Miljanic a entrenar al Real Madrid, de pronto traía preparadores específicos, coincidía además con la entrada de jugadores extranjeros en nuestra Liga, y notas la evolución del deporte. Luego, me entrenaron Molowny y Boskov, y de todos aprendes detalles, maneras de encarar el oficio". Acababa de terminar el Mundial 74 y el fútbol asistía a una revolución táctica y profesional que incluyó la reapertura de fronteras en nuestra Liga, algo prohibido tras el fracaso del Mundial de Chile 1962, con la equivocada excusa de potenciar al jugador nacional, y que propició el aterrizaje de Cruyff, Sotil, Netzer... “Te diré que lo más importante que le ha pasado a nuestra selección es el momento en que muchos jugadores españoles se consagraron en ligas extranjeras. De pronto, se acabó el complejo, ser español ya no significaba salir al mundo con la cabeza baja. No sé qué piensas tú y si eso ha ocurrido en todos los aspectos del país, pero para nosotros fue fundamental convocar a jugadores que eran estrellas en equipos de otros países. Pienso por ejemplo en Cesc, que era capitán del Arsenal con 21 años, algo impensable décadas atrás”.
Del Bosque cumple seis años como entrenador de la selección, aunque solo disputara, en su larga vida profesional, 18 partidos con la absoluta. Sus grandes amistades de aquella época de jugador se remiten pues a compañeros en el Real Madrid como García Remón y Camacho, que también dieron el salto a entrenar, y con quienes comparte una vida ligada al fútbol. Confiesa que ya no acumula recortes ni le da tiempo para organizar los premios y las distinciones. De hecho, bromea sobre ellos. “Creo que ha habido un momento en que se han inventado premios solo para dárnoslos a nosotros y, claro, tienes que recogerlos y ser agradecido”. Me cuenta que era su padre quien guardaba los recortes de prensa donde aparecía de niño, en la época del deporte escolar, cuando arrancó a jugar en Salamanca, y luego en sus años de profesional, y que esos álbumes andan por casa, sin continuidad desde que muriera Don Fermín, de profesión ferroviario. Hay algo de hombre casero y familiar en Del Bosque. Toda España le ve cuando no quita el ojo de su hijo Álvaro si se cuela en las celebraciones oficiales, y muchos te comentan que su cita innegociable es la de ir a buscar al chico al salir de clase. Él se reconoce un mal espectador de cine y de tele, y le pasa esa responsabilidad a su mujer: “Trini es la que se entera, yo soy un desastre". Pero su pasatiempo favorito es acumular los crucigramas blancos del domingo en este periódico, “a veces voy en un viaje resolviendo uno de hace tres años”. Y nos baja los humos a todos los que escribimos en EL PAÍS: “El mejor es Mambrino. Para mí no hay duda, lo mejor, Mambrino”.
Y es que Del Bosque guarda siempre la compostura del cargo, pero no hace falta rascar demasiado para encontrar un discurso crítico, que maneja las claves precisas para entender al país cuya selección lidera. Después de años de afrontar los Mundiales bajo una ola de euforia y terminar siempre eliminados antes de hora, en las últimas semanas, y desde nuestra atalaya de campeones del mundo, muchos se muestran más bien prudentes a la hora de hacer predicciones. No lo veo claro, te dicen los aficionados. “Y yo lo prefiero”, asegura Del Bosque, “prefiero esa prudencia a la euforia sin sentido. Yo mismo a veces sé que sorprendo a la gente porque no apuesto porque ganemos ni por un discurso triunfalista, sino por hacer a todo el mundo consciente de que un Mundial es muy difícil. Incluso Brasil, que es el anfitrión, tendrá que pelear en un grupo inicial complicado. No te extrañe que, por ejemplo, Croacia le plantee un partido más difícil de lo que muchos se creen”.
“MÍSTER, CREO QUE NO JUGAMOS TAN MAL”
A ver quién le rompe esa templanza al míster, como muchos le llaman, cuya mala leche reconocida nunca ha sido retransmitida. Nos remontamos al Mundial de Sudáfrica y comentamos aquella derrota inicial frente a Suiza. “Recuerdo perfectamente que acabó el partido y pensé que habíamos jugado mal, que nos faltó profundidad, que nos faltó contundencia, y así lo dije en la rueda de prensa. Pero cuando llegué al hotel por la noche, daban el partido repetido en la televisión, y lo volví a ver. Al llegar al desayuno, Xavi Hernández me dijo: ‘Míster, yo creo que no jugamos tan mal, de verdad, no estoy de acuerdo con su interpretación'. Y, ¿sabes qué? Tenía razón, no habíamos jugado tan mal, así que no se trataba de dar bandazos. Creo que solo varié a dos jugadores de aquella alineación inicial y uno de ellos por lesión. O sea, que no nos volvimos locos y seguimos la senda que nos habíamos marcado”.
Una senda que para Del Bosque exige flexibilidad. Está contra los integrismos y afirma que es importante no hipotecarse a un concepto inamovible. “Soy terco, pero acepto las opiniones de los demás; en el fútbol caben las opiniones de todos. Te confieso que a veces escucho comentarios en algunas teles o radios que me duelen o me parecen inapropiados, pero eso no significa que no los respete. Eso sí, cuando llega el momento hago lo que creo que hay que hacer. Te voy a poner un ejemplo, en la pasada Eurocopa empezamos jugando contra Italia con esa idea de un delantero centro móvil, con Cesc en ese puesto, y luego variamos hacia un jugador más clásico en esa posición. Y en la final, de nuevo contra Italia, volvimos a la idea del primer partido. Y funcionó. O sea, que estás ahí, siempre abierto, pero siempre con tu propuesta”.
“Para mí hacer la lista es sencillo, elijo a los mejores para el equipo aunque pueda ser injusto
Para él, la tan traída y llevada incompatibilidad de Sergio Busquets y Xabi Alonso se debe más a un tira y afloja entre barcelonistas y madridistas, y conviene entenderlo en esa clave, sin dramatizar. Habla de sus compañeros en el cuerpo técnico con generosidad, pero sin dejar de acentuar las ocasiones en que no están de acuerdo. “No los tengo al lado para que estén de acuerdo conmigo, sino para que aporten otra mirada, incluso un rigor basado en las nuevas tecnologías que yo no sé manejar. Mis discusiones con Toni Grande [su ayudante] son el momento clave para tomar las decisiones”. Preocupado por el estado físico en que llegan algunos jugadores, bromea con que si les preguntas a ellos “todos están perfectos, pero por suerte tenemos unos médicos estupendos en la selección y ya veremos”. Anotémoslo como única sorpresa posible entre la calma prevista.
Cuando se habla de fútbol es imposible ignorar que el año ha sido favorable a equipos que no persiguen tanto la posesión como el contragolpe y esa polémica afecta al juego de la selección. “Mira, en el fútbol los resultados siempre parece que tienen toda la razón, pero a nosotros nos interesa tener la pelota. Ojalá podamos tenerla, lo que no quita para practicar una presión intensa en la pérdida y rápidas transiciones cuando se roba el balón. Pero si me preguntan, yo prefiero que los equipos contrarios se cierren atrás, nos cedan el control y nos esperen, lo prefiero a ser dominado". Y cuando volvemos a la idea recurrente de que el juego de España ya no es una sorpresa para nadie, Del Bosque insiste en que no importa, que es mejor que te respeten, que te concedan la iniciativa, porque entonces solo se trata de encontrar las soluciones, de atacar bien, pero tienes medio problema solucionado.
Hablamos entonces de la larga convivencia con los jugadores, de la concentración, de las semanas que terminan por hacerse rutinarias y pesadas, y de esa distancia que un seleccionador siempre tiene que marcar con los jugadores. “No puedo llamarles a todos ni cuando descarto a alguien para tener una conversación personal y explicarle los detalles. Siempre pienso que es doloroso para ellos, pero que lo tienen que entender como profesionales que son. Acepto que piensen lo que quieran de mí, pero recuerdo que yo también tuve que aceptar quedarme fuera del Mundial de Argentina en 1978, con toda tu ilusión de jugador. Había estado lesionado y Kubala tomó esa decisión y sé que todos hablaban de él como una persona estupenda. Así que para mí hacer la lista es sencillo, elijo a quienes creo que son los más útiles y mejores para el equipo. No hay presiones. Por supuesto que puedo equivocarme o ser injusto con alguien, pero no hay manera de evitarlo”.
El hombre que guio al equipo español para ganar su primera Copa del Mundo nunca pisó un Mundial como jugador. Pero disputó más de 400 partidos oficiales y conoce el alma y el capricho de un futbolista profesional. Saluda a los periodistas especializados con cordialidad y ha logrado sostener un equilibrio que parecía imposible entre el entorno social y mediático de un país en el que cada hijo de vecino lleva un seleccionador nacional dentro y unos jugadores que lo han ganado todo en sus equipos, son millonarios y estrellas publicitarias muy solicitadas. Para su jefa de prensa, Del Bosque es quien mejor ha logrado ser él mismo en la escena pública. Con otros se producía un malentendido, un desencuentro, como por ejemplo con Luis Aragonés, que era un señor maravilloso, espontáneo y cercano, pero con una imagen de ogro explosivo.
La derrota de España en la final de la Copa Confederaciones contra Brasil fue una contundente vuelta a la realidad tras el sueño triunfal de dos Eurocopas y un Mundial. Ese partido, para Del Bosque, tuvo contrariedades como un gol tempranero, otro al filo del descanso y una oportunidad de Pedro salvada por David Luiz en la raya de gol. Si le digo que yo consideré el asunto un error de motivación, sostenido en algo que le escuché decir a un jugador español a la prensa en los días previos —“es Brasil quien tiene la responsabilidad de ganar, no nosotros”, se dijo—, no se muestra de acuerdo. Le pregunto si habló con los jugadores con cierta gravedad en aquel instante de la derrota contundente ante Brasil y me dice que no, que se limitó a animarlos, a recordarles las cosas maravillosas que habían logrado como grupo y que tenían que sentirse orgullosos, que había que recomponerse y seguir trabajando para estar entre la élite del mundo. “Hay que reconocer el mérito del rival, hay que ser humildes para aceptar la derrota justa, no correr a romperlo todo, a castigarnos demasiado a nosotros mismos”.
Yo mismo sé que sorprendo a la gente porque no apuesto porque ganemos ni por un discurso triunfalista, sino por hacer a todo el mundo consciente de que un Mundial es muy difícil
El antifanatismo recorre la espina dorsal de un carácter templado, donde su ciudad de origen, Salamanca, sale a relucir a menudo, también unos orígenes humildes y ese espíritu más de esencia que de aspavientos que le guio como jugador y entrenador. Pero que nadie espere de él la apatía de un escéptico, el conformismo de un señor con bigote que las ha visto de todos los colores en esto del fútbol. “Mira, no hay nada más dañino que ese escepticismo cuando se instala en un vestuario, tienes que mirar a los jugadores y ver el brillo en sus ojos de la ambición, de las ganas, de ir a comerse el mundo. La experiencia no puede transformarse en una especie de resignación y si eso lo notas en un equipo, las cosas van a ir mal seguro”.
España fue la selección que rompió el maleficio por el cual si perdías tu primer partido en un Mundial era imposible ganar el trofeo. Ahora, le toca romper otro maleficio aún más enorme. Nadie ha ganado dos Copas del Mundo consecutivas desde 1962. La respuesta a esta observación es la sonrisa de un zorro. Que no, chico, que no te va a regalar un buen titular. Pero Vicente, como acabas llamándole aunque hagas esfuerzos por no hacerlo, al menos tendrás alguna superstición, le dices, algo que te una a ese lado mágico del fútbol. Me señala una pulsera desteñida en su muñeca derecha, antes tuvo los colores de La Roja. Se la dio un ser muy querido y cercano antes del Mundial de Sudáfrica. Sigue allí cuatro años después, perdido el color, atada a su muñeca. Y va a seguir allí durante las próximas semanas en Brasil.
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