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Djokovic sobrevive al sol

El serbio, ahogado por el calor, gana 6-3, 6-3, 3-6 y 6-3 a Gulbis y espera en la final al ganador del Nadal-Murray

J. J. MATEO
Djokovic, durante el partido ante Gulbis.
Djokovic, durante el partido ante Gulbis.Michel Euler (AP)

Novak Djokovic está en su segunda final de Roland Garros, pero con más golpes en la armadura de lo que indica el 6-3, 6-3, 3-6 y 6-3 con el que tumbó a Ernests Gulbis en semifinales. Tras un comienzo de los que abren en canal un partido, pleno de consistencia, decisión y capacidad resolutiva, el serbio perdió la brújula. No fue el letón quien le empujó al precipicio, ni tuvo nada que ver su temible saque o su revés fantástico. Fue un enemigo incontrolable quien le cogió de la garganta, le dejó sin aliento y a punto estuvo de quitarle el partido. El sol golpeó París por primera vez en la quincena, y los 25 grados de temperatura se le atragantaron al número dos como en aquel Abierto de Australia de 2009, cuando se retiró de su partido de cuartos de final contra Andy Roddick. De repente, el superhéroe volvió a tener carne, sangre y pulso de hombre. De repente, el titán abandonó el Olimpo.

“Ha sido difícil mantener la concentración, porque las condiciones de juego eran difíciles”, explicó el ganador todavía sobre la pista. “Ahora voy a dar mi máximo en la pista para ganar el título”, añadió, todavía a la espera de que el Rafael Nadal-Andy Murray (a continuación) determine su rival en la lucha por la Copa. “¡Hacía mucho calor! ¡Mucho calor!”, le dijo el serbio a Jean Gachassin, el presidente de la Federación francesa, mientras dejaba el albero.

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Djokovic espera ahora rival para discutir el título. Solo la falta de pericia de Gulbis, dolido en la espalda, impidió que la exigencia del encuentro escarbara más en las dudas del serbio, que dejó en el tramo final del duelo todas las señales de un tenista con el norte perdido. Primero, reventó contra la arena una raqueta y le rodearon como una lluvia espesa los abucheos del público. Luego pidió una toalla llena de hielos para combatir el calor y se quejó porque consideraba que no estaba lo suficientemente fría. Finalmente, acabó poniéndose una gorra para jugar bajo el sol, y se agarró a la pista con la mirada perdida y la boca abierta en busca de oxígeno. Igual que un montañero ascendiendo el Himalaya, Nole intentó encontrar aire allí donde no lo había. Su contrario, de error en error con el drive (44 en total), no tuvo armas ni piernas para aprovechar el momento. Se le hizo grande y largo el partido.

El campeón de seis grandes buscará en París el único título del Grand Slam que le falta. Al encuentro decisivo llega con el respaldo de su título en Roma, donde derribó a Nadal en la final, y el recuerdo de que desde 2011 cada curso parece estar un poco más cerca de la Copa. Los sufrimientos de la semifinal, sin embargo, le debieron servir como recuerdo: en París no hay autopista hacia el título, gane quien gane, sobre tierra el campeón siempre debe penar sangre, sudor y lágrimas para levantar el trofeo.

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Sobre la firma

J. J. MATEO
Es redactor de la sección de Madrid y está especializado en información política. Trabaja en el EL PAÍS desde 2005. Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo por la Escuela UAM / EL PAÍS.

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