“¡Eres el hombre de la Décima!”
Casillas dedicó el triunfo a Ramos, héroe de Lisboa cuestionado a principios de temporada por un sector del palco
La Décima, el nombre del número mágico, permanecerá eternamente unido al nombre de Sergio Ramos, el muchacho de Camas, el pueblo rematado por bloques de departamentos enclavados en la colina, en la margen derecha del Guadalquivir, cerca de Sevilla. Todos los madridistas recordarán al héroe que con tres cabezazos ganó una semifinal y una final, salvando por el camino la identidad dominante del club, la credibilidad del proyecto deportivo de Florentino Pérez, la continuidad de Ancelotti y la reputación del capitán Iker Casillas.
“Iker”, recordó, evocando el momento de felicidad que sucedió a su gol (1-1), “me comía a besos. Me decía que era el hombre de la Décima. ¡Me decía que era el puto amo!”.
Hay dos tipos de deportistas. Los que alcanzan el máximo nivel esforzándose por superar limitaciones congénitas y los que nacen dotados para desarrollar con facilidad cualquier actividad física que se propongan. Ramos pertenece a la especie de los virtuosos. Pudo dedicarse al esquí alpino pero como nació en el pago de Curro Romero sus alternativas se estrecharon: decidió entre futbolista o torero. Eligió el fútbol y hasta juvenil recorrió posiciones, desde el lateral al ariete, pasando por el mediocentro. Destacaba lo mismo su dribling que su anticipación defensiva, era excelente en el salto, soberbio en el pase y magnífico en el remate. De cabeza o con el pie derecho. A balón parado o a la carrera. Sus compañeros repararon en un par de cosas: señalaron que su agilidad le permitiría desempeñarse con naturalidad incluso en la mediapunta, y advirtieron que sería el último con el que irían a chocar en los entrenamientos, porque, dicen, es tan fuerte que rozarse con él puede resultar doloroso.
Ramos, de 28 años, repitió varias veces que, después de Lisboa, podría morir en paz
Casillas sabía cómo llegar al corazón tierno de su amigo. Sabía que Ramos es un candoroso que todavía sueña con adueñarse de los partidos de Champions como hacía en la pachanga de la plazuela. Comprendió inmediatamente que al meter el gol que permitió alcanzar la prórroga, el Atlético se hundiría y su compañero ya no sería solo su compañero. Entraría en la posteridad. Un chico de Camas que acababa de realizar su fantasía infantil: convertirse en un futbolista inolvidable.
“Con Iker nos une una relación única de muchísimos años y somos como hermanos”, dijo el central camino del autobús, en los subterráneos del estadio Da Luz. Para no perder su costumbre, salió el último de las duchas. “Iker es una institución en este club. Nos ha salvado mil veces”.
“¡Quién lo diría!”, decía Ramos, pensando en su gol. “Se palpaba una energía de derrota pero ese centro de Modric lo ha cambiado todo. En el minuto 93, cuando la esperanza era cero. El gol marcará toda mi vida y la historia del Madrid. Me haré un tatuaje. En el gemelo derecho tengo la Copa del Mundo y en el izquierdo llevaré la orejona. Este año he tenido la suerte de vivir dos de los mejores días de mi vida: ser padre y levantar la orejona. Ahora me puedo morir tranquilo”.
Ramos se sintió decepcionado porque no actualizó su contrato hasta aproximarlo a lo que cobran defensas de su categoría
Ramos, de 28 años, repitió varias veces que, después de Lisboa, podría morir en paz. Como si el gol le asegurase la perpetuidad. Pero llegar a este punto no fue sencillo. El entrenador, Carlo Ancelotti, comentó que Ramos dio un salto de calidad desde diciembre. “Lo sé”, admitió el central, “a principio de temporada hubo momentos difíciles. Tenía la cabeza en otra parte, mi situación no era cómoda y eso se reflejaba en el campo. En enero le dije al míster que a partir de entonces vería la mejor versión de mí”.
El verano pasado Ramos se sintió decepcionado con el club porque no actualizó su contrato hasta aproximarlo a lo que cobran defensas de su categoría como Piqué, Thiago Silva, Terry, Ferdinand, o Company. Sintió que era justo porque todos ellos ganan más que él y algunos le triplican el salario, de unos cinco millones de euros netos. El presidente, Florentino Pérez, se aferra a la letra pequeña para negarse a los aumentos. Cree que Ramos, provinciano como es, prefiere ganar tres veces menos como capitán del Madrid que ingresar 15 millones netos con domicilio en París o Manchester. Tiene razón.
Fascinado con la capitanía como está, quiso participar con Casillas del ritual de presentar la Copa. Pretendió alzarla conjuntamente, como hicieron Raúl y Hierro con la Novena. “Él quería levantarla conmigo”, confesó Casillas. “Pero el comité de la UEFA ha dicho que se la dieran al capitán. Yo le he dicho que se pegase a mí y como segundo capitán se la daba rápidamente. Ha sido el hombre de la Décima. Ha hecho una temporada sensacional aunque se le ha criticado mucho”.
Efectivamente, desde sectores del palco le tildaron de “pesetero”, sugiriendo que, si no le gustaba el Madrid, el club ya tenía un sucesor que se llamaba Varane.
La respuesta de Ramos fue el vendaval que se llevó la Décima.
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