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Como un velo que se levanta

La contrarreloj del jueves entre Barbaresco y Barolo mostrará por fin el estado de la carrera

Carlos Arribas
Mick Rogers antes de cruzar la meta en Savona.
Mick Rogers antes de cruzar la meta en Savona. Harry Engels - Velo (Getty Images)

Cuando Johnny, el partisano, se echó al monte, a las colinas de las Langhe, tétricas, golpeadas por un aire feroz, como las cuenta Beppe Fenoglio, salió de Alba sin mapa y sin conocimiento del terreno, siguiendo caminos perdidos hasta encontrarse con un grupo de guerrilleros que le acogieron y le armaron para luchar contra los nazis. Después de la guerra las Langhe dejaron de ser tétricas para convertirse en dulces destinos turísticos, trufas y viñedos de Barolo y Barbaresco, y huevos Kinder en Alba, pero los ciclistas, cuando el Giro llegaba, se lanzaban a su conquista como verdaderos guerreros que entraban en lo desconocido dispuestos a dejarse sorprender, a salir vivos de las emboscadas rivales. Eso era antes, claro, cuando la realidad imitaba a las novelas y era más increíble la crónica de sucesos que la imaginación febril de un escritor. Ahora, no.

El jueves llega el Giro de nuevo a la comarca como una contrarreloj dura –“para escaladores que sepan mover buen desarrollo en el llano”, dice el líder, Evans, “es decir, para mí”--, y no hay mico que aunque no haya puesto la rueda de su bicicleta en las carreteras no conozca al detalle con lo que se va a encontrar. Hijos de la técnica, dependientes de los avances, los ciclistas cuentan con tal cantidad de información que algunos encuentran difícil digerirla y elegir: los directores les atiborran con grabaciones, con gráficos de Strava, con Google Maps Street View, con su propia experiencia… Y les cuentan, como si esto fuera el béisbol o el baloncesto, donde reinan las estadísticas, y no el deporte del corazón y la intuición, del deseo salvaje, de la voluntad contra la desesperación, lo que han hecho los rivales en situaciones parecidas, cuánto han ganado, cuánto han perdido. Y todos hablan nerviosos, porque el jueves, allí, en las colinas, como un velo que se levanta, comienza el Giro. O como dice Valerio Piva, el director de Evans: “El jueves sabremos la verdad de Quintana”.

En la contrarreloj sabremos la verdad de Quintana Piva, director de Cadel Evans

Pero antes de saber cómo está Quintana (el misterio de los misterios, al parecer), el pelotón volvió a saber algo más de su líder a mediados de la etapa de ayer, larga y estresante, con dos duras subidas y un descenso peligroso hasta el mar gris, cuando en una caída se quedó tirado en el suelo Morabito, el mejor ayudante de Evans en el BMC. Confundido y autoritario, preocupado por su gregario escalador, investido del poder que le otorga la maglia rosa, Evans fue a la cabeza del pelotón y dijo a los Androni, a los del equipo que tiraba para echar abajo la fuga, que levantaran el pie, que había habido una caída. “Recuerda Montecassino”, le respondieron, y siguieron tirando. “Pero no era lo mismo que Montecassino”, dijo después Evans, después de felicitar a su compatriota Mick Rogers, quien tras unos meses de sanción preventiva por un positivo de clembuterol por comer carne en China, así figura como explicación oficialmente aceptada por todas las autoridades, regresó al ciclismo para el Giro y ganó la etapa en Savona, un poco al norte de Génova y sus cruces matadores, con un ataque en el descenso final. “Cuando la caída se produce en un momento en el que no afecta al resultado de la carrera, debe primar el factor humano. Si afecta al resultado, prima siempre el resultado: es lo que quieren los aficionados, los sponsors, es por lo que nos pagan”.

De Quintana, de su capacidad para ganar el Giro dudan porque al colombiano magnífico del pasado Tour aún no lo han visto en Italia. Pero Quintana habla todos los días y dice cómo está. “Y soy sincero”, dice el líder del Movistar. “Si tengo catarro, como ahora, lo digo; y si estoy mal, como he estado por la caída, también lo digo. Y no me importa lo que hagan los demás con esa información”. Lo que hacen es, evidentemente, no creerle, como no creen en el taping, cuatro tiras de esparadrapo azul llamativo, en la rodilla izquierda de Pozzovivo, otro de los favoritos. “Eso es para engañar al público”, dice Urán, quien también está en todas las quinielas. “Los corredores nos conocemos, sabemos cómo está la gente viéndoles simplemente pedalear…”

Quintana, el sincero, está actualmente a 1m 45s del australiano de rosa -diferencia establecida entre el chaparrón de la contrarreloj por equipos de Belfast y el chaparrón de la caída de Montecassino-, y no piensa que tal diferencia aumente mucho hoy. “Calculo que al final del día estaré a 2m de Evans… Y después empezaremos a recortar, espero”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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